Néstor Kirchner no es invencible. Sólo está agitando la idea de que lo es, porque presume que eso le aportará los votos que le faltan para ganar las próximas elecciones presidenciales. Mientras tanto, usa su enorme aparato de comunicación oficial y paraoficial para que el 20 por ciento de votos asegurados se estiren cada vez más.

Los festejos del Bicentenario no deberían haber beneficiado a nadie en particular,
pero al Gobierno le conviene difundir encuestas que afirmen que favoreció al oficialismo porque así crece la idea de la supuesta invencibilidad.

No es algo nuevo ni demasiado ingenioso. Exactamente lo mismo hizo Carlos Menem hasta que abandonó la competencia electoral por la segunda vuelta en mayo de 2003, y a partir de ese momento inició su decadencia que todavía no termina.

Pero no hay que subestimar el poder de fuego y de organización del proyecto kirchnerista. Ahora mismo está ganando la batalla de la mística y el uso de las palabras. No es extraño encontrar, en círculos que trascienden lo político y los medios de comunicación, términos como "tal o cual no es malo: lo que pasa es que es funcional a la oposición". O "en todos los gobiernos hay corrupción. Y en este también. Pero es preferible esto al retorno del Partido del Ajuste". Y más: "Kirchner habrá cometido muchos errores, pero es el único capaz de enfrentar y ganarle al grupo Clarín". Como si ese multimedios fuera más poderoso que un Estado que maneja el INDEC, la AFIP, la ANSES, la SIDE, algunos de los jueces federales y todas las cajas blancas y negras que administra este gobierno a favor de sus amigos y en contra de quienes no piensan como el matrimonio presidencial.

Entre la realidad que dibuja el ex presidente y los hechos hay, todavía, una diferencia abismal. La misma diferencia que se registró entre los pronósticos electorales de Artemio López y la encuestadora Poliarquía en junio de 2009, cuando Kirchner perdió contra Francisco De Narváez y Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires. Igual que antes, López, que asume su identificación con el proyecto oficial, sostiene que a Kirchner le faltarían apenas 4 ó 5 puntos para ganar en primera vuelta. En cambio, los responsables de Poliarquía presentan una realidad más compleja. Afirman que la imagen del Gobierno y también la de Néstor Kirchner y de la presidenta Cristina Fernández crecieron unos puntos, pero que está lejos de perforar el techo del 30 por ciento. Y que hoy, cualquiera que surgiera como el candidato antiK y representara la idea de cambio, ganaría las elecciones en segunda vuelta, igual que Kirchner se las ganó a Menem en mayo de 2003. También aceptan lo que nadie todavía empezó a medir con precisión: la candidatura a presidente de Fernando Pino Solanas le restaría muchos votos a Kirchner en la primera vuelta y terminaría favoreciendo al principal postulante de la oposición.

Pero decir que Kirchner ya perdió es tan irresponsable como aventurar que no hay nadie que pueda derrotarlo. Todavía faltan 17 meses de una economía con futuro incierto, la confirmación de si Carlos Reutemann será o no candidato, el resultado final del juicio contra Mauricio Macri por las escuchas, saber cómo termina el pedido de autorización para ser candidato a presidente de De Narváez, confirmar si el repunte de Eduardo Duhalde en las encuestas le alcanzará para competir, y corroborar hasta donde llegará el desgaste de la figura del vicepresidente Julio Cobos.

Es tan aventurado lo anterior como sostener que Kirchner ganará si la justicia confirma la hipótesis de que Felipe y Marcela Noble Herrera son hijos de desaparecidos. O que perderá si el seleccionado argentino no pasa los cuartos de final.

Por fortuna, los festejos del Bicentenario demostraron que la mayoría de la sociedad está por encima del juego pequeño y miserable de su clase dirigente.

 

Publicado en El Cronista