Hace más de cinco años que la Argentina no crece. Sin embargo la frustrada expectativa de que lo haría casi al mismo tiempo en que asumiera Mauricio Macri, primero; durante el segundo semestre después y, en cualquier caso, antes de terminar el año 2016, deja al Gobierno en una mala posición, más cerca de la ineficiencia que de la candidez.

¿Por qué la Argentina no empezó a crecer todavía? Porque su economía fue atacada por una tormenta perfecta que incluye una grave recesión en Brasil; un ida y vuelta en el aumento de las tarifas que generó, entre otras cosas, una mayor retracción del consumo; el mantenimiento de altísimas tasas de interés en pesos; la caída del poder adquisitivo del salario en el sector formal e informal; una suba creciente del costo laboral y una fuerte caída de la producción en los sectores que hacían buenos negocios con el dólar oficial subsidiado, antes del cepo, entre otras razones.

¿Por qué el Gobierno generó entonces semejante expectativa? Porque el Presidente y el ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay, ni bien asumió la nueva administración, eligieron no poner el acento en la gravísima herencia recibida con el doble propósito de no "cortar" la ola de optimismo y conseguir crédito internacional a tasas razonables.

Esta decisión de no decir "las cosas como son" generó un doble efecto negativo. Primero, político. Porque Macri perdió para siempre la ventaja de comparar su "punto de partida" con el "infierno heredado", tal como lo hicieron tanto Néstor Kirchner como Cristina Fernández durante más de una década. Segundo: el exceso de optimismo generó expectativas que ahora mismo le están jugando en contra y que lo ponen en duda frente a sus propios votantes y a quienes apostaron al cambio para vivir un poco mejor.

Pero estos no fueron los dos únicos errores no forzados que cometió el nuevo gobierno que asumió hace casi un año. Porque también hay que incluir la tensión entre el mundo de los economistas y el círculo rojo de los que deciden en la oposición política. En el primer sector, la mitad está enojado con el Presidente porque dejó el ajuste "a medio hacer". Y la otra mitad considera que Macri tomo la decisión sin retorno de gobernar para los ricos o las personas de su clase, y si no lo puede terminar de hacer es porque los sindicatos, los referentes sociales y una parte del Congreso se lo están impidiendo, semana tras semana. Las declaraciones de Roberto Lavagna comparando la política económica de Macri con la de los militares que impulsaba José Alfredo Martínez de Hoz o el superministro de Carlos Menem, Domingo Cavallo, terminó por sincerar una discusión que se venía dando en voz baja y entre especialistas.

Como el jefe de Gabinete, Marcos Peña, contaba con algunos detalles de los encuentros secretos entre el jefe de Estado y Lavagna, optó por "desenmascarar" los fundamentos de la crítica del ex ministro de Economía. Peña reveló que Lavagna quería una devaluación, o un ajuste de precios y salarios parecido al que produjo su antecesor, Jorge Remes Lenicov, bajo la presidencia de Eduardo Duhalde.

Sergio Massa salió a defender a Lavagna pero no pudo evitar que le adjudicaran a su referente económico un aire destituyente que le podría quitar votos en el futuro. Al líder del Frente Renovador le fue mucho mejor con su proyecto de modificación de la alícuota del impuesto a las Ganancias, porque le permitió correr a Macri por izquierda y mostrarse un poco más sensible, nacional y popular que los "Ceos" de Cambiemos. Y este último es otro de los grandes problemas de la actual administración: haga lo que haga, siempre aparece como un gestor poco sensible, o cediendo ante presiones sociales, como en el caso de las tarifas de luz y de gas o el flamante proyecto de ley de emergencia social.

Los números dicen una cosa bien distinta. Desde que Macri asumió, en diciembre del año pasado, la mayoría de los planes sociales se mantuvieron, el número de alcanzados por la asignación por hijo creció, el gasto social se incrementó notablemente y el flujo de dinero que la Nación le envía a las provincias, en especial a las más pobres y urgidas, se multiplicó a niveles impensables. Incluso, por ejemplo, en la provincia de Santa Cruz, donde gobierna Alicia Kirchner y su economía, sin la ayuda de la administración central, sería inviable.

¿Qué le falta, entonces, a la economía, para arrancar? Que se empiecen a alinear todos los planetas, se disipe la tormenta perfecta y que la dispersión de variables negativas, mezcladas con las positivas, se acomoden hacia la suba.

El Presidente optó por dejar de hacer pronósticos felices y le endilgó a la mayoría de los economistas los vaticinios que dicen que la economía el año que viene va a crecer entre un 3,5% y un 5%. Prat Gay cree que los números de diciembre vendrán un poco mejor y el consumo repuntará en los próximos meses gracias al aguinaldo, el pago efectivo de la llamada reparación histórica a los jubilados y la liquidación de la cosecha de los cereales, especialmente la soja.

Macri se las arregló para decirle a todo el equipo de ministros y secretarios que no va a cambiar el rumbo de los principales fundamentos de su plan económico por nada del mundo. Que a lo sumo las grandes reformas se demorarán un poco más, pero que mientras tanto necesita celeridad y eficiencia en las decisiones que sirvan para mejorar la economía.

El jefe de Estado está muy contrariado con los responsables de la demora del reinicio de la obra pública. Los ministros le hicieron entender que parte de la postergación se debe a que cada funcionario lee varias veces el papel que está por firmar porque teme ser citado a declarar por la justicia, cuando después de la etapa de los anuncios felices lleguen las denuncias de la oposición.

"Si no estaban dispuestos a firmar no hubieran aceptado los cargos", razonó Macri ante un grupo de funcionarios que lo escuchaban con atención. Algunos de ellos están pensando con detenimiento volver a sus puestos de trabajo en el sector privado. Son los que no resisten el "combate cuerpo a cuerpo" con los delegados, sindicalistas y sectores de la oposición que los hostigan y los denuncian. Tienen miedo de terminar como sus antecesores que ocuparon los mismos cargos en los gobiernos de Néstor y Cristina. "O cambio el país de verdad o me voy a mi casa una vez que termine mi mandato", repitió Macri la semana pasada, ante sus hombres y mujeres de confianza.