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Ayer regresó La Cornisa TV. Fue el programa inaugural de su temporada número 18. Comienzo el texto con esa mención excepcional por la sorpresa que me produjo el hecho de que algunos de mis colegas, al entrevistarme por el estreno, insistieran con la pregunta sobre qué postura profesional tomaría el programa ante la llegada del nuevo gobierno. No dudo de su honestidad profesional. Lo que me resulta curioso es que, antes de hacerme esa pregunta, que, por supuesto, considero necesaria, algunos no se hayan tomado el mínimo trabajo de revisar los antecedentes profesionales del entrevistado. Y no porque me considere muy importante, sino porque es unos de los mecanismos básicos para saber, por ejemplo, cómo podremos funcionar los periodistas que entendemos al oficio de una solo manera: con pasión y espíritu crítico.
En este tipo de asuntos, Jorge Lanata tiene razón. El fundador de Página/12 se queja por la fatiga que le produce tener que explicar, cada tanto, de dónde viene, qué fue lo que hizo y cuál era su mirada como periodista, desde 1984 para acá.
Lanata también se pregunta porqué muchos colegas, antes de levantar el dedo, o correrlo por izquierda, no revisan su propio comportamiento profesional, un poco más reciente y un poco más escandaloso. Para dejarlo todavía más claro: creo que hacen muy bien los hombres de prensa que intentan corrernos por izquierda en custodiar nuestra actitud investigativa y nuestra vocación de criticar. Sin embargo también hay que decir que muchos de los mismos que aparecen hoy tan preocupados hicieron la vista gorda ante los escándalos de corrupción y los millones de pesos que se llevaron decenas de altos funcionarios kirchneristas, mientras hablaban del proyecto nacional y popular y alentaban a los pibes para la liberación. Está muy bien que se preocupen por las medidas de política económica que, en su conjunto, y sin una debida explicación estratégica, parecen concebidas para favorecer a los ricos, en medio de un contexto de alta inflación.
Es incuestionable que censuren los despidos y decretos de necesidad y urgencia como los que usó este gobierno para designar a dos jueces de la Corte. Pero deberían ser más honestos y preguntarse por qué no abrieron la boca cuando el exministro Axel Kicillof perpetró una devaluación que hizo subir todavía más que ahora el costo de vida. Y deberían también interrogarse y golpearse el pecho por no haber levantado ni un poquito la voz cuando el mismo exministro reconoció que no medían la pobreza. Porque negar la pobreza, muchachos, no es muy progresista ni de izquierda que digamos.
Y deberían, además, haber puesto el micrófono o preguntar con la libreta de apuntes en la mano por la denuncia contra el exvicepresidente Amado Boudou y las múltiples causas por enriquecimiento ilícito que se les abrieron a Néstor Kirchner y Cristina Fernández o el presunto lavado de dinero que le endilgan a la exjefa de Estado en el expediente Hotesur. Es decir, ¿nos corren por izquierda porque están velando por las mejores armas del oficio periodístico o están siendo funcionales al delirante plan de los cráneos del Frente para la Victoria, que apuestan a que el presidente Mauricio Macri se transforme en De la Rúa para que la sociedad vaya en busca de Cristina y Máximo y los erija como salvadores de la patria? Cuando desempolvan el manual de la micromilitancia de prensa y comparan el uso del helicóptero presidencial del ministro de Transporte Guillermo Dietrich con un acto mafioso ¿se olvidan o ignoran que, hasta hace cinco minutos, Néstor y Cristina se hacían llevar los diarios de Buenos Aires a Río Gallegos con el Tango 01? Quiero decir: ¿agitan los asuntos o pretenden que nosotros, los periodistas críticos, los agitemos, porque creen en la ejemplaridad pública, o lo que desean, de verdad, es desgastar a un gobierno que recién empieza? No me quiero arrogar la representación de nadie, pero estoy seguro que a los periodistas que venimos trabajando en esto desde la restauración democrática no necesitamos que nos corran por izquierda para hacer lo que tenemos que hacer. Preguntamos y nos preocupamos por la influencia del presidente de Boca, Daniel Angellici, sobre los fiscales y los jueces federales. Preguntamos y nos preocupamos por el uso del helicóptero de Dietrich y de medidas como el quite de las retenciones a las grandes mineras. Preguntamos y nos preocupamos por las licitaciones que acaba de ganar Nicolás Caputo, amigo del Presidente, en la Ciudad, de las que termina de dar cuenta Perfil. De hecho, en la anteúltima entrevista que le hice a Macri, le mencioné que los presidentes en ejercicio deberían poner su fortuna en un fideicomiso ciego, para no levantar suspicacias sobre el eventual crecimiento de la actividad económica privada que desarrollan al mismo tiempo que sirven al Estado. Ayer se lo volví a recordar y recibí la respuesta correspondiente. A todos estos colegas bienintencionados y también a los que hace rato abandonaron a la profesión para transformarse en vigilantes, comisarios políticos, topos de redacciones y pasillos de canales de radio y televisión, les digo, respetuosamente, que dejen de preocuparse. Que a menos de 100 días de gobierno preguntamos al Jefe de Estado todas, o la mayoría de las cosas que creíamos, honestamente, que le teníamos que preguntar. Que de paso revisen sus apuntes y confirmen cuánto duró la luna de miel de Néstor Kirchner con los medios y porque no levantaron la voz ni agitaron su profesionalismo frente a semejante silencio acrítico. También al entonces presidente Kirchner, en su momento, lo entrevistamos en dos oportunidades para La Cornisa TV. La primera fue algo tensa pero amable. La segunda terminó de manera abrupta, después de que le preguntara si no iba a blanquear los fondos reservados de la SIDE. Fue el último reportaje público que nos concedió. El se sentía mucho más cómodo en un mundo sin periodistas. O con periodistas militantes, que no es lo mismo pero es igual.
