Macri empezó la semana con el pie izquierdo. Lo que había imaginado como su primera gran victoria en la batalla para mejorar la calidad del sistema judicial argentino, terminó con un empate sobre la hora. El camarista Eduardo Freiler, un juez al que el oficialismo siempre consideró corrupto y cooptado por lo peor del kirchnerismo, impresentable por su enriquecimiento personal, su conducta profesional y por el contenido de sus fallos, no podrá ser suspendido de inmediato. Y tampoco se le iniciará juicio político. Al menos por ahora.
Macri estaba contrariado. Sus hombres de confianza le habían asegurado que el voto del cristinista Daniel Candis, que iba a definir si la avanzada contra Freiler prosperaba o no, estaba garantizado. ¿Quién lo había dado por hecho? ¿Pablo Tonelli, titular del Consejo de la Magistratura? ¿El ministro de Juticia, Germán Garavano? ¿El multiasesor Fabián Pepín Rodríguez Simón, o Daniel Angelici, su histórico operador en Comodoro Py? Poco importa ya. Lo que importa es que Macri volvió a tomar conciencia de que su administración no es efectiva en un asunto crucial para la propia superviviencia de su gobierno: el de su vínculo con la Justicia que pesa de verdad.
Ya había experimentado esa percepción de batalla perdida. Con la decisión de nombrar por decreto en la Corte a Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti, que se vio obligado a revisar. Con la información falsa de que los aumentos de tarifas no serían frenados en el escritorio de ningún juez. Con la falta de apoyo de Elisa Carrió a su idea de tumbar a la procuradora Alejandra Gils Carbó por la vía administrativa. Con la andanada de imputaciones y procesamientos a él mismo y sus funcionarios de confianza, coronada con la acusación de la fiscal Gabriela Boquin, quien terminó de configurar la idea de que Macri era tan corrupto como todos al convalidar un arreglo espectacular para los dueños del Correo y ruinoso para el Estado.
¿Cuál es el mejor camino para desarmar el combo de impunidad e ineficiencia en que se está transformando una buena parte de Comodoro Py? ¿Por dónde seguir si todavía no pudo ni comenzar? A los principales fiscales y jueces, el Presidente, en diciembre de 2015, les había mandado un mensaje a través de Angelici: esta administración no le piensa pagar a nadie a cambio de protección. Pero Carrió pulverizó al presidente de Boca y empezó a "presionar" a fiscales y jueces con métodos públicos y probados. Mencionándolos con nombre y apellido. Para apurarlos. Para elogiarlos. O para denunciarlos sin más. Macri, por un momento, supuso que el dedo levantado de Lilita lo terminaría ayudando a separar la paja del trigo en el fuero federal. Pero el ataque de Carrió al presidente de la Corte Suprema de Justicia lo volvió a poner en una situación incómoda y laberíntica: entre la indignación de su aliada y el pedido lógico de Lorenzetti, quien le explicó que es una anomalía institucional que una diputada acuse de ladrón y mafioso, una vez cada 15 días, a la máxima autoridad judicial por los medios sin aportar las pruebas para corroborarlo.
"Si no somos capaces de sacar de la Justicia a un juez como éste, ¿quién nos va a creer capaces de cambiar algo de verdad?", se preguntó Macri, en referencia a Freiler, este fin de semana. Quizá quienes lo asesoraron para esta embestida, y hasta él mismo, subestimaron la situación. Tal vez creyeron que peleaban contra lo más impresentable y lo peor del cristinismo, como el consejero Rodolfo Tailhade y las otras caras visibles de la defensa pública de Freiler. Pero no contaron con el cinismo de Candis, ni con la enorme capacidad de presión que todavía esgrimen la ex presidenta y sus operadores más oscuros.
Quizá los hombres del Presidente pensaron que los demás fiscales jueces y camaristas verían con agrado el reemplazo de Freiler por otro colega más honesto. Pero Comodoro Py, en términos generales, no funciona así. Funciona más parecido al veterano sindicalismo argentino. Con esta lógica: si tocan a uno nos tocan a todos. Durante muchos años, el propio Norberto Oyarbide continuó aferrado a su juzgado gracias a esa lógica corporativa. Conocía como pocos los entresijos del sistema. Una mezcla de lealtades, timing, olfato político y manejo de la técnica de los expedientes judiciales y los códigos penal y procesal que no es para cualquiera. Ahora "la corpo" judicial le acaba de mandar al Presidente otro mensaje sin firma: "con nosotros, no". Macri jura a quien quiera escucharlo que esto no va a quedar así. Tiene plan B: rescatar a los mejores e iluminar a los peores. Dice que es una cuestión de tiempo y paciencia. Mucha paciencia.