Hay gente que hace cosas. Que piensa una idea, aparentemente loca, y la transforma en algo real. Y hay gente que solo se dedica a señalar con el dedo sin saber bien de qué se trata lo que hace “la otra gente”. Hay gente que hace cosas diversas. Por ejemplo: ejerce el periodismo con libertad, escribe guiones de televisión y de películas; escribe libros, los edita, produce contenidos audiovisuales y organiza ferias a la que asisten decenas de miles de personas. Y hay otra gente que, demasiado enamorada de sí misma, y sin chequear la calidad de lo realizado por el otro, destila resentimiento y dice: “mirá que lindo curro que pegó”. Hay gente que hace cosas, se equivoca, corrige el error, mejora y logra lo que finalmente quiere. En general, es gente que no responsabiliza a otros por sus tropiezos o fracasos. No malgasta la energía así. Sencillamente, se mueve. Y sigue adelante.

Hay gente que hace cosas, se equivoca, no corrige el error y al final le echa la culpa al otro por lo mal que le fue. Dentro del periodismo, a veces, a esa gente, le conviene más decir que no le renovaron el contrato por cuestiones ideológicas o de censura. Así, mata a “dos pájaros de un tiro”: oculta su propia ineficiencia y se presenta como una víctima de los poderosos, a quienes, supuestamente, con valentía enfrentó.

Hay gente que anda por la vida diciendo: “este es un artista y este no”. Este “es” periodista y este otro “más o menos”. No tienen la mínima autoridad profesional, pero se sienten supremos. Gente que confunde a emprendedores inquietos con empresarios especuladores. Gente que se siente demasiado cómoda en su pequeño mundo. Acurrucada en su conchabo. Oficial o paraoficial.

Hay gente básica que cree que vivir en Once y tomar el subte es garantía de honestidad. Y que ganar más dinero que el promedio, aunque sea de manera honesta, aunque después lo inviertas en otros proyectos, no te transforma en un tipo que hizo las cosas bien sino en alguien sospechoso.

En general, es gente que jamás corrió el más mínimo riesgo, ni fue capaz de pensar una idea que sirviera para dar trabajo a otro. Gente que se piensa a sí mismo como alguien muy importante y que, en realidad, jamás logró transcender. Ni en su pequeño ámbito ni entre los lectores que buscó con desesperación, pero casi nunca encontró.

Hay gente que trabaja todo el día, y no se dedica a candidatearse para el Martín Fierro, porque no tiene el tiempo ni la vocación.

Y hay otra gente que “trabaja” de “caerle simpático” a los colegas y que una vez que consigue subir a una tribuna, se “cuelga” del alto conocimiento de otro para mandar la puñalada trapera.

Es gente viscosa que trabaja de buena pero está llena de resentimiento. Que odia a los poetas reconocidos porque jamás lo reconocieron a él. Que dice que envidia a Borges para elevarse hasta los cielos, porque la valoración sobre sí mismo está muy por encima de lo que muestra la realidad.

Gente que se autodenomina íntegra pero es hipócrita. Gente capaz de dar la espalda a sus amigos y su familia detrás de su próximo proyectito personal.

Cuidado: es gente que tiene una apariencia inofensiva pero es dañina como pocos.

Es, para decirlo mal y pronto, gente mediocre.