Mauricio Macri

  • Cuánto tiempo le queda a Macri

    Para Mauricio Macri, el bien más preciado es el tiempo. Así como Néstor Kirchner anotaba en su cuaderno casi todas las cifras de le economía, el actual Presidente tiene, en la buena administración del tiempo, su máxima obsesión. Del tiempo propio y del tiempo en que deberían hacer efecto las decisiones que tomó y que piensa tomar. Después de ganar las elecciones y antes de su asunción, estaba muy preocupado, entre otras cosas, porque había calculado que no le iba a alcanzar el tiempo para ofrecer, en persona, ministerios y secretarías claves. Y pensaba que saborear esas escenas era indispensable para la energía del nuevo gobierno. Había dividido su agenda en reuniones cara a cara de 15 y 20 minutos, y otras, más importantes, de media hora y 45 minutos. Pero no había caso. No iba a poder contra el tiempo.

    "El momento de ofrecer un cargo, una responsabilidad, es muy intenso. Histórico. Inolvidable. Para ellos y para mí. Y nos lo vamos a perder, por culpa de este traspaso delirante", confesó, entonces, contrariado, a sus amigos. Cuando, por esos días, se puso a pensar en su ciclo vital, y el tiempo que le quedaba, tuvo encuentros muy potentes con su hija Antonia y con su padre, Franco Macri. Y lo habló con su psicoanalista. Le generaba ternura que su pequeña hija tomara con cierta naturalidad su nuevo rol de Presidente, y que su papá, en el medio de un susto médico que casi lo manda a la otra parte, no tuviera plena conciencia de hasta dónde había llegado su hijo. "Representan los dos extremos de la vida. Y todos los días, de paso, me recuerdan que soy mortal. Que la eternidad no existe". También, antes de asumir, Macri estaba obsesionado con salir airoso de lo que denominó el punto de partida".

    En aquellos días, que ya parecen muy lejanos, su gran temor era cómo impactaría el levantamiento del cepo cambiario. Cuando comprobó que no derivaría en una corrida, ni en una megadevaluación inmediata, empezó a dormir mejor, y recién entonces se sintió cómodo en su rol de jefe de Estado. "Es que si el punto de partida hubiera salido mal, toda la gestión hubiese sido contaminada por ese fracaso inicial", explicó después. Fue entonces cuando tomó dos decisiones estratégicas.

    La primera: no hacer hincapié en la herencia explosiva que le dejó la administración de Cristina Fernández. La segunda: no ejecutar un ajuste clásico o nominal, parecido al que pretendió implementar la Alianza en el principio del mandato de Fernando de la Rúa. ¿Por qué no decir con todas las letras, y desde la propia voz del nuevo Presidente, que, además de la mezquindad de su rol en el traspaso, la jefa de Estado saliente entregó el país con una economía desquiciada, una infraestructura igual o peor que antes de 2003, una situación de pobreza estructural alarmante y un gasto público récord, delirante, junto con un sistema de corrupción sistemática, incluso más escandaloso y creativo que el que caracterizó a los malditos años noventa? ¿Por qué no utilizar ese recurso político legítimo, que, además de servir para ganar tiempo de maduración en las decisiones, hubiese sido útil para explicar, por ejemplo, porque no resulta tan fácil bajar un índice de inflación que se viene acumulando y multiplicando desde el año 2007?

    "Porque no queríamos, ni queremos, interrumpir el ciclo de buena onda, confianza y futuras inversiones que vienen para la Argentina a partir del segundo semestre del año. No queríamos que la mala onda se tradujera en brutal enfriamiento de la economía y recesión" explican los que fueron los principales responsables de la campaña y los que manejan el tiempo político y económico de la nueva administración. ¿Es probable que se haya tratado de una decisión equivocada? ¿Es posible que Macri y sus estrategas hayan perdido, con la opción consciente de no hacer hincapié en la herencia, una invalorable oportunidad de prolongar la luna de miel, que todavía continúa pero que es amenazada por la continua alza de precios de la canasta básica?

    El propio Presidente confesó a algunos periodistas que hará alusión a lo que le dejó Cristina en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias. El ala política, representada por el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, quiere poner ese día toda la carne en el asador. En cambio el jefe de gabinete, Marcos Peña, considera que no se le debe dar tanta importancia a lo que representó el kirchnerismo durante la última década.

