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- Escrito por Luis Majul
Una buena parte de lo que Mauricio Macri y Marcos Peña denominan el círculo rojo sigue descolocado ante las principales decisiones del Presidente que no aparecen en los diarios pero que marcan una conducta determinada.
Los analistas políticos tradicionales esperaban que la nueva administración cambiara los modos, pero no el sentido de las cosas.
La semana pasada algunos se enteraron de las directivas que el jefe de Estado le dio a su íntimo amigo Gustavo Arribas, ahora al frente de la Agencia Federal de Inteligencia. "Ni se te ocurra seguir repartiendo sobres a los jueces federales y a los periodistas", le ordenó.
Esto quiere decir que Macri sospechaba o sabía que esta práctica era moneda corriente en la anterior administración. Y que el hecho de que se tratara de fondos reservados hacía más fácil la distribución irregular de dinero.
¿Aparecerá algún día la lista de fiscales, secretarios, jueces y periodistas que formaban parte de la cadena de la felicidad? Parece que, de a poco, la podrían ir reconstruyendo. ¿Cómo? "Los que recibían su parte están experimentando algo así como un síndrome de abstinencia. Salen de la madriguera, o muestran los dientes, a la espera de alguna novedad", explicaron fuentes seguras, cercanas a la nueva conducción de la AFI.
También fracasaron los intentos de los directivos de un canal de noticias de cable para hacerle saber al Presidente que lo podrían llegar a tratar muy mal si no establece un acuerdo o una tregua con sus dueños, quienes explotan negocios muchos más rentables que los medios de comunicación.
"Hagan lo que quieran. Desde el gobierno nadie va a mover un dedo para impedir que informen u opinen lo que consideran correcto", les respondieron, con algo de formalidad.
¿Se trató de una extorsión o solo querían establecer las nuevas reglas de juego? En su momento, el propio Presidente le aclaró, en persona, a un megaempresario kirchnerista: "Nadie lo va a perseguir. Excepto la justicia, en el caso de que haya hecho y siga haciendo las cosas fuera de la ley".
¿Acaso a Macri no le importa lo que dicen y hacen los hombres de negocios con poder? ¿No le afectan lo que escriban o digan los periodistas?
El asunto es un poco más complejo. En Cambiamos, el libro de Hernán Iglesias Illa, se pueden encontrar algunas pistas. Los que trabajaron en la campaña presidencial consideran que Néstor y Cristina sobrevaloraron la importancia de los medios. Que, por un lado, prostituyeron a muchos periodistas y contaminaron a varios con dinero público, y por el otro inflaron el ego de colegas y multimedios que "ayudaron a evitar que Argentina se convierta en Venezuela".
Ahora consideran que se debe transitar un camino menos dramático. Un poco más normal. Más parecido a otros países. Donde los medios y los periodistas sean importantes pero no determinantes. Con una pauta oficial destinada a comunicar y no a subsidiar a periodistas sin audiencia ni trayectoria o a falsos medios. Distribuida con un criterio lógico y que pueda ser plasmado en un proyecto de ley.
Pero este cambio no será de la noche a la mañana. Porque la Secretaría de Medios dependiente de la Jefatura de Gabinete dispone, para este año, 2016, de una pauta de entre 1.500 y 1.800 millones de pesos, pero tiene una deuda, de la anterior administración, de unos 800 millones de pesos, entre la carga documentada y la no documentada que reclaman los proveedores.
¿Podrán los nuevos inquilinos de la Casa Rosada torcer el brazo al sistema y lograr imponer su lógica de normalidad?
Como se sabe, Macri también le pidió a la gobernadora María Eugenia Vidal que rechazara la eventual oferta de valijas con dinero en efectivo provinientes de la recaudación ilegal de las seccionales policiales y del Servicio Penintenciario Federal.