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Para justificar sus decisiones políticas, casi todos utilizan la palabra extorsión. El presidente Mauricio Macri la puso en su boca cuando les mandó a decir a los gobernadores que no iba a aceptar un "toma y daca" para que se aprobara el fin de la ley cerrojo. "Podemos aceptar modificaciones a nuestro proyecto, pero de ninguna manera vamos a canjear el fin del litigio con los holdouts por la ley de coparticipación o el cambio de la alícuota en Ganancias", instruyó, palabras más, palabras menos, al ministro Rogelio Frigerio y al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. "No me voy a dejar extorsionar, por más imprescindible que sea el acuerdo", les explicó.
Macri, igual que la gobernadora María Eugenia Vidal; el jefe de gobierno de la ciudad, Horacio Rodríguez Larreta; Frigerio; el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, piensan lo mismo, aunque no lo digan en público. Todos ellos dan por descontado que si en los próximos días el Parlamento no aprueba la conciliación, la economía de la Argentina se podría dirigir, de manera indefectible, hacia un ajuste brutal o una suba de precios generalizada que podría terminar en una hiperinflación.
Vidal se lo transmitió en esos duros términos a un senador nacional del Frente para la Victoria con el que se encontró, cara a cara, en la Fiesta de la Vendimia Solidaria, en Mendoza. El senador le había comentado que la estrategia de sus colegas en la Cámara alta y también en el bloque de Diputados iba a ser dar quórum y apoyar el proyecto en general, pero sólo si el Presidente aceptaba discutir la devolución de la coparticipación en los términos que pretendían los gobernadores peronistas. "Mirá -le respondió Vidal, quizá entonada por la gimnasia negociadora que le inculcó la paritaria docente-, mejor deciles a tus compañeros que sin el arreglo con los holdouts ninguno de los gobernadores va a poder discutir nada, porque sencillamente no habrá más fondos genuinos por los que pelear o reclamar."
La gobernadora ya había usado un tono parecido para advertir a los sindicatos docentes que si no aceptaban la última oferta, ella asumiría el costo político de no empezar las clases el día correspondiente, pero que se prepararan para una lucha política larga e intensa. Entonces los muchachos de Roberto Baradel comprendieron que la cosa iba en serio y terminaron aceptando la oferta de Vidal. ¿Terminarán comprendiendo también los legisladores del FPV y los que acatan las directivas de Sergio Massa que si tiran demasiado de la cuerda, el Gobierno los terminará de hacer corresponsables de la próxima crisis económica nacional?
El ex ministro de Economía Axel Kicillof también usó la palabra extorsión, aunque su posición, después de la derrota dialéctica que le propinó Prat-Gay, quedó seriamente deteriorada. Dijo Kicillof, el martes, refiriéndose al Gobierno: "Nos quieren extorsionar para que la ley salga ahora". Pero la verdad es que toda la negociación podría caer en picada si la ley no se reglamentara antes del próximo 14 de abril. Él, que estuvo a punto de firmar un entendimiento peor y con menos quita, debería tener el decoro de recordar la película completa y no arrojar consignas vacías de contenido, como si estuviera en una asamblea universitaria.
También puso sobre la mesa el concepto de extorsión uno de los asesores económicos más vehementes del Frente Renovador, el ex presidente del Banco Central Aldo Pignanelli. "El Gobierno nos quiere extorsionar con el cuento de que se viene el mundo abajo si no votamos rápido y en los términos que a ellos se les antoja, pero yo creo que estamos a tiempo de hacer modificaciones necesarias y lograr un acuerdo mejor todavía", dijo. Pignanelli quiere que en el texto figure el monto real de la cifra de endeudamiento que está dispuesto a asumir el Estado una vez que se abra el cerrojo y retorne el crédito al país. También pretende que se expliciten los proyectos y las provincias que van a ser beneficiarias de los créditos para la obra pública.