    "Solo una oportunidad perdida en términos históricos. Solo una época de transición, en la que los gobernantes dijeron que iban a dar vuelta la Argentina, pero la dejaron igual o peor", explicó Peña, palabras más, palabras menos, ante los oídos atentos de un periodista.

    La segunda decisión, la de no implementar un ajuste ortodoxo y de una sola vez, es evidente para cualquier economista que no esté contaminado por el discurso delirante de Axel Kicillof y la expresidenta. Pero el problema que representa es, otra vez, el del tiempo. Es decir: el desfasaje de tiempo. O, para ponerlo en términos más entendibles: la falta de ensamble entre, por ejemplo, las subas de las tarifas de la luz y la recuperación del poder adquisitivo de los salarios.

    El desfasaje entre la notable aceleración del alza de los precios de los alimentos y el momento en que se haga efectivo el pago a los jubilados, la suba de la asignación por hijo, le baja del IVA para algunos alimentos y a favor de los sectores menos favorecidos y el aumento del mínimo no imponible que se va a aprobar, en unas semanas más, en el parlamento. El tiempo que falta para que se confirme la baja real del déficit fiscal y la emisión monetaria mientras se soporta la legítima presión de los sindicatos para que los salarios recuperen el terreno perdido durante el último año.

    También, en este plano, y en el propio seno del Gobierno, hay varias interpretaciones. Una es la que representan Monzó, el intendente de Vicente López, Jorge Macri y los considerados ‘más políticos’. Ellos creen que hay que hacer algo con los formadores de precios ya. Que hay que ser y parecer. Que no hay que transformarse en Guillermo Moreno pero sí mostrar los dientes a los abusadores. Que con cada compra en el supermercado baja un poco más la buena expectativa que todavía conserva esta flamante gestión. Otros, como Peña, consideran que el humor del ‘círculo rojo’ va para un lado, y el del resto de la sociedad va por otro. Que el ciudadano de a pie no está tan pendiente del día a día y de la lógica amor/odio de las redes sociales. Que un área de Defensa de la Competencia convalidada por el Presidente y como funciona en Chile es más efectiva que las amenazas y los golpes de teléfono. Que hay que estar atento pero no volverse loco. Que no hay que tomar decisiones compulsivas ni bajo la influencia del estrés que proponen los medios de comunicación tradicionales.

    En el medio de ambas interpretaciones se encuentra la del Presidente. Macri cree, en efecto, que las cosas, en el mediano y largo plazo, van a mejorar, de manera sustancial. Descuenta que los créditos y las inversiones internacionales se van a multiplicar después del acuerdo con los fondos buitre. Pero está muy preocupado por lo que está sucediendo ahora mismo. Y es porque no coincide con la línea de tiempo que había trazado su obsesión de ingeniero antes de empezar a gobernar. El suponía que ingresaría a marzo con la inflación en baja. Esperaba un segundo semestre de un crecimiento de la economía mayor al que vaticinan la mayoría de los economistas.

    Ahora mismo piensa en cuánto tiempo le queda.

    Cuánto tiempo le queda para que la suba de los precios termine con la luna de miel.

    Cuánto tiempo y espacio político le queda hasta 2017, cuando se realicen las elecciones legislativas de ‘mitad de mandato’.

    Cuánto tiempo le queda hasta que los grandes sindicatos digan basta.

    Cuánto hasta que la oposición se organice y se plantee como una opción.

    En la Argentina, uno de los países donde la opinión pública se muestra más volátil, el tiempo de la política parece siempre más veloz que el de la vida de todos los días.

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  • El círculo rojo está desorientado

    Una buena parte de lo que Mauricio Macri y Marcos Peña denominan el ‘círculo rojo’ sigue descolocado ante las principales decisiones del Presidente que no aparecen en los diarios pero que marcan una conducta determinada.

    Los analistas políticos tradicionales esperaban que la nueva administración cambiara los modos, pero no el sentido de las cosas.

    La semana pasada algunos se enteraron de las directivas que el jefe de Estado le dio a su íntimo amigo Gustavo Arribas, ahora al frente de la Agencia Federal de Inteligencia. "Ni se te ocurra seguir repartiendo sobres a los jueces federales y a los periodistas", le ordenó.

    Esto quiere decir que Macri sospechaba o sabía que esta práctica era moneda corriente en la anterior administración. Y que el hecho de que se tratara de fondos reservados hacía más fácil la distribución irregular de dinero.

