(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) El Presidente Mauricio Macri tuvo una de las mejores semanas de su vida. Centenares de personas lo llamaron para decirle, básicamente, que era el más lindo, el más alto y el más inteligente. En suma: el mejor dirigente político de todos los tiempos. Hasta el domingo, muchas de esas mismas personas dudaban del resultado de las PASO. Incluso temían que Cristina Fernández ganara por más del cinco por ciento de los votos y se posicionará, de manera automática, como candidata a presidenta en 2019.
Pero esta semana no pararon de adularlo. Es más: algunos de ellos se atrevieron a anticipar la posibilidad cierta de postular su reelección. Y muchos incluso confundieron la idea de 20 años ininterrumpidos de crecimiento de la economía con dos décadas seguidas de Cambiemos en el poder.
Solo un grupo reducido de amigos y asesores que valoran y quieren a Macri de verdad se animaron a sugerirle que no cometa el error de agrandarse. De confundir alegría y entusiasmo con soberbia.
De no mezclar festejos con ambición desmedida. De no reemplazar la idea del cambio con la del vamos por todo. La misma que llevó a Cristina al principio de su inevitable camino a la decadencia política.
Y posiblemente, también, a la cárcel. Para equilibrar la locura del poder con las cosas reales de la vida, el martes, Macri fue operado de la rodilla derecha por enésima vez. La verdad es que la tiene muy maltrecha.
La razón estructural es la forma de sus piernas. Para decirlo sencillo: Macri es chueco, pero al revés, y tiene corrido el eje por donde pasa el peso del cuerpo. Para colmo, se la pasa jugando al padel y al fútbol, lo que acelera el desgaste de los cartílagos. El problema de fondo, ahora, es que para curarse, el Presidente debería abandonar de manera definitiva ambos deportes. O hacer una rehabilitación a conciencia, mucho más rigurosa que las anteriores. Quizá no haya sido suficiente, entonces, ni la artroscopia que le hicieron para limpiarle las partes más calcificadas de la rodillas, ni las células madre que se aplicó y que tanto bien le habrían hecho, por ejemplo, al tenista español Rafael Nadal.
Quizá, lo más sano, es que alguien le diga, de una buena vez, que ser Presidente no te hace superman. O inmortal. Que una cosa es desdramatizar los problemas de salud y, otra muy distinta, sobreestimar la capacidad física e intelectual de uno. Y, por supuesto, lo mismo que le haría tanto bien para la vida le debería ser aconsejado para sus acciones públicas y la política.
Es probable que, en el medio de los festejos del domingo pasado, nadie le haya dicho que la mención a la glotonería de Elisa Carrió estuvo fuera de lugar. Muy fuera de lugar. También es posible que tampoco nadie se haya animado a sugerirle que abandone esa pose de banana supermacho que exhibió en el cierre de campaña, en Córdoba. Está claro que en ambos casos intentó descontracturar haciendo chistes de su propia cosecha. Pero fueron chistes malos. Y piantavotos. De esos que revelan parte de la verdadera personalidad de quien los hace.
Pero si nadie se lo dice, tarde o temprano los volverá a repetir, en otras circunstancias y con consecuencias peores. ¿Fueron producto de ese impulso ganador y de soberbia las denominadas picardías de Macri y de Cambiemos de la última semana? Habría que analizar una por una.
Es cierto que Macri, María Eugenía Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Carrió, Gabriela Michetti, Graciela Ocaña, Esteban Bullrich y Gladys González, entre otros, salieron a festejar a las 22:45 del domingo de elecciones, a sabiendas que el resultado en la provincia de Buenos Aires podía ser adverso.
También es verdad que ninguno de los que habló dijo ganamos en la provincia de Buenos Aires o en Santa Fe, donde también se estaba perfilando una suerte de empate técnico. Tampoco hay ningún indicio de que el Poder Ejecutivo haya tomado la decisión consciente de demorar la carga de los datos que llegaban desde las localidades más populosas, donde se tarda más en contar.
En todo caso, lo que si existió fue la decisión de comunicar un clima de triunfo en determinado tiempo y determinada forma. De manera que la opinión pública no se quedara con la sensación de que Cristina estaba ganando. De forma tal que se entendiera primero, como un gran triunfo, lo que sucedió en el resto del país y segundo, como un dato meritorio, el hecho de que se estuviera peleando voto a voto contra la expresidenta de la Nación. Fue una audaz jugada de marketing político.
Astuta, pero legal. Las exageradas acusaciones de secuestro de votos y fraude terminarán afectando más a Unidad Ciudadana que a Cambiemos. Y algo parecido podría decirse de la suspensión y pedido de juicio político contra el camarista Eduardo Freiler que la mayoría transitoria del Consejo de la Magistratura consiguió imponer, a aprovechando la ventana entre la salida abrupta del senador nacional Ruperto Godoy y el demorado ingreso de su colega Juan Mario Pais.
Macri, el consejero del Gobierno Juan Bautista Mahiques y el Presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, movieron ligeramente las piezas para que Freiler pudiera ser suspendido.
Lo hicieron dentro del marco de la legalidad. Lo hicieron a conciencia, convencidos de que la continuidad de Freiler es incompatible con un sistema judicial que se pretende honesto y transparente. Hay indicios serios de que el magistrado se enriqueció de manera ilícita y que sus fallos no fueron a conciencia, sino una apuesta política a favor del ex Frente para la Victoria.
Pero también está claro que el Gobierno lo hizo al límite de la ley y las normas. No por fuera de ellas. Sí en el margen. Para que a nadie le quedaran dudas de que Macri va a seguir tomando riesgos para lograr los objetivos que se propuso.
Ahora mismo el Presidente está revisando el mapa de los ganadores y los perdedores. El mismo se coloca a la cabeza de los primeros, junto con Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Marcos Peña, Carrió, Durán Barba, y candidatos como Ocaña, Eduardo Costa, en Santa Cruz, Claudio Poggi en San Luis, y gobernadores peronistas como Juan Manuel Urtubey, de Salta, y Sergio Uñac, en San Juan. A Sergio Massa, Martín Lousteau, los hermanos Rodríguez Saá, el gobernador de la Pampa, Carlos Verna, y Alicia Kirchner, los coloca claramente en la lista de los perdedores.
Espera que Bullrich le gane a Cristina Fernández en octubre, con los votos de quienes no fueron a las urnas ahora, y muchos de quienes lo acaban de hacer por Massa, Margarita Stolbizer e incluso Florencio Randazzo. Cree que la expresidenta inició un proceso de inevitable declive. Pero no la subestima. Esa lección ya la aprendió. La lesión en su rodilla derecha podría ser, en la semana donde más le inflaron el ego, una buena señal de alerta. Debería prestarle más atención.