¿Es el eventual acuerdo con los fondos buitre la única y última solución para todos los problemas de la economía nacional? "No. Pero es la única manera de empezar a movernos en la dirección correcta, para que la inflación pueda ceder e ingresemos al segundo semestre con un principio de crecimiento, aunque sea módico", vaticinó un economista que no forma parte del Gobierno pero está muy al tanto de las variables que manejan el ministro de Hacienda y también el actual presidente del Banco Central, Adolfo Sturzenegger.
Para otro banquero al que le importa la economía real y que prefirió dejar su nombre en reserva, Macri está ahora mismo en una encrucijada. Su teoría es que la cosa está verdaderamente mal, pero como la mayoría de los argentinos asocia la idea de crisis con lo que sucedió en 2001, no termina de percibir la gravedad de la situación. "El Presidente tiene un desfase de entre tres y cuatro meses. Eso es lo que va a tardar la confianza en instalarse y las líneas de crédito en empezar a aprobarse. Pero aun así, y por más que sigan reduciendo el ritmo de emisión monetaria y se empiece a notar la baja del déficit, la inercia del aumento de tarifas y las paritarias no va a desacelerar el ritmo de la inflación." El conocido banquero agregó que Macri tiene un problema todavía más grave. "Si le habla al país con toda crudeza, como aquella vez que Raúl Alfonsín anunció el principio de una economía de guerra, corre el riesgo de que la gente se asuste todavía más, consuma todavía menos y aumente la recesión, que en algunos sectores ya es notable. Pero si no habla lo suficientemente claro, sobre la bomba de tiempo o el campo minado, una parte de la sociedad le va a terminar de echar toda la culpa a él."
El propio Macri piensa en estas cosas cada vez que se levanta, temprano, para ir de Olivos a la Casa Rosada. Quizá la decisión de no aludir al pasado reciente no bien asumió no haya sido una buena idea. Porque eso lo obliga a lidiar con el presente casi, sin beneficio de inventario. A algunos miembros de la mesa chica les encantaría que la preocupación por los altos precios de la canasta básica o el miedo a perder el empleo fueran reemplazados por noticias como la decisión de procesar e incluso meter presas a algunas de las figuras más simbólicas de la corrupción y el despilfarro del gobierno anterior. Quizás un par de jueces federales, en los próximos días, escuchen sus plegarias y lo instalen en la agenda pública con fuerza.
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Fue determinante en el triunfo de Cambiemos y ahora se transformó en una de sus más valiosas aliadas, aunque nunca vaya a ser incondicional. Los votos que aportó al acuerdo no se contaron de a millones pero le sirvieron a Mauricio Macri para que muchos argentinos que jamás lo habrían elegido finalmente lo hicieran, al descontar que ella, la diputada Elisa Carrió, sería la garante de las promesas de campaña. O que, en el peor de los casos, saldría a denunciar cualquier futuro escándalo de corrupción, como lo hizo Carlos Chacho Alvarez en el año 2000, con el asunto de las coimas en el Senado. Más que votos o dirigentes, la Coalición Cívica de Carrió le aportó a Cambiemos el discurso ético y crítico, el ingrediente de desconfianza por el sistema, la impronta de investigación y denuncia que a Macri nunca le sobraron. De alguna manera, ese espacio lo habían ocupado, hasta que llegó Carrió, la ahora ministra de Seguridad Patricia Bullrich y la actual responsable de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso.
Pero tanto una como la otra siempre fueron vistas como dirigentes obedientes al Presidente, y no como denunciantes solitarias de hombres y de negocios, sin importar de donde vengan unos y otros. Acusada una y mil veces de destruir, en un par de días, todo lo que construía, acariciada por millones y millones de votos en la elección presidencial de 2007 y castigada después en las sucesivas competencias electorales, Carrió fue la que primero vio, junto con Ernesto Sanz y Gabriela Michetti, la necesidad de establecer un acuerdo con Macri para evitar que ganara en Frente para la Victoria y la Argentina se convirtiera en Venezuela. Por eso, mucho antes de las elecciones, casi al mismo tiempo que el actual ministro Hernán Lombardi alentara, en público, la idea de que Mauricio y Lilita se tenían que sentar a tomar un café, Carrió ya la había adelantado a Michetti que ella no tendría ningún problema en iniciar un diálogo intenso y sin agenda. Los primeros encuentros personales entre el ahora Presidente y la diputada que nunca se calla fueron tensos. Algunos de esos cruces estuvieron a punto de terminar de mala manera. Sin embargo, sirvieron para construir un vínculo sano, basado en un acuerdo mutuo de decirse la verdad en la cara, antes de tironear o romper la relación. Y lo empezaron a ejercer en plenitud apenas Macri se calzó la banda presidencial. Porque fue, entre otras cuestiones, el reclamo personal, airado pero firme de Carrió lo que determinó que el gobierno corrigiera el enorme error de nombrar a dos jueces de la Corte por decreto. Y es también Carrió la que le sigue marcando los límites éticos y políticos a las decisiones del Presidente.