    ¿Aparecerá algún día la lista de fiscales, secretarios, jueces y periodistas que formaban parte de la ‘cadena de la felicidad’? Parece que, de a poco, la podrían ir reconstruyendo. ¿Cómo? "Los que recibían su parte están experimentando algo así como un síndrome de abstinencia. Salen de la madriguera, o muestran los dientes, a la espera de alguna novedad", explicaron fuentes seguras, cercanas a la nueva conducción de la AFI.

    También fracasaron los intentos de los directivos de un canal de noticias de cable para hacerle saber al Presidente que lo podrían llegar a tratar muy mal si no establece ‘un acuerdo’ o ‘una tregua’ con sus dueños, quienes explotan negocios muchos más rentables que los medios de comunicación.

    "Hagan lo que quieran. Desde el gobierno nadie va a mover un dedo para impedir que informen u opinen lo que consideran correcto", les respondieron, con algo de formalidad.

    ¿Se trató de una extorsión o solo querían establecer las nuevas reglas de juego? En su momento, el propio Presidente le aclaró, en persona, a un megaempresario kirchnerista: "Nadie lo va a perseguir. Excepto la justicia, en el caso de que haya hecho y siga haciendo las cosas fuera de la ley".

    ¿Acaso a Macri no le importa lo que dicen y hacen los hombres de negocios con poder? ¿No le afectan lo que escriban o digan los periodistas?

    El asunto es un poco más complejo. En ‘Cambiamos’, el libro de Hernán Iglesias Illa, se pueden encontrar algunas pistas. Los que trabajaron en la campaña presidencial consideran que Néstor y Cristina sobrevaloraron la importancia de los medios. Que, por un lado, prostituyeron a muchos periodistas y contaminaron a varios con dinero público, y por el otro inflaron el ego de colegas y multimedios que "ayudaron a evitar que Argentina se convierta en Venezuela".

    Ahora consideran que se debe transitar un camino ‘menos dramático‘. Un poco ‘más normal‘. Más parecido a otros países. Donde los medios y los periodistas sean importantes pero no determinantes. Con una pauta oficial destinada a comunicar y no a subsidiar a periodistas sin audiencia ni trayectoria o a falsos medios. Distribuida con un criterio lógico y que pueda ser plasmado en un proyecto de ley.

    Pero este ‘cambio‘ no será de la noche a la mañana. Porque la Secretaría de Medios dependiente de la Jefatura de Gabinete dispone, para este año, 2016, de una pauta de entre 1.500 y 1.800 millones de pesos, pero tiene una deuda, de la anterior administración, de unos 800 millones de pesos, entre la carga ‘documentada’ y la ‘no documentada’ que reclaman los proveedores.

    ¿Podrán los nuevos inquilinos de la Casa Rosada torcer el brazo al ‘sistema‘ y lograr imponer su lógica de ‘normalidad’?

    Como se sabe, Macri también le pidió a la gobernadora María Eugenia Vidal que rechazara la eventual oferta de valijas con dinero en efectivo provinientes de la recaudación ilegal de las seccionales policiales y del Servicio Penintenciario Federal.

    Y ella cumplió la directiva al pie de la letra. La gobernadora todavía cree que esa decisión, entre otras, fue la que facilitó la fuga de los hermanos Lanatta y Víctor Schilacci. Pero ahora, los oficiales y suboficiales de la Bonaerense con más de 10 años de antigüedad están empezando a comprender que ‘la cosa va en serio’.

    El ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, se los hizo saber a los ‘viejos’ y los ‘nuevos’ intendentes, acostumbrados a elegir a los comisarios de su localidad. "‘Si los delitos o los casos de vista gorda crecen en tu territorio, los vecinos se van a enterar más temprano que tarde, porque vamos a publicar los datos en una base con acceso al público y a los periodistas"‘, explicó a más de uno. Y también les dijo que, a los comisarios, a partir de determinado momento, los eligirá el gobierno de la provincia, y no los intendentes.

    De cualquier manera, transformar a la Policía de la Provincia en una fuerza transparente y eficiente no será, tampoco, de la noche a la mañana. Para empezar, Ritondo va a tener que equiparla con la tecnología básica: hoy hasta los delincuentes más improvisados pueden escuchar la frecuencia policial y enterarse de cómo se mueven cada uno de los agentes.

