Desde 1983 hasta ahora mismo, nunca fue más inconveniente ejercer el periodismo profesional como lo viene siendo en la era K. No se trata de riesgo físico ni de temor a ser secuestrado, asesinado o desaparecido, como sucedió con 127 compañeros durante la dictadura. Tampoco de que pueda acontecer algo comparable con el brutal asesinato de José Luis Cabezas el 25 de enero de 1997. Se trata de algo menos espectacular pero muy profundo y muy dañino: la posibilidad de que una pregunta o una nota que no le guste al Gobierno te deje sin trabajo; la amenaza cierta de que un texto, un reportaje o la escritura de un libro de investigación tenga como consecuencia una inspección direccionada de la AFIP, el retiro de la publicidad oficial o el abandono de la obligación del funcionario a suministrar información y responder preguntas; o la alternativa de que la información proporcionada te cueste un escrache o la descalificación en programas de televisión oficiales u oficialistas que pagamos con nuestros impuestos.

Precisamente en uno de esos programas, en enero de este año, el propio Néstor Kirchner reveló cuál es su mirada profunda sobre el ejercicio del periodismo cuando, para explicar cómo, según él, Héctor Magnetto pretendía cambiar apoyo mediático por nuevos negocios, al ex presidente se le escapó que él mismo le preguntó:

–¿Pero qué garantías tengo (de esa protección mediática)?

Lo que el ex presidente quería saber es cuál era la verdadera capacidad de disciplinar a sus periodistas que tiene el CEO de Clarín.

Para ser justos, la idea de disciplinar, silenciar o domesticar a periodistas no es exclusiva de Kirchner.
La practicó Raúl Alfonsín bajo la amenaza de que una información inconveniente podía poner en riesgo la estabilidad democrática. Durante la primera etapa del gobierno radical, quien se atreviera a publicar un dato negativo o una opinión crítica, era calificado de golpista.

También Carlos Menem ejerció presión sobre los periodistas de diferentes modos: desde la presentación serial de demandas millonarias hasta el exitoso pedido a los entonces accionistas de América TV para levantar un programa que mostró por primera vez las imágenes de la pista y de su casa de Anillaco.

Lo que sí es inédito es el nivel de energía y recursos que utiliza el kirchnerismo para evitar que los diarios, las revistas, las radios y la televisión difundan información que ellos consideran perjudicial.

Jamás un gobierno democrático gastó tanto dinero del Estado en financiar, de manera formal a informal, a diarios, revistas, programas de radio (o la radio entera), programas de televisión (o los canales enteros), filósofos, relatores de fútbol, actores y actrices, estrellas de rock, hinchadas de fútbol, blogueros, dirigentes sindicales, sociales y humanitarios. Y nunca otro gobierno logró tanto a cambio de semejante inversión. Desde las tradicionales firmas de solicitadas hasta los ataques virulentos y personales de ex periodistas a colegas con los que antes compartían no sólo el trabajo sino también la vida social.

Así como la dictadura militar dejó como herencia la cultura el miedo y el menemismo nos legó la cultura de la frivolidad, el kirchnerismo, a través de sus acciones para conservar y acumular más poder, dejará marcada, durante muchos años, la cultura de la confrontación, la prepotencia, el autoritarismo y el uso del dinero público y poder del Estado para destruir a quien considera "su enemigo".

Hoy, en el Día del Periodista, el gran desafío es seguir trabajando con excelencia y profesionalismo para evitar que este clima de época lo destruya todo.

 

Publicado en El Cronista