El anuncio oportunista de la paternidad no deseada de Daniel Scioli puso sobre el tapete una vez más la inutilidad del esfuerzo de algunos analistas clásicos que todavía pretenden diferenciar la vida pública y privada de los presidentes, o los candidatos a serlo. Scioli pudo volver de muchas situaciones incómodas, pero le resultará sumamente difícil recuperar lo poco que le quedaba de credibilidad después del escándalo de esta semana.
Ya la había perdido de una manera ostensible cuando a fines del año pasado revelamos, en La Cornisa, que en plena campaña presidencial el candidato había viajado a la Habana, en un vuelo privado, acompañado por la actual mamá de su futuro hijo y entonces amante Gisela Berger.
A esta altura del siglo XXI, a nadie puede escandalizar que un hombre o una mujer públicos se separen cuando se acaba el amor. Pero lo que cayó como un balde de agua fría, incluso entre los votantes de Scioli en segunda vuelta, fue la hipocresía y la simulación.
Es decir: el hecho de presentar a Karina Rabolini como la futura primera dama cuando ya no había nada entre ellos. El llevar a su presunta amante en un vuelo cuasioficial. El hecho de pagar la factura de aquel vuelo privado con fondos del Estado.
La futura decisión del Tribunal de Cuentas de la provincia de Buenos Aires de exigirle que devuelva parte del millón de dólares que Scioli le hizo gastar al estado provincial en viajes personales a los que presentaba como oficiales está en sintonía con el reclamo de la ciudadanía. Pero ya que hablamos de hipocresía y simulación, tampoco debió haber caído muy bien, entre sus detractores y sus adherentes, las últimas "mentiritas" de Cristina, quien le juró a los jueces que la tienen procesada como miembro o jefa de una asociación ilícita que utilizaría la "clase turista" para ir y volver de su última visita a Europa.
La ex jefa de Estado ocupó asientos categoría business para su mayor comodidad. Aunque no sabemos si los pagó de su bolsillo o si se trató de una invitación de los organizadores de las charlas. Por cierto, el votante argentino, uno de los más desconfiados del mundo, piensa que un presidente capaz de mentir en asuntos banales también tiene propensión en engañar a sus representados en cuestiones de Estado.
O para ponerlo de otra manera: a la Cristina que miente, simula u oculta sobre cuestiones "menores" pero de índole personal, le corresponde la ex presidenta que convalidó las cifras del INDEC, le comunicó al mundo que en Argentina la pobreza apenas superaba el 5% y ahora compara a Macri con el dictador Jorge Videla a su política económica con la de José Alfredo Martínez de Hoz.
A la Cristina Fernández que con el 54% de los votos obtenidos en 2011 se transformó en una candidata imbatible, porque fue vista como una viuda dolida que debía ponerse el país al hombro; la interpela otra, menos empática y más agresiva, capaz de maltratar y de humillar a sus colaboradores, llamándolos "pelotudos" en una conversación que nadie debería haber escuchado.
El Presidente actual no debería subestimar la fina sensibilidad de la mayoría de los argentinos para percibir cuándo un líder les está mintiendo o les está diciendo la verdad. Podrán tardar más o menos en averiguarlo, pero tarde o temprano, el disimulo, el armado y el engaño saldrán a la superficie y terminará afectando al jefe de Estado que no se muestre como es. En sus últimas apariciones públicas, Macri viene repitiendo, como un mantra: "Todos los días me voy a la cama con la preocupación de saber que todavía hay argentinos que viven en la pobreza, o a los que el crecimiento aún no les llegó".
Eso está muy bien e implicaría un compromiso con lo social que años atrás parecía no tener. Y no está mal decirlo cada vez que puede, en la medida que no lo use como un slogan de campaña. O en la medida que se lo repita, además, en la intimidad, para convencerse de que esa debe ser la prioridad de cualquier Presidente en una Argentina en la que más de 3 de cada 10 personas no les alcanza para vivir con dignidad.
Ya no basta con ser y parecer. Además es preferible no hablar que decir cosas sobre las que uno no está convencido. Solo una parte de la última reflexión que hizo el Presidente sobre le decisión de tres jueces de la Corte de convalidar el 2 por 1 para los delitos de lesa humanidad se escuchó y vio como una respuesta sincera. La parte en la que dijo que él jamás estuvo de acuerdo con aplicar leyes más "benignas" para cualquier tipo de delito.
Porque el pensamiento real de Macri está mucho más cerca del de Elisa Carrió, al que se puede resumir así: ella no apoya el 2 por 1, pero sí un trato humanitario para cualquiera que haya superado determinada edad y ya no pueda permanecer en una cárcel común, sea éste un violador o un criminal de Estado que robó niños, mató, torturó e hizo desaparecer gente. Una vez más, diría Jaime Durán Barba, lo peor que le puede pasar a un dirigente con aspiraciones es simular lo que no es y lo mejor, no ocultar lo que sí parece auténtico. El asesor del Presidente escribió ayer, palabra más, palabra menos que Cristina era una hipócrita de marca mayor, y que eso parecía muy evidente cuando se analizaba su vínculo con el Papa Francisco.
Durán recordó que ella y Néstor intentaron una y mil veces apartar de su puesto a Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires. Y afirmó que cuando Jorge devino en Francisco, la ex presidenta dio una vuelta de campana y lo fue a visitar en innumerables oportunidades.
Enseguida Durán apuntó que la conversión de Cristina no resultó sincera. Porque a su transformismo no le agregó un cambio verdadero. Es decir: no se hizo, por ejemplo, una católica devota; ni empezó a asistir a misa todos los domingos en Río Gallegos o El Calafate. Solo intentó "usar" al Santo Padre para su beneficio personal. Y eso salta a la vista de cualquier ciudadano.
El asesor ecuatoriano siempre le recomienda a Macri que haga, básicamente, lo que se le dé la gana, siempre que sea sincero y no sobreactuado. Así, cuando el Presidente bailó y cantó en cada cierre de campaña en la que resultó ganador, Durán lo felicitó por su espontaneidad.
También hizo lo mismo el día del debate con Scioli en el que le preguntó a su adversario "¿En qué te has convertido, Daniel?. ¡Parecés un panelista de 6,7,8!". Esas dos frases lapidarias no fueron resultado de la impronta de Macri. Las tenía aprendidas y ensayadas como un alumno de la primaria y la secundaria preparado para rendir el examen final. Lo que no tenía guionado fue el apasionado beso que le dio a Juliana Awada y que fue usado por los seguidores en las redes sociales de Mauricio junto con el saludo entre Scioli y Rabolini como un fuerte contraste entre lo real y lo aparente. Lo espontáneo y lo precocinado. O para hacer una síntesis brutal: la mentira y la verdad.