Cristina Fernández está recibiendo su propia medicina. Parecida a la que usaron ella y Néstor Kirchner cuando tuvieron, durante muchos años, casi, la suma del poder público. Un tratamiento que incluye ingredientes tóxicos, como escraches, insultos, acusaciones y denuncias. Los escraches y los insultos deberían ser repudiados por toda la dirigencia política. Contra ella, contra Carlos Zannini o contra cualquiera. Más allá de la frase del Presidente, ningún tipo de violencia debería ser tolerado. Y menos la irrupción en una dependencia oficial o una casa particular. Lo demás -lo que le está volviendo a Cristina- es resultado de sus decisiones políticas y de los presuntos delitos que cometió.
Hay quienes sostienen que todavía no ha recibido todo lo que se merece. Por ejemplo: una temporada en prisión y la obligación de retornar el dinero que habría acumulado de manera ilegítima. Fiscales y jueces federales con acceso a las tres causas más picantes que la tienen como sospechosa suelen argumentar: "El resto de los argentinos, por mucho menos, ya habrían perdido su libertad".
A Macri, cada vez que pregunta sobre la situación procesal de su antecesora, sus asesores le confirman que nada hace prever que Cristina pueda ser detenida antes de las PASO de agosto.
Dentro del peronismo el peso de su figura representa un enorme problema, muy difícil de digerir. Excepto los integrantes de La Cámpora, que parecen necesitar un nuevo conchabo, nadie la quiere como candidata. Ni los intendentes del conurbano de la provincia que se juegan su territorio. Ni Sergio Massa, a quien su postulación obligaría a competir. Y menos la quieren los que pretenden recrear lo que en su momento se presentó como renovación: Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey, Miguel Pichetto o Julián Domínguez son sólo a algunos de los que están convencidos de que Cristina "ya fue". Pero lo que llama la atención es el desprecio con el que hablan de ella en privado casi todos.
Tan fuerte es el resentimiento del peronismo contra su jefa como sorprendente el juego de Daniel Scioli, quien, a pesar de haber sido humillado mil veces, hoy aspira a transformarse, una vez más, en el candidato a diputado o senador bendecido por la líder del Frente para la Victoria. El cálculo del motonauta es que Ella no se presentará, porque no se arriesgará a perder contra Cambiemos, aunque sea por un voto. Y que entonces no tendrá más remedio que ungirlo como su elegido. Scioli, a pesar de todo, no desea abandonar su carrera política. Y mientras permanece fuera del radar de los medios mantiene reuniones secretas. Ya tuvo un par con el propio Macri. Una, hace tiempo, en Olivos. Otra, más reciente, en la casa de Barrio Parque de Franco Macri. Quería saber si eran el jefe del Estado o la gobernadora Vidal quienes impulsaban la investigación en su contra o si se trataba de una decisión de la diputada Carrió. Parece que aquellos encuentros lo tranquilizaron, igual que la falta de ímpetu que el fiscal que lo investiga, Álvaro Garganta, registra en las últimas semanas.
A los que mandan en Cambiemos, dicen los que trabajan con encuestas en la mano, les encantaría que Cristina compitiera y perdiera. "Sería el mejor incentivo para terminar con el populismo de Estado", explican. Pero otros hombres del Gobierno, los más políticos, los que no apuestan a la polarización, se preguntan si habría un momento más propicio que éste para que un juez con los pantalones bien puestos le dictaminara la prisión preventiva. Los que reflexionan sobre el asunto explican que la Argentina vive, desde que asumió Macri, una sucesión interminable de escenarios cambiantes. Una serie no de "ciclos", sino de "momentos". Afirman, para seguir el razonamiento, que éste es el peor momento de Cristina Fernández. Un contexto donde se mezclan la crisis de Santa Cruz, lo que está sucediendo en Venezuela y el avance de las causas judiciales que la tienen a maltraer. Por cierto, su panorama va a ser todavía peor en los próximos días, cuando el fiscal Gerardo Pollicita pida su indagatoria en la causa Hotesur. Y, para completar el cuadro, las encuestas señalan que nunca hubo en la sociedad un deseo tan mayoritario de que Cristina abandone la escena política.
Los pocos peronistas que bancaron a Carlos Menem hasta el final conocen el perfume de la despedida. Pero dicen que lo que se le viene a Cristina podría ser peor. "Carlos será lo que será, pero jamás persiguió ni se ensañó con la gente. Ella, en cambio, está cosechando nada más y nada menos que lo que sembró", me dijo un ex ministro de "los malditos años noventa".