Y ella cumplió la directiva al pie de la letra. La gobernadora todavía cree que esa decisión, entre otras, fue la que facilitó la fuga de los hermanos Lanatta y Víctor Schilacci. Pero ahora, los oficiales y suboficiales de la Bonaerense con más de 10 años de antigüedad están empezando a comprender que la cosa va en serio.
El ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, se los hizo saber a los viejos y los nuevos intendentes, acostumbrados a elegir a los comisarios de su localidad. "Si los delitos o los casos de vista gorda crecen en tu territorio, los vecinos se van a enterar más temprano que tarde, porque vamos a publicar los datos en una base con acceso al público y a los periodistas", explicó a más de uno. Y también les dijo que, a los comisarios, a partir de determinado momento, los eligirá el gobierno de la provincia, y no los intendentes.
De cualquier manera, transformar a la Policía de la Provincia en una fuerza transparente y eficiente no será, tampoco, de la noche a la mañana. Para empezar, Ritondo va a tener que equiparla con la tecnología básica: hoy hasta los delincuentes más improvisados pueden escuchar la frecuencia policial y enterarse de cómo se mueven cada uno de los agentes.
Lo mismo que pasa en la provincia sucede a nivel político, judicial y también entre los dueños de empresas y gerentes generales que trabajan como lobbistas.
A esta parte del círculo rojo, la mesa chica de Macri la denomina el sistema. El sistema esperaba que el Presidente enviara un fuerte mensaje a los jueces para que estos avanzaran en las causas donde aparecen involucradas las figuras emblemáticas del anterior gobierno.
También esperaba que los capitalistas amigos de Néstor y Cristina fueran reemplazados, de manera inmediata, por otros más presentables y con mayor capacidad de negocios.
Pero parece que Macri todavía no emitió ninguna señal. A lo sumo le mandó a decir, a más de un empresario que conoce desde hace años, que no iba a ser discriminado por haber apoyado ostensiblemente a Daniel Scioli en la campaña, pero que tampoco iba a tener un tratamiento de privilegio, porque a partir de ahora tendría que salir a competir.
Los fiscales, los secretarios de juzgados y los jueces que pidieron instrucciones recibieron un mensaje parecido. "Hagan lo que tengan que hacer, dentro de la ley y no por razones políticas".
Hasta ahora, ni Macri, ni Peña ni los que toman las decisiones estratégicas de la nueva administración tienen miedo de que esto sea interpretado como falta de voluntad política para meter presos a quienes cometieron delitos.
Ponen como ejemplo el caso de Milagro Sala. "No vamos a negar que el gobernador Gerardo Morales hizo todo lo que pudo para que empezaran a investigarla como corresponde. Pero ahora la causa continúa por le exclusiva decisión de la justicia provincial. Y nosotros no tenemos nada que hacer allí. Es el resultado de la creación de un Estado paralelo con la suma de la reacción de fiscales y jueces que fueron amenazados por Milagro, perseguidos y humillados durante años, y sin la posibilidad genuina de aplicar le ley", consideró una alta fuente del gobierno nacional.
¿Esto quiere decir que a ex funcionarios como Amado Boudou, Guillermo Moreno, Aníbal Fernández o la mismísima Cristina Fernández les puede pasar lo mismo que a Milagro Sala? "Esto quiere decir que si los jueces deciden condenarlos y detenerlos, y tienen los argumentos jurídicos necesarios para hacerlo, el Presidente no va a mover un dedo para evitarlo. Al contrario: va a poner a disposición a todas las fuerzas del Estado para que acaten la decisión de los magistrados", explicó, con el mismo lenguaje formal, uno de las figuras más influyentes del gabinete del nuevo jefe de Estado.