    Lo mismo que pasa en la provincia sucede a nivel político, judicial y también entre los dueños de empresas y gerentes generales que trabajan como lobbistas.

    A esta parte del ‘círculo rojo’, ‘la mesa chica’ de Macri la denomina ‘el sistema’. ‘El sistema’ esperaba que el Presidente enviara un fuerte mensaje a los jueces para que estos avanzaran en las causas donde aparecen involucradas las figuras emblemáticas del anterior gobierno.

    También esperaba que los ‘capitalistas amigos‘ de Néstor y Cristina fueran reemplazados, de manera inmediata, por otros ‘más presentables’ y con mayor capacidad de negocios.

    Pero parece que Macri todavía no emitió ninguna señal. A lo sumo le mandó a decir, a más de un empresario que conoce desde hace años, que no iba a ser discriminado por haber apoyado ostensiblemente a Daniel Scioli en la campaña, pero que tampoco iba a tener un tratamiento de privilegio, porque a partir de ahora tendría que salir a competir.

    Los fiscales, los secretarios de juzgados y los jueces que ‘pidieron instrucciones’ recibieron un mensaje parecido. "Hagan lo que tengan que hacer, dentro de la ley y no por razones políticas".

    Hasta ahora, ni Macri, ni Peña ni los que toman las decisiones estratégicas de la nueva administración tienen miedo de que esto sea interpretado como ‘falta de voluntad política’ para ‘meter presos’ a quienes cometieron delitos.

    Ponen como ejemplo el caso de Milagro Sala. "No vamos a negar que el gobernador Gerardo Morales hizo todo lo que pudo para que empezaran a investigarla como corresponde. Pero ahora la causa continúa por le exclusiva decisión de la justicia provincial. Y nosotros no tenemos nada que hacer allí. Es el resultado de la creación de un Estado paralelo con la suma de la reacción de fiscales y jueces que fueron amenazados por Milagro, perseguidos y humillados durante años, y sin la posibilidad genuina de aplicar le ley", consideró una alta fuente del gobierno nacional.

    ¿Esto quiere decir que a ex funcionarios como Amado Boudou, Guillermo Moreno, Aníbal Fernández o la mismísima Cristina Fernández les puede pasar lo mismo que a Milagro Sala? "Esto quiere decir que si los jueces deciden condenarlos y detenerlos, y tienen los argumentos jurídicos necesarios para hacerlo, el Presidente no va a mover un dedo para evitarlo. Al contrario: va a poner a disposición a todas las fuerzas del Estado para que acaten la decisión de los magistrados", explicó, con el mismo lenguaje formal, uno de las figuras más influyentes del gabinete del nuevo jefe de Estado.

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  • Las vidas cruzadas de Mauricio, Néstor y Cristina

    El presidente Mauricio Macri está recorriendo el camino inverso al que transitaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Es decir: el de la sospecha hacia la búsqueda de transparencia. Macri creció en el mundo de los negocios y fue testigo privilegiado de las trampas y las ventajas de las que se sirvió su padre, Franco Macri, para levantar un imperio económico que con el tiempo se fue achicando hasta perder la mínima influencia. Los detalles de cómo lo hizo se pueden encontrar en Los dueños de la Argentina, publicado en abril de 1992. Necesitó muchas horas de psicoanálisis para comprender que su padre todavía compite con él. También necesitó mucho dinero para pagar a los abogados por asuntos judiciales en los que Franco lo habría metido sin consultar.

  • Macri promete, ¿puede cumplir?

    El Presidente Mauricio Macri está convencido de que en julio o agosto la inflación bajará a menos de dos puntos y que a partir de fin de año la Argentina empezará a crecer, aunque a tasas moderadas. ¿Es un nuevo acto de fe o sus predicciones tienen algún rigor científico? Ya, antes de asumir, había anticipado que el solo cambio de gobierno haría que el mundo volviera a creer en Argentina y provocar una explosión de inversiones.

