(Columna publicada en Diario La Nación) Hagamos un ejercicio de anticipación. Demos por hecho algunos supuestos. Por ejemplo, que Cristina Kirchner ya se anotó como primera candidata en la lista de senadores o diputados nacionales del frente Unidad Ciudadana. Juguemos a que ya sucedieron las PASO de agosto y las elecciones legislativas de octubre. Hablemos de los resultados en la provincia de Buenos Aires. Imaginemos que Cambiemos ya ganó y que la ex presidenta obtuvo el segundo lugar, a unos cuatro o cinco puntos del primero. Demos por descontado que Sergio Massa y Margarita Stolbizer hicieron una muy buena elección. Mejor, incluso, de lo que pronosticaban las encuestas. Pero juguemos a que su alianza 1País terminó tercera, muy cerquita de la lista de la ex jefa de Estado. Hablemos también de Florencio Randazzo, por qué no, obteniendo un porcentaje digno pero insuficiente para quitarle el liderazgo del peronismo o como se llame a la mujer que lo sigue mirando como su empleado.
Si todo esto sucediera -y no sería nada descabellado que así fuera- el oficialismo podría salir a decir que una vez más Cambiemos derrotó al pasado. Y Mauricio Macri se podría sentir más respaldado para iniciar las reformas estructurales que no pudo o no le dejaron hacer, desde bajar el déficit de manera considerable hasta reemplazar a los jueces federales que considera una vergüenza para el país. Pero también Cristina y muchos de los impresentables que la acompañan, sobre la base del mismo resultado, podrían decir que, a pesar de que la quisieron sacar de la cancha para siempre, sigue vivita y coleando, con un pie en el presente y otro en el futuro.
Ella podría también argumentar que representa la "única garantía" para evitar que el ajuste haga desaparecer a una buena parte de la Argentina. Y podría incluso anunciar que el porcentaje que sacó en el distrito más poblado y más relevante del país la habilita para presentar su candidatura a presidenta en 2019, cuando Macri termine los cuatro años de mandato para los que fue elegido. Todo esto podría suceder el día después de las elecciones de octubre, aunque todavía la mayoría de los argentinos perciba demasiado lejana y completamente ajena la competencia que viene. Y podría acontecer algo más intangible y peligroso. Que el oficialismo siga sin obtener una predominancia clara en diputados y senadores, que la centralidad de Cristina se haga más ostensible y que los potenciales inversores de adentro y del exterior también entiendan que la tensión entre lo nuevo y lo viejo no se termina de resolver. Es decir, que, como una pesadilla interminable, la grieta no se termine de cerrar, la economía no termine de arrancar y que continuemos en una especie de limbo político, social y económico.
Hoy, ningún analista político considerado serio podría dar por definitivo ningún escenario futuro. Están, por ejemplo, los dirigentes como Julio Bárbaro, quien, sobre la base del pasado reciente, sostiene que el derrotero de Cristina será muy parecido al de Carlos Menem. Explica Bárbaro que el peronismo real fue atacado, primero por derecha por el actual senador por La Rioja y más tarde, por izquierda, por Néstor Kirchner y su viuda. Argumenta que Cristina, igual que Menem, no tiene más que un insuficiente núcleo duro de seguidores más religiosos que racionales. Dice que la disolución del proyecto de la ex presidenta será inevitable, porque su mayor fortaleza está en la primera y la tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires, y es prácticamente nula en el resto del país. Podría haber, en el análisis de Bárbaro, un voluntarismo más o menos lineal. O una subestimación parecida a la que mostró el Frente para la Victoria cuando Macri salió a cuestionar el liderazgo de Cristina.
Jaime Durán Barba, un especialista en trabajar sobre la subestimación del adversario, tiene más prevenciones sobre la ex presidenta que el propio Macri. Durán Barba cree, aunque no lo dice en público, que Cristina podría resultar ganadora, aunque perdiera. Además piensa que le iría mucho mejor como candidata a diputada nacional que a senadora. Basa su hipótesis secreta en la teoría de que lo simbólico penetra más profundo que cualquier dato de la realidad. Durán cree que ella, por alguna razón más emocional que científica, es vista como una defensora de los pobres y los desamparados. Se la imagina después de octubre entrando y saliendo del Congreso con una nube de cámaras de televisión cubriendo sus movimientos. La vislumbra como la líder más visible de la oposición al proyecto racionalista de Macri, ejerciendo su "centralidad" a pleno, y presupone que no se va a ir a su casa a tejer escarpines.
El asesor de Macri considera miopes a quienes sostienen que una derrota lastimaría el ego de la ex presidenta. Pero Durán Barba, al mismo tiempo, defiende la táctica electoral de la polarización extrema, para que en la avenida del medio no se acomoden ni Massa, ni Stolbizer, ni Randazzo ni los miembros de la Liga de gobernadores, que hoy miran desde afuera un panorama bastante incierto. ¿Por qué el Gobierno le quitó dramatismo a la decisión de Cristina de no entregarle el bastón de mando a Macri, si parecía claro que era el comienzo de una oposición salvaje destinada a que nunca se terminara de consolidar? ¿Por qué el Presidente y su equipo de asesores no encontraron el camino para que abandone su cargo la procuradora Alejandra Gils Carbó, y así terminar de romper el andamiaje de impunidad del que todavía gozan Cristina y sus colaboradores? ¿No hay, dentro de la administración nacional, nadie que se pregunte de dónde sacó la ex presidenta el dinero para hacer semejante acto en la cancha de Arsenal? ¿No se dieron cuenta de que una buena parte del salvataje financiero que le dieron a Santa Cruz va a ir a parar a la campaña electoral del frente de Unidad Ciudadana que lidera Cristina?
Quizá el senador Miguel Ángel Pichetto, Massa, Stolbizer o Randazzo no sean, para Macri, los dirigentes ideales para sentarse y plantear un acuerdo alrededor de los diez grandes temas de la Argentina que necesitan una urgente solución. Pero alguno de sus asesores debería sugerirle al Presidente que es necesario sentarse con ellos para configurar una oposición más racional y menos radical y delirante que la que propone la ex presidenta.
Tal vez resulte muy difícil que la dinámica de Comodoro Py se transforme de la noche a la mañana en la lógica de justicia que impera en Brasil, cuyo símbolo más notable es el juez Sergio Moro. Pero si el Gobierno no se da cuenta de que la táctica de inflar por acción u omisión a Cristina lo llevará una y otra vez a diciembre de 2015, cada vez le costará más al Presidente hacer lo que debe hacer, por más que el rumbo sea el correcto y sus intenciones las más sanas.
Hay algo que los verdaderos líderes pueden planificar, una vez que asumen el poder formal, además de administrar la herencia de su antecesor. Esto es asumir el mandato real para el que fueron elegidos y configurar un futuro de país, más allá de su pelea por la reelección. Esto incluye pensar en qué tipo de oposición le conviene a la República, por encima del resultado de una elección de medio término.