Cómo gobernar con minoría parlamentaria sin perder autoridad. Cómo hacerlo sin que lo confundan con Fernando de la Rúa. Cómo evitar que le impongan leyes que engorden el déficit fiscal, retrasen el control de la inflación y posterguen el crecimiento de la economía. Qué decisiones tomar para que los inversores extranjeros no interpreten el equilibrio de poderes como la imposibilidad de implementar las reformas estructurales que la Argentina necesita. Estos son los dilemas del Presidente, cumplido un año de su gestión.
A Macri le sobró inexperiencia. Le costó ponerse el "traje presidencial" y cumplir con asuntos de protocolo que antes no le exigía la jefatura de gobierno de la Ciudad. Cometió errores que todavía está pagando en términos políticos, económicos y de desgaste de su autoridad. El fracaso de la propuesta de reforma electoral, las idas y vueltas en el proyecto de cambio del impuesto a las ganancias y el decreto para posibilitar que los parientes de los funcionarios puedan estar incluidos en el blanqueo impositivo, lo que llevó al fiscal Guillermo Marijuan a imputarlo por abuso de autoridad, son algunas de los últimas equivocaciones políticas graves, pero no las únicas.
La sensación de que en Cambiemos no se respeta la disciplina partidaaria es algo que también están ponderando, antes de empezar a invertir, las grandes empresas multinacionales. Las críticas de la diputada Elisa Carrió son muy saludables para el sistema democrático, pero difíciles de explicar en el exterior. Las elegantes pero profundas disidencias políticas del Presidente de la Cámara, Emilio Monzó, se pueden entender como un dato de democracia interna, pero no dejan de confundir a propios y extraños. Para colmo, Macri tiene un problema estructural que todavía no pudo resolver. Él parece muy convencido de hacia dónde quiere ir y cuáles son los instrumentos que necesita para hacerlo, el inconveniente es que no sucede lo mismo con la mayoría de los ministros y secretarios, y mucho menos con los legisladores de Cambiemos que deben defender las ideas básicas del jefe del Estado. O ellos no están tan persuadidos como Macri o no tienen la capacidad o las ganas de comunicarlo en público.
Hay transformaciones que esta administración debía defender, sostener e implementar para argumentar que Cambiemos no es sólo un eslogan de campaña. La más interesante fue la intención de introducir el voto electrónico. Desde el principio estaba claro que quienes se opusieron fueron los dirigentes políticos más retrógrados, acostumbrados a comprar voluntades y a meter mano en el padrón electoral. Señores feudales que se hicieron ricos después de años y años de manejar a puro clientelismo la voluntad de las personas. ¿Por qué, en vez de permitir que se cayera el proyecto en el Senado, el Gobierno no comunicó quiénes y por qué se oponían? Entre ellos, la ex presidenta Cristina Fernández, quizás uno de los políticos más desprestigiados y sospechados de corrupción en la Argentina.
Y desde luego, en el Gobierno deberían revisar la estrategia que los llevó a este nivel de discusión sobre el proyecto de modificación del impuesto a las ganancias. ¿Era necesario incluirlo en las sesiones extraordinarias sin estar seguros de que sería apoyado? Y en todo caso, si estaban tan convencidos de su viabilidad, ¿por qué no salieron a defenderlo ante la opinión pública antes? Fue muy impactante y en cierto modo efectivo, desde el punto de vista electoral, recordar que el proyecto de la oposición resultó el producto de un acuerdo entre dirigentes con una altísima imagen negativa, como el ex ministro de Economía, Áxel Kicillof, y el jefe de gabinete de la ex presidenta, líder del Frente Renovador, Sergio Massa, a quien Macri presentó como un "impostor". Todo esto, ¿no desliza dudas sobre la eficacia para gobernar del Poder Ejecutivo?
Es mejor que las leyes salgan por consenso. Pero Macri y su equipo, a partir de ahora, tendrían que ser muy finos en la coordinación política de las iniciativas. Y deberían, además, usar sin abusar, todos los instrumentos que les permite la Constitución, incluidos, por supuesto, los decretos de necesidad y urgencia y el veto. El jefe de gabinete, Marcos Peña, siempre dice que se deben hacer en privado sólo las cosas que se pueden explicar o defender en público. Sin autoritarismo pero con autoridad.
Ya pasó un año y, aunque el Gobierno no pudo resolver aún los asuntos más sensibles de la economía, la mayoría de la sociedad le extendió el crédito. Pero el tiempo de aprender ya se agotó. A partir de ahora, la tolerancia ante cada metida de pata será facturada el doble.