    Pero nada de eso sucedió. Al contrario: lo que pasó es que la economía se vio afectada por el ajuste, los tarifazos, la inflación y los despidos en el sector público. Muy pocos economistas y políticos de la oposición, en privado, son capaces de negar que los aumentos de tarifas como las de la luz, el gas y el agua fueron imprescindibles para ordenar la economía. El problema es que el conjunto de la política económica está generando más preocupación que esperanza, y el timing para decidir y comunicar, por ejemplo, la última suba del 10% en el precio de la nafta, contaminó el clima de amesetamiento de precios que empezaba a hacerse notar. "Las primeras inversiones desde el exterior comenzarán a tener impacto en la economía real recién a partir del año que viene", me dijo un banquero que prepara el papeleo de algunos fondos de inversión. Afirmó que es el tiempo mínimo que necesitan quienes deciden en el mundo para convencerse que la Argentina dejó de estar más cerca de Venezuela que de los ‘países normales’. El otro gran problema que tiene el país son los formadores de precios. "¿Por qué no abrimos las importaciones? ¿Por qué no los empezamos a multar, así comprenden que esto va en serio?" preguntó Macri a su gabinete económico, en febrero, después de la segunda o tercera aceleración de precios de los alimentos y los insumos básicos. "Porque nosotros no somos así", le respondió el jefe de gabinete, Marcos Peña. Le faltó agregar la palabra ‘intervencionistas’. De cualquier manera, la primera decepción de Macri con los hombres de negocios sirvió para activar la creación de una nueva área de Defensa de la Competencia, cuyo objetivo principal es evitar la cartelización. El problema, otra vez, es que la flamante Defensa de la Competencia se mueve más lento que la realidad. "Mientras nosotros nos organizamos, ellos siguen remarcando los precios en las góndolas", explicó la diputada nacional Elisa Carrió, quien prepara una batería de denuncias para demostrar que los hipermercados se cartelizan y alimentan la inflación por encima de los incrementos de las tarifas y el ‘sinceramiento general’ de la economía. Las últimas decisiones de los formadores de precios parecen darle la razón a la diputada. Porque desde hace diez días están empezando a vender con precios de hasta un 30 o un 40% menos, alimentos que se pueden echar a perder, como los fideos de paquete. "Estaban sobregirados, y se encontraron con que la gente dijo: ‘basta. No compro más’.

    Entonces tuvieron que bajar los precios de prepo", me explicó un consultor económico. Carrió no desea transformarse en Guillermo Moreno, pero quiere hacer uso de la ley y poner en evidencia que algunos grupos económicos, al subir los precios sin justificación, están cometiendo delito. "Es mejor hacerlo ahora, mientras el gobierno conserve un alto índice de apoyo y confianza, que cuando la inflación se vuelva incontrolable, porque eso le pasó a (Raúl) Alfonsín, y después la Argentina tuvo que soportar una década de menemismo explícito", me dijo un dirigente radical que forma parte de Cambiemos y que es escuchado por el Presidente cada vez con más atención. Carrió parte de la idea básica de que a los hombres de negocios les importa un pito el futuro del país, y que no hay que esperar de ellos gestos altruistas o de apoyo, porque no forma parte de su naturaleza.

    "Lo peor y lo más duro ya pasó", insiste el ministro Francisco ‘Pancho’ Cabrera, a quienes sus compañeros de gabinete critican por su presunta ‘incapacidad" para contener a los empresarios que deciden. Ahora el Presidente le encomendó que les arranque el compromiso formal de que no van a despedir a nadie durante los próximos 180 días, pero los representantes de las distintas cámaras le mandaron a decir que no pueden asumir semejante promesa frente a todas y cada una de las empresas del país. Otro inconveniente adicional que desvela a Macri son los ‘acuerdos políticos’ que reclaman los gobernadores y que todavía el ministro Rogelio Frigerio no terminó de honrar. Los mandatarios necesitan plata fresca. Y el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, no la termina de autorizar, con el argumento de que el Presidente les exigió una fuerte baja del déficit de acá hasta junio o julio. Frigerio, pero también el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, insisten en que precisan girar los fondos ya, antes de que la cámara de Diputados termine aprobando la ley antidespidos y deje al descubierto la debilidad política estructural que tiene Cambiemos en el Parlamento.

