Todos los seres humanos tienen derecho a la felicidad, más allá de sus elecciones sexuales. Los heterosexuales no somos mejores que los homosexuales. No hay razón para que los homosexuales no puedan enterrar a su pareja cuando muere, compartir su cobertura médica o firmar la autorización para una operación, como se les permite a los heterosexuales. Es decir: el buen amor no es propiedad exclusiva de los heterosexuales.

Todas estas afirmaciones, tan lejos de la "política dura" y tan cerca de las cosas de la vida y de los derechos civiles, atravesaron el rico y prolongado debate que terminó con la media sanción de la ley que aprueba el matrimonio entre homosexuales. Fue refrescante escuchar las posturas y los argumentos en favor de Vilma Ibarra, diputada por Nuevo Encuentro y de Felipe Solá, por el Peronismo Federal. Dieron sentido a la discusión los motivos por los que Federico Pinedo, de PRO, o Cynthia Hotton, la diputada evangelista de Valores para mi País, se opusieron al proyecto de la mayoría. Fue interesante escuchar a Elisa Carrió, de la Coalición Cívica, cuando explicó los motivos de su abstención. Ella aclaró que no necesita quedar bien ni con la Iglesia ni con la comunidad homosexual y que hubiera votado en favor si de su postura dependiera la aprobación del proyecto.

Aunque no se note mucho, en el medio de una batalla en el que el Gobierno se la pasa disparando contra la oposición, los medios y los periodistas que no les responden, hace pocas horas, en Diputados, se celebró una lección de buena política, en la que la mayoría votó de acuerdo a su conciencia, sus creencias religiosas y lo que piensa de la vida, más allá de los pequeños intereses partidarios, de la conveniencia política y de la chequera oficial. Incluso la presencia del ex presidente y ahora diputado Néstor Kirchner, en ese marco, no debería ser tomada como un gesto de oportunismo político, sino como una elección testimonial, para dejar en claro a los argentinos cuál es su posición frente al complejo asunto.

Ahora el proyecto está en el Senado, donde su aprobación será más difícil que en la Cámara baja. Los que se oponen confiesan su preocupación ante dos situaciones concretas: el avance de una enorme ola de matrimonios entre personas del mismo sexo que ponga en riesgo a la familia tradicional y el pánico a que "dos papás" o "dos mamás" pueden tener la libertad de adoptar a un niño a partir de esta ley.

Sobre el primer asunto es oportuno recordar el pánico que provocó en una parte de la sociedad la aprobación de la ley de divorcio. Sus detractores agitaron el fantasma del final de la familia. Pero la vida real continuó como hasta entonces: con el crecimiento de familias de todo tipo. Es decir: funcionales, disfuncionales, ensambladas, armónicas e imperfectas. Tan dinámicas como el cambio de costumbres y convenciones que hasta ayer parecían sagradas.

Sobre el complejo tema de la adopción, se debe recordar, una vez más, que la última decisión corresponde a los jueces.
Hace pocas horas un tribunal de familia de Rosario le otorgó a Roberto Castillo , un hombre soltero y con una situación económica ajustada, la adopción plena de Alan, un niño de siete años al que se llevó a su casa cuando todavía no tenía un año y lo había encontrado solo, sucio y dentro de un cochecito. Más tarde supo que la madre tenía problemas psicológicos y a partir de ese momento peleó para obtener la guarda provisoria. Los jueces le dieron la adopción plena seis años después, cuando comprobaron lo que ya se venía dando de hecho: Roberto funciona como un padre lleno de amor que incentiva, incluso, las visitas de fin de semana de la madre de Alan, porque entiende que es la mejor manera de darle al chico la contención mínima con la que debe crecer.

De nuevo: todos los seres humanos tenemos derecho a la felicidad, aunque no sea "la felicidad tradicional" o "la felicidad perfecta". El debate de los diputados podría ser considerado histórico, porque después de mucho tiempo se discutió sobre el amor, algo que tarde o temprano nos atraviesa a todos.


Especial para lanacion.com