Publicado en El Cronista
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¿Qué les pasa a ciertos seguidores de Néstor y Cristina? Pululan como autómatas por las redes sociales y por las puertas de entrada de los organismos públicos. Gritan consignas sin argumentos. Presentan como denuncias gravísimas hechos que podrían ser motivo de orgullo para los "acusados". Usan la palabra "gorila" como un insulto todoterreno. Sin embargo, cuando les preguntás si saben de dónde viene el calificativo o quién era Héctor J. Cámpora, te miran con una cara de desconcierto que provoca más pena que bronca. ¿Qué les pasa a los chicos (y grandulones) que andan por la vida tan cargados de odio y resentimiento? ¿Están así porque el Frente para la Victoria perdió las elecciones? ¿Se les atascó el disco rígido de la soberbia y no terminan de cumplimentar el duelo de la derrota? ¿Están envenenados porque se creían los dueños del Estado y ahora se les acaban los privilegios, las prebendas y los contratos fáciles? ¿En serio piensan que en apenas 45 días se puede responsabilizar al nuevo gobierno de "matar de hambre a la gente", "multiplicar la desocupación" e "instaurar la censura" en la Argentina? ¿Por qué se niegan a escuchar lo que el otro tiene para decir? ¿Quién les hizo creer que poseen la superioridad moral suficiente para sentirse mejores que los semejantes que no piensan como ellos? ¿De qué manual de práctica política sacaron la idea de que quienes ingresaron al Estado como recompensa a su militancia tienen que quedarse en sus puestos y resistir, como si esto fuera una dictadura? ¿Dónde figura que si no les renuevan sus contratos tienen que recibir una indemnización millonaria? ¿Pueden estar tan afectados, desde el punto de vista emocional y mental, como para festejar el principio de incendio en las instalaciones de TN y Canal 13? ¿Tanto los dañó la política de Estado de odio, resentimiento, ignorancia y consignismo que Néstor y Cristina desparramaron con su enorme chequera proveniente del pago de los impuestos de todos y todas?
Empecemos de nuevo. Aunque todavía no se conocen los índices de precios que miden la inflación, está claro que viene aumentando todo de manera exponencial. Incluso se le puede achacar al gobierno de Macri poca sensibilidad social. Y también falta de voluntad para disciplinar a los formadores de precios. En especial a los que fijan el valor de alimentos como la carne y los lácteos. Se podría agregar, además, que los aumentos de la tarifa de la luz, antes de la discusión paritaria y en medio de una aceleración del incremento de los precios, tienen más pinta de ajuste clásico que de decisión gradualista. Se puede, todavía, ir más allá y compartir la idea de que se debe tener mucho cuidado a la hora de desafectar un empleado público y analizar caso por caso, sin ningún prejuicio.
Pero para llegar a estas críticas "de la resistencia" tan tempranas y definitivas, ¿no sería imperioso, al mismo tiempo, reconocer que no hay índice de precios porque el Indec fue copado, desde el año 2006, por patotas que se dedicaron a perseguir a los mejores técnicos de la organización? ¿No se debería admitir que, además de la devaluación que provocó la salida del cepo, los Precios Cuidados se dejaron de cuidar en el mismo instante en que la mayoría del gobierno anterior cayó en la cuenta de que Daniel Scioli perdería? ¿No deberían aceptar que era una locura política, económica, social y cultural el congelamiento de las tarifas de energía eléctrica si al mismo tiempo los precios, en su conjunto, habían aumentado cientos y miles de veces, y que ese congelamiento explica en parte el colapso del sistema energético de la Argentina? ¿No se debería reconocer que es una maniobra completamente irresponsable designar más de 20.000 empleados públicos en menos de un mes, para no hablar de los más de dos millones de funcionarios de distinto rango que ingresaron al Estado desde 2003?
Si se trata de ser y parecer más nacional y popular, ¿por qué abandonar la soberanía energética que la Argentina tenía antes de 2003? ¿Por qué dejar de medir la pobreza, si tanto les importaban a Néstor y Cristina los sectores sociales más desprotegidos? ¿No insultó la inteligencia de millones de argentinos el ex ministro Axel Kicillof cuando adujo que medir la pobreza significa estigmatizar a los pobres? ¿Por qué no discutir con honestidad intelectual si el clientelismo y la corrupción sistemática son políticas virtuosas o atajos de los líderes del Frente para la Victoria con el objetivo de ganar elecciones y llenarse los bolsillos de manera personal?
