Santiago Maldonado era bueno, pacífico, defendía la causa de los mapuches y luchaba contra otras injusticias. No le hacía mal a nadie, no mataba ni siquiera una mosca.
En cambio a él, los gendarmes lo atraparon, lo atacaron lo golpearon y le hicieron quien sabe qué otra cosa más, hasta que lo mataron, o se les murió, y lo hicieron desaparecer. Una vez que lo transformaron en invisible, la ministra Patricia Bullrich decidió proteger a los asesinos y desaparecedores de Santiago.
Lo mismo hizo el Presidente Mauricio Macri para mantener la cohesión de una fuerza que trabaja contra el narcotráfico pero que todavía usa métodos de la dictadura para acallar la voz de la protesta. Macri, basura, vos sos la dictadura, gritan ahora todos los convencidos. "Macri lo mandó a matar y lo hizo desaparecer", aseguró la Presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini. Macri mandó a los servicios a perseguir a unos chicos inocentes y comprometidos a los que les endilgan, de manera mentirosa, haber atacado a policías, incendiado tachos de basura gigante y haber roto vidrieras.
"Esto yo ya lo viví", dice la expresidenta Cristina Fernández, pone cara de compungida en una misa y baja la mirada ante el reproche de la mamá de una de las 52 víctimas de la tragedia de Once, quien la mira a los ojos y le dice: "asesina. ¿Cómo puede usted pedir por Santiago Maldonado y no hacerse cargo de la masacre de Once?".
Pero a Ella nada le hace mella. Continúa con su retórica extraviada. Este gobierno, dice, no tiene legitimidad de origen. De hecho, la exjefa de Estado se negó a participar del traspaso de mando. Hubiera sido, según su particular razonamiento, convalidar el hambre, el ajuste, la represión y la vigencia de un gobierno para ricos. Sus seguidores más delirantes le agregan argumentos más locos todavía.
Rodolfo Tailhade, el denunciador serial de delitos que no son, le grita, en el medio del recinto al jefe de gabinete, Marcos Peña, que los miembros del bloque del Frente para la Victoria solo se quedarían de cuerpo presente a escuchar sus respuestas cuando "devuelvan a Santiago Maldonado". ¿Cree de veras, este impresentable, que el Presidente, la ministra de Seguridad o cualquier otro alto funcionario tienen al cadáver de Santiago guardado en un ropero, o está completamente loco, y se da manija solo?
¿Cómo plantear un debate relativamente honesto ante semejante nivel de prejuicio? Es verdad que todavía no hay una sola prueba que pueda incriminar a la Gendarmería, como tampoco existe una sola evidencia que exculpe a sus hombres de manera definitiva.
Es cierto, además, que en un país como la Argentina, donde las fuerzas armadas y de seguridad perpetraron la matanza más sangrienta de la historia, cualquier agente de uniforme pasa a ser sospechoso hasta que los hechos demuestren lo contrario. Hay, entre las cientos de miles de personas que piden la aparición con vida, sano y salvo, de este artesano y tatuador nacido en 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires, un alto porcentaje de gente coherente, que viene haciendo lo mismo desde 1983, cuando se restauró el sistema democrático.
De hecho, a partir de ese momento y hasta ahora mismo, se produjeron 25 desapariciones forzadas de personas que fueron detenidas por distintas fuerzas de seguridad y se las encontró muertas o no se las halló más.
Pero para ubicarse en tiempo y forma, pasar por encima de las frases hechas y los prejuicios, hay que preguntarse, con la cabeza fría y el corazón caliente: ¿A quién le conviene la desaparición o la muerte de Santiago Maldonado? ¿Quién o quiénes se beneficiarían políticamente con semejante tragedia?
No sería bueno ni conveniente, por supuesto, para la familia directa y los amigos de Santiago, quienes siguen desesperados, aguardando el milagro. No sería bueno, ni conveniente, ni beneficioso, tampoco, para el Gobierno o para Cambiemos.
La coalición gubernamental hizo una excelente elección en agosto, y todo parece indicar que mejorará su perfomance en octubre. Incluso en la provincia de Buenos Aires, donde Cristina ganó por unos pocos miles de votos y seguramente perdería el 22 del mes que viene, según los analistas, por entre tres y siete puntos de diferencia.
¿Puede favorecer la muerte o la desaparición de Maldonado a la oposición racional, representada por el peronismo no cristinista, y liderada por Sergio Massa, Florencio Randazzo y gobernadores como Juan Urtubey, Juan Schiaretti, y Sergio Uñac entre otros? Tampoco. Porque todos ellos apuestan al recambio, pero respetando los tiempos constitucionales, el sistema democrático y el voto popular. ¿Y entonces a quien le convendría, que, literalmente, se termine de pudrir todo?
Nada más y nada menos que a Cristina, porque su futuro político y personal se oscurece cada vez más. Porque la eventual derrota de octubre y la media docenas de causas judiciales que la tienen involucrada en delitos graves la pueden llevar a la cárcel, más temprano que tarde.
Porque más allá de los fueros parlamentarios que ella y su hijo Máximo puedan anteponer para evitar ir a la cárcel su otra hija, Florencia, no tiene la protección mínima para continuar en libertad. Porque todavía ni Cristina ni sus seguidores terminaron de asimilar la derrota de diciembre de 2015 y tampoco parecen dispuestos a aceptar alegremente el resultados de las próximas de octubre. Por eso, lo mejor que podría pasar es que Santiago apareciera vivo. O que se pruebe de una vez que fue lo que le pasó y donde está ahora.