Ella le explicó en la cara por qué no le parece bien que Daniel Angelici sea su operador en la justicia. "No es porque usa cadenas de oro o habla en media lengua. Tampoco es porque es el Presidente de Boca. Es porque maneja bingos, una actividad económica legal pero repugnante a la que Lilita quiere limitar. Pero es, sobre todo, porque el Poder Ejecutivo debe mantener con el Poder Judicial, una relación institucional, no de toma y daca", me explicó una de las personas que más la conoce. Se sabe además que, en algún momento, Carrió se permitió darle a Macri un consejo sobre su amistad con el empresario de la construcción, Nicolás Caputo. Le sugirió que su amigo no se presentara más a ninguna licitación, o que cada vez que lo hiciera y ganara el proceso fuera tan transparente, de manera que a nadie le quedara dudas de que fue porque correspondía, y no por su vínculo con el Presidente. Carrió ahora espera, igual que muchos argentinos atentos, que Macri cumpla con la promesa que hizo cuando lo entrevisté, como presidente electo, por televisión: la puesta a disposición de todos sus bienes en un fideicomiso ciego al que solo podrá acceder cuando termine su mandato. Pero el factor Carrió no se reduce solo a cuestiones éticas o posibles hechos de corrupción.
También abarca el rumbo del gobierno, las cuestiones económicas y sociales como el impuesto a las ganancias y la Asignación a la Niñez, la megaminería y la defensa a ultranza de los proyectos de ley que la administración nacional necesita para empezar a gobernar en serio. Una muestra completa de cuál es el verdadero rol de Carrió se pudo ver en vivo y en directo el miércoles pasado en A Dos Voces, cuando la diputada, aún sosteniendo cada una de sus críticas y desacuerdos, se convirtió en la mejor vocera de todas las medidas a favor de los que menos tienen que el gobierno vino tomando desde que asumió. Perdidas, ignoradas o minimizadas por otras que atacaron de manera directa el bolsillo de los argentinos, como la devaluación del peso, el aumento de tarifas y la quita de retenciones a la megaminería, la diputada explicó en detalle cómo se había intentado minimizar el impacto de la suba de precios con el aumento de la Asignación por Hijo, las jubilaciones y la suba del mínimo no imponible de ganancias. También aclaró porqué la baja de retenciones a los productos del campo no beneficiaría a los grandes pooles de siembra, sino a los pequeños y medianos productores.
Al mismo tiempo anticipó que el Congreso iba a volver a recuperar su papel de enriquecedor de leyes, porque muchas de las sugerencias que sean capaces de aportar, incluso, los legisladores del Frente para la Victoria, serán incorporadas al texto final, como sucede en los países más o menos serios. Fue tan contundente el apoyo crítico de Carrió a los primeros días del gobierno de Macri, que el ministro Rogelio Frigerio, presente en el estudio, uno de los considerados mejores voceros de la mesa chica, se quedó mirándola con una notable expresión de asentimiento. En contra de los consejos de los dirigentes PRO más puros, a quienes no les cae nada simpática la autonomía y la lengua karateca de Carrió, el Presidente cada vez se muestra más cómodo con el papel simbólico y práctico que está jugando la diputada. Uno de los hombres más cercanos al jefe de Estado me lo explicó así: "Dice con fuerza, síntesis y claridad muchas de las cosas que Mauricio piensa y no puede decir, por su investidura. Mantiene alejado de la tentación a algunos pícaros de nuestra organización política que quizá pensaron que llegar hasta acá era una buena oportunidad para hacer negocios.
Pero además, aporta una mirada más de perspectiva, más política, menos tecnicista y endogámica que la que podemos tener todos los que estamos en la diaria, lidiando con los números y las presiones permanentes del círculo rojo". Pero lo mejor de todo, dicen los hombres del Presidente, es que Macri no la considera una traidora, una enemiga, o una persona destructiva, como la pensaron, en su momento, Raúl Alfonsín, Fernando De la Rúa o Néstor Kirchner. Lo único que le viene pidiendo, cada vez con más insistencia, es que antes de tirar una bomba en público, le avise antes, para darle la oportunidad de corregir la decisión, si es que su denuncia o su desacuerdo tuviesen lógica o razón de ser.