Militantes del proyecto nacional y popular, ¿de verdad creen que los pagos millonarios que hizo Lázaro Báez a los hoteles de Cristina Fernández y Máximo Kirchner por habitaciones que muchas veces no se usaron son un invento de Clarín, la Corpo, los afiliados de Pro y de Cambiemos? ¿Ignoran acaso muchos de los que encabezan "la resistencia" que el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio ya plantearon la hipótesis de que se trataría del delito de lavado de dinero y que el pago irregular de Báez se podría interpretar como un "retorno", en agradecimiento al otorgamiento de por lo menos ocho mil millones de pesos en obra pública que el gobierno nacional le concedió a la empresa Austral Construcciones? ¿Esos asuntos, tan evidentes y escandalosos, pueden considerarse también parte del debate político o sólo se trata de gritar "gorila" o poner los dedos en V y vociferar "¡Aguante Néstor!", "¡Aguante Cristina!"?
Una vez más: Macri debería hacer efectivo el anuncio de impedir a las distribuidoras de energía eléctrica el reparto de dividendos si antes no usan el dinero del aumento de tarifas para invertir en el sistema. También debería intervenir en el mercado si los formadores de precios siguieran apostando al descontrol. Y además debería pedir a sus ministros que se ocuparan de revisar cada despido considerado injusto. Pero ¿en serio consideran que Cristina dejó un país parecido a Suecia y Macri lo está transformando, en pocos días de gestión, en una republiqueta bananera? A estos nuevos autómatas de la Argentina les sugeriría que no gritaran ni insultaran más. Que fueran honestos consigo mismos. Y que empecemos a intercambiar ideas sobre datos y cuestiones efectivas y comprobables. Porque cada vez se van encerrando más. Y se están retorciendo en su propio ensañamiento. Y, con todo respeto, el periodismo déjenlo para los periodistas profesionales. Somos los que amamos el oficio, más allá del gobierno de turno, los que estamos contando cómo balearon los gendarmes a los chicos de la murga de la villa 1-11-14. O los que estamos dejando constancia de la explosión de precios que está pulverizando el poder adquisitivo de los que menos tienen. Ustedes sigan haciendo política, pero dejen de gritar, de mentir y de insultar. Porque están cada vez más lejos de la realidad y también más lejos de la mayoría de la gente.
Publicado en La Nación
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La transición desde la locura política del gobierno que terminó a la normalidad que pretende instaurar Mauricio Macri está repleta de inconvenientes.
La no renovación de cerca de 8000 contratos públicos sobre los 30.000 o 40.000 que se firmaron en los últimos días de Cristina Fernández entre gallos y medianoche no debería considerarse como una medida injusta, sino como la consecuencia directa de decisiones previas demagógicas e irresponsables. Está claro que ningún organismo del Estado puede funcionar como reservorio de la militancia. Así como ninguna economía sana puede crecer en base a la multiplicación interminable del empleo público. Sin embargo, si todos los días aparece una noticia sobre nuevos despidos, es probable que la mayoría de quienes no votaron a Cambiemos y aún muchos de los que sí lo hicieron, confundan esta política de retorno a cierta normalidad con un ajuste clásico, hecho y derecho.
La suba de la tarifa de la electricidad, que en la mayoría de los casos se multiplicará por seis, no se podría entender si antes no se recuerda que los precios estuvieron casi congelados durante 12 años, y que esa decisión facilista le provocó al país una pérdida de más de u$s 50.000 millones. Se trata de una parte de los subsidios que explican no solo el déficit fiscal sino también la alta inflación. El Gobierno se esmera en explicar que el tarifazo no lo es todo. Que habrá una tarifa social para cerca de 1 millón de usuarios y que el ahorro de energía será premiado con descuentos de hasta el 20% en el precio final. El propio ministro Juan José Aranguren insiste: "Es esto o el colapso del sistema. Es esto o los cortes casi continuos". Los responsables de la comunicación estratégica de la Presidencia difundieron la tabla comparativa de tarifas eléctricas de todas las provincias. Los usuarios de Córdoba y Santa Cruz, por citar a solo dos provincias, pagaban hasta ahora, dos, tres y hasta cuatro veces más que los usuarios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires.
