Néstor Kirchner no sólo está ganando la batalla para hacer creer a mucha gente que es invencible. También está ganando otra pelea crucial: la del uso de la palabra y el sentido que se le da a lo que se dice o escribe. Por supuesto, ni una ni otra cosa son verdades irrefutables: sólo percepciones de la realidad. Sin embargo, genera euforia entre los kirchneristas e impotencia y decepción entre los que no lo son. Y, además, desnuda la ineficacia de la oposición para fijar su propia agenda del lenguaje. (Y también la incapacidad de la misma oposición para ejecutar la acción que corresponde a ese lenguaje).
De tanto repetirlo, el kirchnerismo se ha apropiado, entre otros, de los siguientes términos: "funcional a la derecha", "el monopolio", "corporación mediática", "gorila", "partido judicial", "partido del ajuste" y "vende patria". También de los vaticinios políticos ("Lo que puede venir es peor de lo que hay"). Pero, además, se ha adueñado de otras falsas ideas, un poco más complejas, y cuyas consecuencias son más graves. La más extendida se podría resumir así: "En todos los gobiernos hay un poco de corrupción y en este también. Son errores del sistema. Es más importante la lucha contra los grupos concentrados y las cien familias que siempre mandaron en la Argentina que denunciar los casos de corrupción en los que se monta la derecha para tirar pálidas y aceitar la máquina de impedir".
Por supuesto, con cada uno de esos términos que los comunicadores oficiales usan para descalificar se podrían explicar las conductas del propio kirchnerismo.
El clientelismo, la corrupción, la persecución a políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas no kirchneristas que ejerce esta administración son prácticas típicas de la derecha autoritaria. Desde este punto de vista, no cabe ninguna duda de que los que apoyan a Kirchner y a la presidenta Cristina Fernández sin denunciar sus errores de gestión o los delitos que se cometen bajo su protección política, son "funcionales a la derecha".
De la misma manera, nadie se escandalizaría con la afirmación de que, a esta altura, hay una suerte de "corporación mediática" oficial y paraoficial cuya misión fundamental es descalificar y destruir todo lo que no sea K y defender y profundizar "el modelo" impulsado "por el mejor gobierno de toda la historia de la Argentina".
A su vez, al supuesto "partido judicial" que, según el ex presidente, "impide que la Argentina avance" le corresponde otro, formado por fiscales, jueces y camaristas que constituyen otro "partido judicial", pero de signo diferente. Es decir, "funcional al poder de turno". Se trata de magistrados que inventan causas, como el destituido Federico Faggionato Márquez, o las direccionan, como el polémico y controvertido Norberto Oyarbide, sólo por citar los dos casos más evidentes.
Así, a muchos kirchneristas fanatizados les entraría como anillo al dedo el mote de "gorila" porque todavía siguen culpando al peronismo de todos los males de la Argentina. O muchos militantes K podrían calificar a Kirchner y Fernández de "vende patrias", al pagar la deuda externa por anticipado, permitir la venta de YPF, terminar de destruir los Ferrocarriles Argentinos o haber apoyado el indulto cuando Carlos Menem lo ordenó.
Lo que cuesta entender es por qué prestigiosos periodistas que influyeron en generaciones enteras de colegas con la potente idea de que la corrupción era inherente al modelo que proponía Menem, ahora piensan que hay una corrupción mejor, más justificable o digna de ser ignorada. O por qué filósofos que llegaron a criticar los delitos de esta administración, de un día para el otro dejaron de hacerlo, a cambio de un programa en un buen canal del Estado o de unas cuantas audiencias con el ex presidente, la Presidenta o los ministros más importantes.
En ese sentido, Kirchner jugó otro partido difícil y también ganó. Utilizó su insuperable "detector de resentimientos" y sedujo a una importante cantidad de resentidos, con razón o sin ella. Resentidos contra la sostenida prepotencia de algunos directivos del Grupo Clarín. Resentidos porque no encontraron el lugar que suponen se merecen dentro del Estado, la cultura, la política y los medios de comunicación. Resentidos contra los intelectuales que no compran el paquete completo del ideario kirchnerista. Resentidos contra los periodistas que se atreven a cuestionar el discurso único del poder oficial. Todo este importante ejército de resentidos juega ahora al lado de uno de los políticos más resentidos de este país.
Pero el éxito de Kirchner no se explica sólo por la apropiación de las palabras. Se justifica también en la mística que logró transmitir al núcleo duro de sus seguidores. Y la carencia de sueños y de horizonte que se advierte en la mayoría de los líderes de la oposición.
¿Le alcanzará esa mística para esconder la verdad de los hechos y convencer a la mayoría de que se trata de un ex mandatario valiente, de alguien que necesita seguir gobernando para liberar a los argentinos del yugo de los poderosos?
Solo por dar un ejemplo: el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, al que todos los días le adjudican una nueva propiedad, no es un militante de los derechos humanos, ni un hombre con ideas progresistas, ni alguien a quien se pueda definir como un patriota del Bicentenario. Jaime fue, hasta que renunció un hombre de máxima confianza de Kirchner. Alguien que reportaba solamente a él.
Publicado en lanacion.com