Néstor Kirchner hace política las 24 horas del día, hasta cuando duerme. Y la diferencia entre él y la mayoría de sus adversarios, es que la hace sin culpa y sin demasiados escrúpulos.

Mientras que Carlos Reutemann sigue diciendo que no tiene ganas, Mauricio Macri gasta buena parte de su energía en defenderse, Elisa Carrió y Felipe Solá fatigan los pasillos de Diputados para alinear a la oposición y Julio Cobos camina por la cornisa entre su rol de vicepresidente y su candidatura presidencial, Kirchner ya se mueve, con intensidad brutal, para suceder a Cristina Fernández una vez que cumpla su mandato.

Trabaja con herramientas y maquinaria pesada y sin dejar de supervisar los detalles. Desde la calidad de los codificadores para que por lo menos un millón de argentinos puedan acceder a la televisión digital hasta la posibilidad de dar un aumento generalizado a jubilados y pensionados y también de efectivizar a la mayoría de los trabajadores de la administración pública.

"Kirchner, como José Manuel De la Sota, juega a la mancha con los aviones", suele afirmar Luis Juez, alguien tan audaz como el ex presidente y uno de los pocos adversarios a quien el secretario general de la Unasur "no vio venir". El senador por Córdoba le viene contando las costillas desde hace rato. Sin embargo, tardó por lo menos seis meses, igual que todos los demás, en comprender que, por ejemplo, detrás del adelantamiento de las últimas elecciones, estaba además la jugada maestra de lograr la aprobación de todas las leyes que necesitaba para gobernar a su modo, antes de perder la mayoría parlamentaria.

Igual que la asignación por hijo, el plan para las provincias que anunció ayer la presidenta Fernández tiene varios efectos simultáneos: desarma la ofensiva de la oposición que había golpeado al Gobierno con la aprobación del impuesto al cheque, contiene a los gobernadores propios y también a los ajenos, y mejora la economía de las provincias, donde los votos se cuentan de a uno.

Al ex presidente, las formas le importan poco. Le da lo mismo que la asignación universal por hijo haya sido un reclamo original de los cuadros técnicos de la Asociación de los Trabajadores del Estado (ATE) y una bandera agitada por los dirigentes de la Coalición Cívica. Tampoco se le mueve un pelo cuando la oposición sostiene que en realidad, esta última decisión, es un reconocimiento a quienes incluyeron en la agenda política el financiamiento de las provincias.

Ahora mismo, mientras sus adversarios intentan recuperarse después de la nueva jugada, Kirchner trabaja para evitar una foto conjunta de los principales líderes de la oposición. Una foto capaz de neutralizar su plan de fragmentación y esmerilamiento. Es que tanto Eduardo Duhalde como Solá y Francisco De Narváez están seguros de que el ex presidente pretende ir a internas abiertas tramposas, armadas para no perder.

Lo importante para Kirchner son los fines, y no la manera en que se llega a ellos. Y lo más desesperante, para el ex jefe de Estado, es no poder anticiparse a los hechos para terminar de imponer su voluntad.

Es por eso que odia al periodismo e intenta empujarlo al barro de la pelea política, junto con la oposición. Porque intuye que esa es la única manera de adelantarse y controlarlo.
¿Cómo hacer para evitar más noticias desagradables derivadas de la causa por los negocios con Venezuela? ¿Cómo lograr que no se transforme en tapa una noticia que involucra al recaudador del dinero de la campaña electoral del Frente para la Victoria? ¿Cómo operar para arruinarle la reapertura del Colón el próximo 24 a su adversario Macri y que los medios lo presenten como una noticia positiva? ¿Cómo hacer para evitar que avance la causa por la compra de los dos millones de dólares que hizo días antes de la estatización de las AFJP, con supuesta información privilegiada sobre el futuro comportamiento de los mercados?

Su fuerza de choque mediática lastima a Clarín y busca desacreditar a los periodistas que no forman parte de su ejército de incondicionales y fanáticos. Pero no logra impedir que la información, los datos duros y las investigaciones se propaguen y lleguen a la mayoría de los argentinos. El ejercicio de descalificación anónima que practican contra los colegas y contra los libros que contienen denuncias se les está volviendo en contra. Quizá eso explique la relativa calma que se vive en la calle por estos días.

Todavía el largo brazo del poder no alcanzó a las editoriales y no pudo doblegar la conciencia individual de muchos que ponen la firma debajo de lo que escriben. ¿Habrá que esperar entonces una nueva ofensiva para evitar que los lectores, los oyentes y los televidentes no accedan a los datos que la administración no puede controlar? Guillermo Moreno aguarda con ansiedad que su jefe lo autorice a ejecutar el ataque final contra Papel Prensa. Y Kirchner espera el fallo de la Corte sobre la Ley de Medios como si se tratara del resultado de las próximas elecciones presidenciales.

 

Especial para lanacion.com