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Mauricio Macri debería enmarcar una foto de Cristina Kirchner y dejarla apoyada en su mesita de luz, para no olvidar cómo llegó a ser presidente y por qué, todavía, sigue teniendo una adhesión superior al 60%. Fue el dedo de Cristina el que impuso a Carlos Zannini como compañero de fórmula de Daniel Scioli y le impidió perforar el 40% de los votos que le habrían permitido al ex gobernador llegar a la Casa Rosada. Y fue también ella la que se encaprichó con la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires de Aníbal Fernández, y le facilitó así a María Eugenia Vidal un triunfo impensado que ayudó al ex jefe de gobierno de la ciudad a llegar a la presidencia.
Todavía recuerdo la reacción del equipo de campaña de Macri cuando se enteró de las pésimas decisiones políticas de Cristina. Las festejó como si fueran un gol de la victoria de Boca. Pero no sólo por esos enormes errores estratégicos le debería agradecer el ingeniero a la abogada exitosa. También debería agradecerle, y mucho, el enorme contraste que se puso de manifiesto anteayer, cuando Macri utilizó sólo una hora para describir la herencia recibida, esbozar un diagnóstico preciso y plantear hacia dónde quiere llevar a la Argentina. Porque fue esa comparación lo que transformó el discurso de apertura de las sesiones ordinarias de Macri en una notable pieza. Así como fueron los gritos desencajados en el recinto de la diputada camporista Mayra Mendoza y la caprichosa ausencia del diputado Máximo Kirchner lo que dejó en evidencia la locura, el infantilismo, el rencor y la intolerancia que alentó la ex presidenta como motor de su política de acumulación de poder. Puesto en términos más sencillos: Macri parece más inteligente, más sensato, más simpático e incluso un comunicador más efectivo de lo que realmente es confrontado con la ex mandataria de alocuciones interminables y autorreferenciales en las que casi nunca aparecían las palabras corrupción, inflación, inseguridad, narcotráfico y pobreza.
Los que se dejan impresionar por las formas dirán, con razón, que la capacidad oratoria, el histrionismo y la asombrosa memoria con que la ex presidenta retenía cifras y datos hacen a una y a otro incomparables, porque nadie lo hacía mejor que ella. Incluso podrán argumentar que el hecho de que la ex jefa del Estado casi no leyera sino que improvisara y hablara sin papeles ni teleprompter, y con cambiantes inflexiones de voz, dejaría a Macri chiquito, insignificante y en evidente desventaja. En efecto: el actual presidente no improvisa, lee, y así y todo a veces se tropieza con las palabras. Tampoco tiene una dicción perfecta ni un carisma notable. No se podría decir, además, que maneja al auditorio con inflexiones de voz o pausas estudiadas. Sin embargo, la gran diferencia entre Cristina y Macri es abrumadora y está en el contenido. Ella manipulaba datos. Ocultaba verdades escandalosas. Les ponía a las situaciones, los objetos y las personas adjetivos que, en los hechos, significaban lo contrario. Quizás el mayor acto fallido que delata cómo mintieron lo cometió, una vez más, Diana Conti, una de las más incondicionales de Cristina, cuando, para argumentar que la suba de precios, desde que asumió Macri, había sido escandalosa, explicó que durante la gestión anterior "la inflación, más o menos, la íbamos llevando".
¿Cómo sería eso de que la "iban llevando" si la ex presidenta jamás admitió su existencia? Pero no fue lo único que no aceptó. Tampoco reconoció la existencia del cepo cambiario. O la certeza de una pobreza cada vez más creciente. De hecho, el ex ministro de Economía Axel Kicillof un buen día decidió dejar de medirla, con la pueril excusa de que hacerlo era "estigmatizar" a los más carenciados. Mintieron porque todo lo negaron. Igual que ocultaron, sistemáticamente, el evidente el flagelo del narcotráfico, la inseguridad y los innumerables casos que transformaron a las administraciones kirchneristas en las más corruptas de la historia de la etapa democrática iniciada en 1983.
En cambio, el nuevo presidente eligió contar, por lo menos, parte de la verdad. Se podrá esgrimir que lo hizo tarde y de manera incompleta. Sin aportar datos precisos en cada una de las áreas. Pero dejó bien en claro qué fue lo que, a su entender, primó en el gobierno anterior y lo ilustró con las palabras debidas: corrupción, despilfarro e incompetencia. Y además aportó un dato nuevo y digno de analizar. Calculó que entre 2006 y 2015 el Estado recaudó casi 700.000 millones de dólares más, en términos absolutos, que durante la década de los "malditos 90".