    El plan de obras públicas de $ 220 mil millones para salir de la recesión y que invita a las provincias y los municipios a diseñar y manejar sus propios proyectos, con la aprobación final del gobierno nacional, apunta a ‘matar varios pájaros de un tiro’. Primero, tiene como objetivo mejorar la infraestructura del país, sin privilegiar a ninguna provincia en particular, como lo hicieron Néstor Kirchner y Cristina con Santa Cruz y otros distritos amigos. Segundo, apunta a comprometer a gobernadores e intendentes, para que no saquen los pies del plato en el Parlamento y no traten de imponer proyectos que ponga en juego ‘el rumbo económico’ que proyecta el gobierno. Y tercero, pretende generar un sistema de licitaciones transparentes y verificables, donde ganen las mejores empresas o no las compañías de los amigos. "Ya no habrá más lugar para los Lázaro Báez ni los Cristóbal López", se lo oyó decir al Presidente la semana pasada. Al mismo tiempo reveló que su primo, Angelo Calcaterra, ya habría encontrado comprador para su empresa constructura, IECSA, y que su amigo Nicolás Caputo está a punto de salir de la sociedad que ganó las últimas licitaciones para refaccionar y acondicionar los establecimientos educativos de la Ciudad. Al jefe de Estado le parece injusto que sus parientes y sus amigos tengan que desprenderse de sus negocios para no alimentar el estado de sospecha que generaron los ‘empresarios’ de Néstor y Cristina.

    Sin embargo, no le quedará más remedio que aceptarlo, si pretende mantener en alto las banderas de la transparencia y la honestidad. En las últimas horas, también se lo oyó quejarse por la decisión del fiscal Federico Delgado y el juez Sebastián Casanello de hacer lugar a la ampliación de denuncia del diputado del Frente para la Victoria, Darío Norman Martínez, quien pretende que Macri diga de cuántas offshore formó parte, más allá de las que se le detectaron en los denominados Panamá Papers. "Yo no tengo ningún problema en dar explicaciones a la justicia todas las veces que sea necesario. Pero espero que la vara sea igual de alta para todos. Y también espero que los fiscales y los jueces hablen más por sus fallos que para salir en la tapa de los diarios" protestó. No le gustó, en especial, que Delgado, un fiscal no tradicional, haya puesto en su boca que debe investigar si Macri quiso ocultar información o si, en todo caso "se le escapó la tortuga". "No es la manera en la que un fiscal de Estado debería referirse a un presidente, no importa el signo político al que pertenezca", precisó.

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  • Mauricio y Cristina, en un momento crucial

    Tanto el presidente Mauricio Macri como su antecesora, Cristina Kirchner, atraviesan un momento crucial. Lo que ocurra en los próximos 60 o 90 días terminará definiendo no sólo buena parte de sus vidas. También configurará el rumbo hacia donde se dirigirá el país en los próximos años. Digamos, para ser más precisos, que se pondrá en juego, por un lado, el "modelo económico y social" por el que apuesta Cambiemos. Y además se empezará a determinar hacia dónde se disparará elmani pulite "a la bartola" que, lejos de dar señales de agotamiento, amenaza con seguir avanzando a un ritmo de vértigo.

    Se sabrá, en definitiva, si después del proceso de "sinceramiento" de le economía, bajará la inflación y se iniciará el círculo virtuoso del crecimiento, o si el malhumor social ganará la carrera contra el tiempo y pondrá a Macri en una situación parecida a la atravesó el gobierno de Fernando de la Rúa. Le atribuyen a la ex presidenta haber vaticinado: "Si Macri arregla con los fondos buitre se garantizará ocho años de gobierno". Quizá sea una lectura simplista y apresurada. El pronóstico del propio Macri no incluye, por ahora, su propia reelección. Sin embargo, el Presidente sí parece impregnado de un optimismo a prueba de balas. Dice, por ejemplo, cuando le preguntan por el futuro inmediato: "La inflación bajará a menos de dos puntos mensuales en septiembre. Las inversiones están llegando todos los días, el blanqueo será tan exitoso como la salida del cepo y el acuerdo con los holdouts. La Argentina se transformó en la niña bonita del planeta. Si el país recibiera solo el 1% del capital del mundo dispuesto a invertir, el futuro que nos espera no tendrá antecedentes en la historia reciente".

