(Columna publicada en Diario La Nación) La ex presidenta Cristina Kirchner y uno de sus principales operadores, Horacio Verbitsky, parecen estar trabajando a destajo para generar un creciente enrarecimiento del clima político. La razón es evidente: ella todavía no terminó de aceptar la derrota de 2015. Encima se ve venir otro fracaso electoral dentro poco. Por eso buscaría, con el impulso de la indignación social por la desaparición de Santiago Maldonado, lo que no puede conseguir a través de los votos.
El descarado aprovechamiento político de esta situación, el reclamo de desplazar a la Gendarmería del futuro escrutinio, la escandalosa ausencia de la ex jefa de Estado durante el traspaso de mando y la comparación del gobierno de Mauricio Macri con una dictadura son solo algunas de las señales que revelan el oscuro propósito.
A los procesos de negación e ira por el duelo que implica la certeza de no volver al poder, en el caso de Cristina, hay que agregar la posibilidad cierta de que, en un futuro no muy lejano, la metan presa. Y no por razones políticas, sino por haber liderado una banda criminal que se confabuló para robarle al Estado.
Las causas Los Sauces y Hotesur avanzan a un ritmo considerable. La que investiga sobreprecios en las obras viales marcha con mayor rapidez todavía. Los fueros que vaya a obtener por su ingreso a la Cámara de Senadores no impediría el inicio de alguno de los juicios orales para fines de este año o principios de 2018.
Su hijo Máximo, desde su banca de diputado, gozaría de una protección relativa. Pero su hija Florencia, a la que involucró incorporándola al directorio de sus empresas y depositando en su caja de seguridad más de 5 millones de dólares, podría correr la misma suerte, y eso constituye el mayor incentivo para apostar a que Macri no termine su mandato.
Los altos funcionarios del Gobierno se dividen en dos grandes bloques: los que la subestiman, porque sienten que ya la derrotaron y los que le siguen temiendo, porque consideran que empezó a funcionar como un animal acorralado y capaz de hacer cualquier cosa. A los primeros los vienen "madrugando" desde diciembre de 2015. De hecho, tardaron más de un año en comprender que Cristina Kirchner les podía complicar la vida de manera muy ostensible. Son los que recibieron en sus domicilios legales las denuncias penales, pero tiradas de los pelos, que ciertos fiscales y jueces aceptaron investigar con el guiño de la Procuradora Alejandra Gils Carbó.
Los que entienden que todavía la ex presidenta posee una considerable capacidad de daño, ven como un error de la ministra Patricia Bullrich haber casi clausurado la posibilidad de que algunos de los agentes de Gendermaría estuvieran involucrados en una posible detención, secuestro y posterior asesinato y desaparición del tatuador.
La aparición del Presidente dejando en claro que el Poder Ejecutivo no descarta ninguna hipótesis mejoró la posición relativa del oficialismo. Sin embargo, Cristina y especialmente el propio Verbitsky saben manejar, como pocos, el fuerte valor simbólico que tiene la palabra desaparecido y la cuestión de los derechos humanos, tal como se entiende hoy en gran parte de la Argentina.
En las últimas horas, todos pudimos comprobar cómo Maldonado se transformó en un mártir y las fuerzas de seguridad en general, y la Gendarmería en particular, en oscuras organizaciones represivas no muy diferentes a las que persiguieron, torturaron y desaparecieron a decenas de miles de militantes durante la dictadura. Los que seguimos el caso pudimos comprender que se acaba de iniciar una peligrosa dinámica. Un nuevo clima donde casi cualquier acto de violencia política parece estar justificado por la bronca y la impotencia de quienes pretenden, con mucha razón, que Santiago aparezca cuanto antes.
Cristina, con el asesoramiento directo de Verbitsky, sabe como nadie que todavía persiste en el imaginario colectivo la idea de que un día, de buenas a primeras, un policía o cualquier miembro de una fuerza de seguridad, puede abusar de su poder y terminar con la vida de cualquiera. Razones no le faltan. Desde 1983 hasta ahora han desaparecido 25 personas, bajo la sospecha de que fueron atacadas por uniformados o policías de civil.
El responsable de Asuntos Internos de la policía de la provincia de Buenos Aires, Guillermo Berra, reconoció la semana pasada una estadística escalofriante: que el 30 por ciento del total de la fuerza está vinculada, directa o indirectamente, a delitos de corrupción como el narcotráfico, la trata de personas, la prostitución, el juego clandestino y la protección ilegal de individuos o comercios. Se trata de casi 30 mil personas con permiso de portar armas y de privar de la libertad a alguien que podría no estar cometiendo un delito.
Verbitsky, a quien Gabriel Levinas, autor del libro Doble agente, lo volvió a acusar de haber trabajado para la dictadura mientras sus compañeros de la agrupación Montoneros eran atrapados, torturados, llevados a centros clandestinos de detención, es un especialista en liderar acciones psicológicas y "trabajarle la moral" a los incautos. Sobre todo, dentro de la franja de menores de 35 años y de trasnochados de más de 60.
Si cualquiera se tomara tiempo de leer los bodoques que escribe y le creyera, entendería que Milagro Sala es una mártir y que Cristina va camino a transformarse en otra mártir todavía más grande. También aceptaría que Macri es un presidente de ultraderecha, filonazi, que no solo gobierna para un puñado de ricos sino que está pendiente de cada negocio que pudiera acaparar. Tampoco dudaría en afirmar que este gobierno está dispuesto a reprimir a todo grupo social que se digna a protestar para defender sus derechos. Menos mal que cada vez lo leen menos.
Pero su lógica no es muy diferente a la tarea de adoctrinamiento que hizo la cúpula de Montoneros, con Mario Firmenich a la cabeza, aprovechándose de la candidez y el sueño revolucionario quienes creían en el Hombre Nuevo. Porque primero los armaron y después decidieron enviarlos a la clandestinidad, momento en que pasaron a transformarse en carne de cañón de un Estado represivo. Su delirante estrategia de cuanto peor mejor, terminó con la vida de miles y miles de personas. Sin embargo ellos, los jefes, siguieron vivitos y coleando, pactando con los militares más sanguinarios, con el dedo levantado y diciéndole al mundo cómo hay que pensar y cómo hay que vivir.
En este sentido, tanto Cristina Kirchner como Horacio Verbitsky funcionan igual: ambos intentaron reescribir su pasado, aunque sus contemporáneos vivos saben qué hicieron, más allá de lo que dicen. Ninguno de los dos tiene el menor sentido de la autocrítica. Al contrario, a pesar de que metieron una y otra vez las manos en el barro, actúan como si fueran inmaculados, por encima del bien y del mal. Ella se mueve dentro de una realidad paralela en la que ni sus políticas ni sus actos de presunta corrupción pueden ni siquiera ser mencionados. Y él posee una moral propia y una ética muy particular cuyos argumentos van cambiando de acuerdo al objetivo y el contexto político. Tanto uno como el otro tienen cada vez menos influencia en el mundo real. Sin embargo, su resentimiento es tan poderoso que alcanza para paralizar a sus adversarios políticos externos e internos.
No hay que sobre ni subestimarlos. Todavía tienen cierta capacidad en el arte de hacer el mal.