¿Qué pasó con semejante cantidad de dinero? ¿En qué se gastó? ¿De qué manera se invirtió, si la mayoría de las rutas del país están destrozadas, la infraestructura sufrió un deterioro evidente, la educación y la salud no mejoraron su calidad, la concentración de la riqueza aumentó y la cantidad de pobres también se incrementó? ¿Cuánto fue despilfarro, cuánto negligencia, cuanto se llevó la corrupción y cuánto dinero demandó la manutención del "sistema" político?
Cuando Macri terminó su discurso, la dirigente oficialista pero crítica Elisa Carrió estaba muy impactada. No sólo porque el Presidente le había dedicado un párrafo de reconocimiento a su proyecto de ampliación de la asignación universal a la niñez. También porque sintió que les había ganado la batalla de los símbolos y la comunicación a los diputados del Frente para la Victoria que intentaron faltarle el respeto y hacerlo callar. Nunca, desde la reapertura del Parlamento que protagonizó Raúl Alfonsín, un jefe del Estado había recibido tantas agresiones verbales. La vicepresidenta Gabriela Michetti intentó que se volviera a la normalidad y los diputados cristinistas levantaron el tono todavía más. Macri, años atrás, hubiera reaccionado de una manera destemplada. Pero puso las cosas en orden con un pedido sencillo y directo: "Respeten el voto democrático". A Carrió la impresionó la reacción del jefe del Estado. "No se dejó pasar por encima. Les respondió. No les faltó el respeto, pero los puso en su lugar. De hecho, al final, quedaron arrumbados en sus bancas. Sin reacción. Sin estrategia", dijo no bien salió del Congreso.
También después del acto oficial se notó la diferencia. Pocos micros escolares. Muchos espontáneos. Casi nada de aparato oficial. Y una nueva sugerencia a todas las áreas de gobierno: no hay asueto administrativo. Ni formal ni informal. Ni de hecho ni de derecho. No se trata de una decisión "revolucionaria". Sólo parece extraordinaria porque hacía años que sucedía todo lo contrario. Tampoco es que Macri se haya recibido, de repente, de estadista. Es que fue tanto el descalabro que el contraste con su antecesora lo eleva, apenas, por encima del promedio general.
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El Presidente Mauricio Macri lo intuyó. El jefe de gabinete, Marcos Peña, también estaba seguro de que sucedería. Y el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, tampoco se sorprendió demasiado por la primera citación judicial a la presidenta Cristina Fernández.
El ya había monitoreado la mayoría de las causas que la involucraban. Entonces ya imaginaba que, por una denuncia o por otra, en algún momento, algún juez federal la iba a llamar a declarar. Lo que nadie anticipó es que la invitación acontecería tan rápido. O que un magistrado se despacharía, de una, con un pedido de declaración indagatoria. Tampoco que generaría tanto impacto en el sistema político y la opinión pública.
el juez federal Claudio Bonadio lo hizo. Dos de sus colegas, por lo bajo, consideraron la citación por lo menos apresurada. Pero ninguno de los que está en la cosa en Comodoro Py, dejó de reconocer que el presunto delito que se le imputa tiene justificación jurídica. Que no es un delirio o un capricho presentarla como la última responsable de defraudar al Estado por haber autorizado la venta de un dólar a futuro que terminará provocando una pérdida de $ 76.000 millones a las arcas del Banco Central. "Claudio la esperó y la atacó por donde menos lo esperaba, pero los fundamentos son impecables.
Se puede discutir si estamos frente a un delito flagrante o a un caso de mala praxis o de negligencia, pero lo que hizo (el expresidente del Banco Central, Alejandro) Vanoli, con la autorización expresa de (el exministro de Economía Axel) Kiciloff difícilmente pueda ser considerado un error involuntario" me explicó un jurista que además es experto en delitos económicos y financieros.
Así lo entendieron también dos expresidentes del Banco Central, Alfonso Prat Gay y Martín Redrado, cuando Bonadio les tomó declaración testimonial en su condición de expertos. ¿Por qué Macri intuyó que la corporación judicial, tarde o temprano, iría a la caza de un pez gordo, incluso el más gordo? Porque ya antes de su victoria electoral, había notado, en muchos fiscales y magistrados un ánimo de revancha, provocado por la humillación de la que se sintieron objeto durante los últimos días años. No tuvo que mover un dedo para recibir la información. Se la enviaron, a través de distintos intermediarios, los mismos fiscales y los mismos jueces.