Pero el problema de fondo es cultural. Porque hasta ahora, en más de la mitad del país, la energía, uno de los bienes más caros del mundo, casi se regalaba. Muchos porteños y bonaerenses estaban acostumbrados a usar el aire acondicionado a 17 grados, mientras dejaban la ventana abierta, la plancha encendida, el lavarropas andando, el lavavajillas en funcionamiento y la computadora prendida durante toda el día. ¿Cómo cambiar semejante rutina despilfarradora de la noche a la mañana? ¿Y cómo convencer a la mayoría de los argentinos, uno de los electorados más volátiles del planeta, de que ese trata de una decisión que, en el mediano plazo, terminará beneficiando a todos? Porque lo que se ve en la superficie, ahora, es un impacto directo sobre el bolsillo de millones de consumidores. Por más que la actualización de la boleta de la luz pueda ser el equivalente a dos pizzas grandes de muzzarella, como calculó el ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay.
Y lo que provoca el incremento de tarifas, es, entre otras cosas, el aumento del índice de inflación, más cerca del 30% anual que de entre el 20 y el 25% que vaticinó el Presidente. Sería todo más fácil si los formadores de precios no se hubieran anticipado a la devaluación y los súper e hipermercados hubiesen acompañado la baja del precio de la hacienda. O si los grandes sindicatos, incluidos los docentes de la provincia de Buenos Aires, hubieran acordado una paritaria por debajo del 30%, como un gesto para bajar las expectativas inflacionarias y empezar a transitar el círculo virtuoso de crecimiento con estabilidad de los precios de la economía.
Pero Macri está lidiando con un círculo rojo que aplaudió el cambio de Presidente, pero quiere seguir manteniendo los privilegios de siempre. (Esto incluye a empresarios, sindicatos, dueños de medios y también periodistas) .Y también está lidiando con una buena parte de la sociedad que solo aspira a cambiar el celular, el televisor y tener dinero en el bolsillo aquí y ahora, en detrimento de una educación y una salud de mejor calidad.
Por otra parte, muchos argentinos analizan con cuidado el emblemático caso de Milagro Sala. Amagaron con excarcelarla como responsable de haber organizado actos de violencia y tumulto pero la dejaron detenida, ahora acusada de defraudación al Estado y asociación ilícita. ¿La están persiguiendo o le están haciendo pagar por delitos que venía cometiendo desde hace años? El gobernador de Jujuy, Gerardo Molares, juró y perjuró que él no instruyó al fiscal y al juez para que Sala permanezca en la cárcel, aunque reconoció que está aportando elementos a la denuncia sobre malversación de fondos públicos en la construcción de viviendas sociales. Macri respaldó a Morales, pero insistió en la idea de que no se va a inmiscuir en las decisiones de ningún juez, ni en contra ni a favor de sus amigos o sus adversarios políticos.
El Presidente ya demostró que no es Fernando De la Rúa, como sospechaban millones, ni tampoco Néstor Kirchner o Cristina Fernández, como temían otros tantos. Macri no es De la Rúa porque primero pegó y ahora negocia, como en el caso de los nombramientos por decreto de dos jueces de la Corte. Y no es Néstor ni Cristina porque ellos jamás reconocían un error. En cambio el nuevo jefe de Estado es capaz de reemplazar un decreto por otro o una decisión por la contraria como en el caso de la coparticipación para la Ciudad o la participación de los canales privados abiertos en la transmisión del Fútbol para Todos.