    Su apuro por pasar del modo "populista con bomba de tiempo" incluido al modelo "ordenador" que le permita poner la proa "hacia el desarrollo" le impidió detenerse en el alto impacto social que produjo y sigue produciendo el "sinceramiento". Desde la imposibilidad práctica de los clubes de barrio de pagar un aumento de agua, luz y gas hasta el parate en las empresas de no más de cinco empleados y de sectores sensibles de la economía como el de la construcción y la industria automotriz. Para él, la discusión sobre la ley denominada antidespidos es un caso testigo donde se juegan cosas "más profundas" que una "derrota política" en el Congreso. El jefe del Estado cree que, en este tema, se pone de manifiesto "el modo clásico de la manipulación de la realidad" que según él practica parte del peronismo, mezclado con la discusión sobre el rumbo económico que, para él, es innegociable. "No es verdad que se están produciendo despidos masivos. No es cierto que con el proyecto los empresarios vayan a salir corriendo a tomar gente. Lo que quieren hacer es poner en tela de juicio mi autoridad política. Si la ley sale, la voy a terminar vetando", explicó. A Macri no le sorprendió que los soldados más "fieles" del Frente para la Victoria y parte del Frente Renovador se pudieran llegar a juntar para intentar torcerle el brazo. "En el fondo, lo que pretenden es que al Gobierno le vaya mal, porque sienten que es la única forma de que a ellos les puede ir un poco mejor", se le escuchó decir. De cualquier modo, Massa tiene más tiempo que Cristina o que Daniel Scioli para construir su propio futuro.

    La ex presidenta debería estar afligida por la posibilidad de terminar condenada y eventualmente privada de su libertad en un plazo no demasiado lejano. Hay dos lecturas diferentes sobre la cuestión. Ambas atraviesan a distintos sectores del gobierno y de la oposición. La primera es una hipótesis clásica, basada en la historia reciente del sistema judicial. Según esta corriente, lo que estamos viviendo ahora es sólo una movida pour la galerie. Y se desinflará en el momento exacto en que "el sistema" empiece a enfrentar la posibilidad cierta de meter a Cristina presa. Ellos explican, como sostiene Elisa Carrió, que las pruebas estaban "desde hace tiempo" y que las decisiones de magistrados como Sebastián Casanello y Julián Ercolini se debían haber tomado mucho antes. Desconfían. Otros en cambio creen que se trata de una dinámica sin retorno. O, para usar una figura, de un cohete lanzado hacia la Luna que nadie podrá detener hasta que llegue a destino.

    Entre el esquema de análisis de unos y otros se repiten las mismas diferencias que había entre quienes sostenían que Scioli había ganado antes de competir y quienes, con las encuestas cualitativas en la mano, afirmaban que Macri tenía una posibilidad de llegar a la presidencia. Los socios del club de los escépticos repiten: si antes transaron con los operadores judiciales de Néstor y Cristina, ¿por qué de ahora en más se van a comportar diferente? La respuesta más corta es sencilla: porque ahora cambiaron las condiciones estructurales. La respuesta más larga contiene datos que están a la vista, y otros menos evidentes. Para empezar por lo más obvio: Ricardo Jaime está preso, y el mismo Julio De Vido, hasta hace poco un "intocable", podría ser procesado en las próximas horas por la misma causa, la de la compra de vagones en mal Estado, por lo que tarde o temprano podría correr la misma suerte del ex secretario de Transporte. Para seguir, Lázaro Báez, testaferro y socio de Néstor Kirchner, también vive dentro de una cárcel, y ya no sonríe más. Los escépticos dicen que esto sucedió sólo por el impacto que tuvo en la opinión pública el video de Daniel Pérez Gadín y Martín Báez contando plata. Los analistas menos tradicionales y más informados explican que fue el fiscal Guillermo Marijuan el que facilitó las condiciones para que Leo Fariña hablara; que más allá de las chicanas, Casanello está trabajando a "derecho" y con celeridad, que la Sala II de la Cámara Federal presiona en el buen sentido para impulsar la investigación y que el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, se constituyó en garantía para que nada se detenga. Los incrédulos afirman que hasta que la larga mano de la Justicia llegue a la propia Cristina y se empiece a tramitar el juicio oral pasarán por lo menos nueve años. Pero quienes están al tanto de los expedientes Hotesur, Los Sauces y la ruta del dinero K creen que los tres terminarán formando parte de una megacausa que será elevada a juicio oral, a más tardar, el año que viene.

    Un último dato: entre los más optimistas se encuentra el propio Macri, quien le hizo saber a Carrió, la semana pasada, que no hará nada para obstaculizar este proceso. Lo mismo les mandó decir a los que pretendieron extorsionarlo, en nombre de Lázaro, Cristóbal López y De Vido. "No voy a levantar el teléfono para impedir que nadie vaya preso", los paró en seco. Les aclaró que ni siquiera la amenaza de complicarles la vida a su padre, Franco; a su primo Angelo Calcaterra, o a su amigo Nicolás Caputo van a hacerlo cambiar de opinión.

    Publicado en La Nación