¿Por qué el jefe de gabinete estaba seguro de que la justicia se despertaría? Porque los resultados de las encuestas cualitativas que leyó lo llevaron a la conclusión de que la opinión pública, en el transcurso de este año, presionaría al sistema judicial para que investigara las denuncias contra los funcionarios más emblemáticos del anterior gobierno. ¿Por qué a Lorenzetti no se sorprendió tanto? Porque conoce el paño como pocos y recibe información sistematizada de cada una de las causas.
"Son cientas las que involucran a funcionarios del anterior gobierno. La mayoría empezaron hace mucho tiempo. Y algunas están avanzando con notable velocidad" le hizo saber a un periodista con quien se encontró, de casualidad, por la calle, este fin de semana. Tanto a Macri como Peña y el resto del gabinete que permanece atento a estos asuntos empezó a comprender la envergadura de lo que pasaría en el futuro inmediato cuando recibieron información de primera mano sobre la detención de Milagro Sala en Jujuy.
Es que más de una decena de fiscales y jueces parecieron haberse juramentado para investigarla, condenarla y dejarla presa. Mientras gobernó Cristina Fernández, la mayoría de ellos fueron perseguidos, atacados y humillados por Sala y todo el sistema político de la provincia. Cuando alguien muy cercano al Presidente le preguntó al gobernador Gerardo Morales si él estaba alentando las denuncias y la investigación, el gobernador le respondió, palabra más, palabra menos. "No soy yo. Son los fiscales, los secretarios y los jueces.
Son un grupo de magistrados a quienes obligaron a hacer cosas que no querían, o desautorizaron y persiguieron y ahora buscan justicia". Hay por lo menos cinco causas que involucran a Sala y habían sido archivadas o cajoneadas. Ahora podrían ser reabiertas para terminar de complicar el panorama de la dirigente social. Son por agresiones, más defraudaciones y otros graves delitos. Ese es el espíritu que reina en Jujuy. Y es demasiado parecido a lo que ahora sucede en algunos juzgados de Comodoro Py. A Bonadio, por ejemplo, la misma expresidenta lo había tratado de pistolero, mentiroso y había sugerido que era un extorsionador. También había tenido la audacia de nombrar y exponer a su hijo. Pero, todavía antes de eso, el magistrado estaba convencido de que Cristina y sus incondicionales de La Cámpora, de la mano de la procuradora Alejandra Gils Carbó, habían intentado licuar el poder a los fiscales y los jueces federales. "Mientras yo siga en mi despacho, voy a hacer todo lo posible para impedirlo", le contó entonces a un amigo.
Pero la pregunta sobre si este nuevo ímpetu de la justicia federal es el inicio de un intento de Mani Pulite o un mecanismo de revancha no tiene demasiada importancia. Lo pertinente y lo relevante es si, en efecto, los jueces y los camaristas condenarán a los ministros y secretarios del gobierno que ya no está. Lo importante es entender si son capaces, incluso, de meter presa a la expresidenta, con pruebas contundentes y argumentos jurídicos de peso. Por su parte, Cristina Fernández no debería levantar demasiada polvareda. En su momento, ella usó como pocos su poder político para evitar ser condenada y también para impedir que la justicia avanzara, por ejemplo, sobre los delitos que le adjudican a su último vicepresidente, Amado Boudou.
Cristina Fernández, en el pico de su apogeo, logró, junto a su difunto marido, Néstor Kirchner, el escandaloso sobreseimiento que les regaló el juez Norberto Oyarbide en una de las causas en las que fue investigada por enriquecimiento ilícito. Cualquiera con un mínimo conocimiento del Derecho podría coincidir en que el expediente debería ser presentado en la Facultad como el ejemplo más acabado de lo que un juez no debe hacer. Y algo similar se podría decir sobre la manera en que los camaristas Jorge Ballesteros y Eduardo Freiler le quitaron a Bonadio la causa Hotesur, en la que el juez investigó a la exmandataria, su hijo Máximo, Lázaro Báez y otros por lavado de dinero.
El uso de dudosas contrataciones de habitaciones de hotel para trasladar efectivo del circuito ilegal al legal es uno de los ejemplos clásicos que se usan para demostrar cómo se lava dinero. Otra vez: cualquiera que haya tenido en sus manos el expediente de Bonadio hasta que lo tomó el juez Daniel Rafecas se podrá dar cuenta que la evidencia de la existencia plena del delito de lavado ya había sido demostrada. Los que apoyan de manera incondicional a Sala y a Cristina Fernández deberían tomarse el trabajo de leer las causas e informarse mejor, porque las acusaciones que más las comprometen no parecen tiradas de los pelos. Si esta reacción judicial le conviene o no al actual gobierno es parte de otra discusión política. En el gabinete hay quienes consideran que Macri no puede aparecer alentado una caza de brujas. "Eso es pan para hoy y hambre para mañana", opinan. Tampoco confían demasiado en Bonadio. "Es incontrolable e imprevisible", afirman. Pero cerca del mismo Presidente juran que él no va a mover un dedo a favor o en contra de nadie. "Mauricio espera que los procesos sean transparentes y consistentes. No meras reacciones personales como respuesta a los constantes ataques que recibieron del kirchnerismo", dijeron.