En las encuestas cualitativas que se hicieron para la campaña, Macri era visto como un hombre bien preparado para gestionar. Al mismo tiempo la mitad de los consultados lo consideraba como un líder que podía mejorar la vida de las personas, y la otra mitad desconfiaba de él. Tenían miedo de que los defraudara. De que gobernara solo para los ricos. Ahora Jaime Durán Barba le pide, casi todos los días, que no siga produciendo noticias que se puedan interpretar como una política global de ajuste. Cita el caso de su amigo, el expresidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, ahora prófugo de la justicia, para explicar que ningún presidente que empezó ajustando terminó bien su mandato.
Pero Macri está demasiado apurado en llegar a principios de marzo con la mayoría de los deberes hechos. Porque sabe que a partir de esa instancia, todo será más difícil todavía. Se empezarán a pagar los aumentos de tarifas. Deberá discutir con el Parlamento la mayoría de las leyes.
Las noticias sobre los despidos y las paritarias se multiplicarán de manera exponencial. Y los periodistas y los medios empezarán a dar por terminada la luna de miel, un poco antes de los primeros 100 días. "Este es un momento crucial. O prevalecemos sobre el viejo sistema político o va a ser muy difícil cambiar en serio la mentalidad de los argentinos ventajeros y que esperan todo del Estado", reflexionó el Presidente, en su quinta Los Abrojos, este fin de semana.
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Traicionaron el oficio más lindo del mundo. Se transformaron en vigilantes de sus propios colegas. Ejercieron el rol de comisarios políticos en medios grandes, medianos y pequeños. Trabajaron de topos en las redacciones. Presentaron como material "periodístico" videos obtenidos de manera ilegal por los servicios de inteligencia del Estado. Señalaron con el dedo a periodistas críticos, por orden directa de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Máximo Kirchner. Inventaron acusaciones falsas. Adulteraron la información y la opinión. Cometieron delitos de orden público, como la incitación a la violencia contra trabajadores de prensa. Armaron tribunales populares contra periodistas que hicieron más por los derechos humanos que Néstor y Cristina. (Y no después de 2003, sino cuando las papas quemaban de verdad.) Algunos entregaron su alma al dinero del Estado. Casi todos encontraron la excusa perfecta para pasarse al Lado Oscuro.
Uno, por ejemplo, escribió en su cuenta de Twitter que, en efecto, había abandonado el oficio porque creía en el periodismo militante. Otro, al que Jorge Lanata caracteriza por estar enamorado de su propia voz, explicó su compromiso con el gobierno anterior con el argumento de que "todo periodista y todo medio es un actor político". El locutor de pésima sintaxis se colocó a sí mismo en un lugar muy "popular". Como si fuera el líder de una vanguardia iluminada. O como si estuviera denunciando, desde el llano, a un grupo muy poderoso, y no defendiendo a una secta política que llegó a tener más poder que cualquier otro gobierno. Ahora, con el mismo desparpajo, habla de "resistencia" contra la nueva administración de derecha, a la que compara con una dictadura. Y lo hace desde un programa financiado por un banco que se presenta como cooperativista, pero que, a la hora de cobrar a sus clientes, sigue las reglas del capitalismo más salvaje.
Otro, al que Kirchner infló su enorme ego al susurrarle, por teléfono, que era uno de los pocos periodistas que respetaba, nunca pudo terminar de explicar de manera coherente su imprevista y brutal conversión. Tampoco pudo desmentir la denuncia que hizo un ex funcionario del Ministerio de Trabajo del gobierno del propio Kirchner, quien lo acusó de tener una doble moral al pretender cobrar decenas de miles de pesos sin presentar la factura correspondiente. El hombre, quien también se caracteriza por escuchar su propia voz, es un especialista en decir una cosa y hacer otra. La evidencia: amenazó con sostener una demanda contra quien esto escribe, pero abandonó el trámite a mitad de camino, ante la imposibilidad de probar que el demandado había faltado a la verdad. Pero además instruyó a sus asistentes para ensuciar a colegas a diestra y siniestra. Una de sus colaboradoras (quien será recordada, entre otras bajezas, por haber difundido las fotos del cadáver de Nora Dalmasso) se especializó, además, en construir "denuncias periodísticas" falsas, revoleando números a la marchanta, con decimales incluidos, para obligar a sus "víctimas" a desmentir hechos que no constituyen delitos, sino datos de proyectos periodísticos exitosos, con altos niveles de audiencia. Lo de la supuesta cronista no es un acto de periodismo profesional, sino una maniobra típica de los servicios de inteligencia.
