Pocas cosas en su vida afectaron más a Cristina Fernández como la difusión del audio de la conversación con Oscar Parrilli. Ella lo sabe, y por eso trata de cambiar el eje de la discusión.
Para que la mayoría de los argentinos se olviden del contenido y hablen exclusivamente de la filtración. Es que por primera vez ella apareció desnuda y brutal, en el más amplio sentido de ambas palabras.
Como maltratadora, humilladora y verdadera jefe de las operaciones legales, o al borde de la legalidad, contra fiscales, jueces, dirigentes políticos, medios y periodistas. Parecía, por decirlo de una manera sencilla, Frank Underwood, el protagonista de House of Cards, tratando de silenciar a sus enemigos a través de métodos inescrupulosos. Y usando a su ex jefe de inteligencia como si todavía cumpliera funciones.
El daño político y personal que le propinó a la ex presidenta la difusión de su voz dando órdenes estrambóticas fue similar al que afectó a Daniel Scioli, el día en que se conoció el dato que confirmó que ya tenía otra pareja y viajaba con ella a La Habana, mientras Karina Rabolini participaba de la campaña como la futura primera dama.
Porque descorrió el velo, la mayoría de las veces, invisible, entre lo que el político dice que es y lo que verdaderamente es. Es decir: la persona real.
Cristina nunca fue muy amable, educada y especialmente republicana. Pero oírla dando directivas como "a este tipo hay que matarlo" y hablando de "carpetazos" con absoluto conocimiento de causa, dio miedo. Da miedo. Y repulsión. La baja del pedestal inmaculado de la estadista. La aleja de la imagen tan empática de "una militante más".
No es cierto, como sostienen los cristinistas más radicales y los funcionarios del actual Gobierno, que ese audio de tres minutos, difundido por primera vez el pasado lunes 23 de enero en el programa de radio que conduzco, y escuchado en millones de oportunidades no solo por los integrantes del círculo rojo, sino también por adolescentes y ciudadanos habitualmente desinteresados de la política, no haya impactado de manera muy negativa en la intención de voto de la ex jefa de Estado. Lo que sucede es que ni a unos ni a otros les conviene decirlo. A los cristinistas porque su núcleo de apoyo se terminaría de desintegrar. Y a los hombres de Mauricio Macri porque quieren que Cristina se presente, en octubre próximo, como candidata en la provincia de Buenos Aires, para terminar de derrotarla.
Cristina y Parrilli necesitan poner el eje en la supuesta responsabilidad de la Corte, el juez Ariel Lijo y de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), además, porque temen que la filtración de esa y otras conversaciones que mantuvieron haya salido del propio estudio de abogados que defiende al ex titular de inteligencia, cuyos empleados tuvieron el material radioactivo desde fines del año pasado.
La verdad es que ni Cristina Fernández ni Parrilli están seguros de cómo se filtró. De hecho, la virtual jefa del Frente para la Victoria le pidió al dirigente neuquino que le remita todas las escuchas que en su momento el juez Ariel Lijo ordenó para determinar la responsabilidad de Parrilli en el presunto encubrimiento agravado de Ibar Pérez Corradi.
Quería saber, Cristina, antes de que se filtren otras, a quién nombró, en qué contexto, y cuáles de las frases que pronuncia podrían ser consideradas delito. Los que tuvieron oportunidad de oír las conversaciones que todavía no se publicaron sostienen que ella habló como si fuera el mismo centro del mundo. E insultó, menoscabó, menospreció a propios y extraños, incluidos los que se jugaban la vida política en las elecciones de octubre de 2015.
También afirman que ordenó armar y agitar causas judiciales y operaciones de prensa a altos funcionarios del actual Gobierno, dueños de medios, empresarios y periodistas. De hecho, el fiscal Guillermo Marijuan cree que, solo por la transcripción de los párrafos que Nicolás Wiñazki publicó una semana antes de conocerse el audio de tres minutos, en Clarín, Cristina estaría incurriendo en abuso de autoridad y amenazas. El juez Sebastián Casanello, quien está a cargo de esta causa y rechazó el pedido de recusación del ex superagente de Inteligencia Jaime Stiuso, creería, a priori, que la ex presidenta no habría cometido ningún delito, más allá de los insultos y las órdenes explícitas.
Funcionarios judiciales como Marijuan; el fiscal general de la Cámara del Crimen, Ricardo Sanz; y el fiscal ante la Cámara Federal porteña, Germán Moldes, no dejan de preguntarse, palabra más, palabra menos: si a José Luis Cabezas lo mataron cumpliendo órdenes malinterpretadas de un jefe todopoderoso como Alfredo Yabrán y al fiscal Alberto Nisman lo pudieron haber asesinado de la misma manera ¿por qué descartar que la ex presidenta pudo haber ordenado la perpetración de diferentes delitos, contaminada de la impunidad que da el ejercicio de poder casi absoluto?
La ex presidenta y Parrilli tienen ahora un problema extra. Porque Lijo procesó al ex jefe de la AFI por encubrir a Pérez Corradi y Marijuan acaba de pedir su detención, ya que considera que Parrilli tiene los recursos y la capacidad para entorcepecer la investigación judicial. Y el problema extra que tienen ambos no parece menor. Porque si el magistrado está convencido de que Parrilli ayudó a permanecer prófugo a un delincuente que en ese momento estaba acusado de ser el autor material del Triple Crimen y de haber participado en el negocio ilegal de la compraventa de efedrina ¿quién le pudo haber dado la orden política de no informar sobre su paradero para ordenar su inmediata detención?
La misma persona que lo trata de pelotudo, lo manda a revisar los diarios, usar internet y agitar las causas contra Stiuso. Es decir: nada más y nada menos que la entonces Presidenta de la Nación en pleno ejercicio de su cargo. Y con el mismo modus operandi que se le achaca para evitar que Nisman la acuse por haber instrumentado y diseñado el Memorándum de entendimiento con Irán, con la intención de quitarle de encima las causas a los iraníes sospechados de haber perpetrado el atentado. Un ministro del Presidente al que cada vez se lo consulta más para analizar la política hizo un análisis muy particular. Explicó que todo lo que está pasando fortalece la decisión de haber designado a Gustavo Arribas como su jefe de Inteligencia. "Mauricio ya lo había dicho.
El Negro no está contaminado ni intoxicado de información, pero va a aprender rápido. Y aprendió. Después de todo, fue el equipo de Gustavo el que encontró a Pérez Corradi cuatro meses después de asumir". Además el ministro consideró que las sospechas sobre que Arribas habría recibido coimas de Odebrecht habrían quedado definitivamente descartadas. "¿Vos crees que si hubiera tenido algo que ver, el Presidente le habría pedido a la Corte Suprema de Brasil que haga públicos los nombres sobre los argentinos que estuvieron metidos en el Lava Jato?".
Pero en la propia AFI están más preocupados en averiguar cómo se filtraron las transcripciones de otras intervenciones telefónicas entre Parrili y el ex titular de la AFIP, Ricardo Echegaray y entre Parrilli y otro ex espía un tanto vidrioso, Juan Martín Mena. Ellos creen que la preocupación y la paranoia de Cristina y Parrilli seguirían en aumento. Y no descartan la posibilidad de que la misma ex presidenta empiece a filtrar más conversaciones.
¿El verdadero objetivo? Mostrar a Cristina Fernández como una perseguida política. La víctima principal de una acción de inteligencia comandada por Macri. Para que Ella lo pueda usar como justificación central de su campaña política. Y también como su principal argumento para defenderse de las causas judiciales que la podrían llevar a prisión en el año 2018.