Durante estos años, se usó a la AFIP para acusar de manera falsa a colegas y dirigentes opositores que levantaban la voz. Pero los periodistas canallas no fueron pocos. Se multiplicaron por decenas. Quizá porque soñaron que Cristina sería eterna. Y hubo de todo. Ex empleados del Grupo Clarín despachados hasta panelistas de programas de espectáculos que sacaron a relucir el pasado combativo de su familia porque sabían que la lucha contra la dictadura otorgaba un linaje extra en el gobierno K. Cronistas deportivos devenidos en panelistas expertos en provocar a sus compañeros; profesionales que se caracterizaron por denunciar la corrupción de los años noventa y empezaron a impulsar operaciones políticas contra los candidatos que compitieron y le ganaron a Kirchner; productores de televisión que fueron "neutrales" hasta que firmaron contratos millonarios con dueños de multimedios a los que Néstor y Cristina beneficiaron con frecuencias de radio y de tevé; secretarios generales de sindicatos de prensa del interior del país que, en vez de defender los derechos de los trabajadores, se dedicaron a hacer de comisarios políticos para malograr emprendimientos independientes.
Los representantes de la prensa canalla ahora parecen un poco desorientados. Andan como bola sin manija reclamando libertad de expresión cuando se la pasaron insultando, difamando y acusando sin pruebas. Pero lo que suplican, en el fondo, es la continuidad de sus contratos en los medios públicos, como si su jefa política no hubiese sido la gran responsable de la reciente derrota electoral. Como si Daniel Scioli no hubiera perdido, sino ganado. Están pidiendo, además, indemnizaciones millonarias, como si fueran trabajadores del sector privado con derecho a reparación económica. La última estrategia de estos militantes de la desinformación no es ningún misterio. Intentan presentar a los periodistas críticos como la otra cara de una falsa moneda. Son parecidos al ladrón. Dan por sentado que todos son de su misma condición. Por eso quedan tan descolocados cuando comprueban que los mismos colegas que denunciamos los atropellos de Néstor y Cristina somos capaces de levantar la voz ante la abusiva designación por decreto de los jueces de la Corte que pretende imponer Mauricio Macri. Por eso aparecen pedaleando en falso cuando criticamos la represión de los trabajadores de Cresta Roja o decimos que no es suficiente ser un gran amigo del Presidente para ocupar el cargo de número uno de la Agencia Federal de Inteligencia.
Porque podemos cometer errores. Incluso grandes errores en la práctica de nuestro ejercicio profesional. Pero jamás seremos como ellos. No trabajaremos de comisarios políticos. No acusaremos sistemática ni falsamente a ningún colega sólo porque no piensa como nosotros. No diseñaremos programas de propaganda para ensuciar a nadie. No ocultaremos, a sabiendas, asuntos como la tragedia de Once, el presunto enriquecimiento ilícito de la ex presidenta, el procesamiento del ex vicepresidente o el financiamiento de la campaña presidencial de 2007 con fondos provenientes de la efedrina y el narcotráfico.
Pero algún día, no muy lejano, ayudaremos a escribir la historia de los últimos 12 años de la prensa canalla en la Argentina. No como un método de escrache, sino como un inolvidable registro de época. Y como un indispensable servicio a las audiencias. Para que todo el daño que provocaron no se vuelva a repetir.
Publicado en La Nación