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El presidente Mauricio Macri tiene buenas intenciones. El problema es que no siempre se traducen en decisiones "felices". Prometió levantar el cepo a la compra y venta de dólares y lo hizo no bien pudo. La medida no provocó una corrida ni una crisis y por eso el equipo económico la celebró como si fuese un gol del seleccionado argentino. Pero, al poco tiempo, la liberación del cepo implicó una devaluación, que, combinada con un fuerte aumento de los precios, afectó el poder adquisitivo de los asalariados y los trabajadores en general, cuando todavía no se habían acordado las paritarias. Sin embargo, el Presidente no se detuvo y siguió cumpliendo con algunas de sus promesas de campaña. Entonces bajó o directamente eliminó las retenciones a las exportaciones de la mayoría de los productos del campo, al mismo tiempo que se anunciaban considerables subas de las tarifas de luz para los consumidores de la ciudad de Buenos Aires y la provincia.
Nadie en su sano juicio podría dejar de reconocer que las elevadas retenciones a las exportaciones de granos eran confiscatorias y distorsivas. Como tampoco nadie que conozca los desbarajustes del sistema energético podría dejar de admitir que si no se corregían las tarifas el colapso de todo el circuito sería inevitable y de muy difícil recuperación. La lógica argumental que usó el Gobierno para quitar las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras fue la misma. Por un lado, dijeron sus funcionarios, no hay país en el mundo que lo haga. Y, por el otro, va a servir para mejorar la economía e industrializar el país. El problema, de nuevo, es la oportunidad, y la falta de medidas compensatorias para "equilibrar las cargas". ¿Por qué tanta urgencia en eliminar las distorsiones en los sectores económicos que, en los papeles, tienen más espaldas para "aguantar" y no decidir, ahora mismo, un cambio de fondo, por ejemplo, en las alícuotas del impuesto a las ganancias? ¿Por qué no detenerse antes a analizar las implicancias que tuvo el aumento del tope del mínimo no imponible en salarios que en 2014 o 2015 no habían sido alcanzados por ese impuesto y en las jubilaciones que hasta ahora tampoco tributaban?
En el planeta Mauricio Presidente hay unas cuantas premisas que dominan la lógica de la toma de decisiones. Una es la certeza de que el ajuste clásico nunca se aplicará, y menos de una sola vez, porque sería suicida. O, para decirlo de otro modo, sería como rifar en cinco minutos el enorme capital político que el Presidente posee. Otra premisa es que no hay que alimentar la sospecha de que el Presidente gobernará para los más ricos. La tercera fue puesta sobre la mesa durante el mismísimo "punto de partida" de la gestión. Consistió en la decisión consciente de no atiborrar a los argentinos con los datos de la herencia recibida.
Lo cierto es que, aunque el nuevo gobierno no haya aplicado un ajuste ortodoxo, la toma de decisiones de política económica está dejando la sensación, en buena parte de la sociedad, de que el Presidente parece más apurado por arreglar los problemas de los poderosos que en atender las urgencias de los más vulnerables. Aunque esto último sea muy difícil de asegurar, con los números de la macroeconomía en la mano, el problema de fondo, más allá de los desajustes, es que Macri no termina de decir a los argentinos, con lujo de detalles, qué tipo de herencia recibió y cuáles son las bombas de tiempo que tiene que desactivar y en qué áreas específicas. Sólo lo explicitan los secretarios, los ministros o el propio Presidente cuando intentan salir de una minicrisis como la que se les planteó en medio de la salida de Graciela Bevacqua del Indec. O cuando se empiezan a recibir las quejas por la suba de la tarifa de la luz y la inminencia del anuncio del aumento de la tarifa del gas.
Las otras graves consecuencias de no hablar de manera clara y concreta sobre la herencia es la desconfianza que genera no hacerlo. Porque más allá de la decisión de "comunicación estratégica", Macri, como presidente, tiene la obligación de decirle a la sociedad con qué tipo de desaguisado se está encontrando, por más que genere "mala onda", "pesimismo" o dudas antes de consumir. Dicen que lo va a empezar a plantear durante la apertura de sesiones ordinarias. Sin embargo, si se toma como antecedente su buena costumbre de ofrecer discursos breves, sencillos y concisos, parece bastante difícil que logre sintetizar el desastroso legado que le dejó Cristina Fernández en cuestiones de macroeconomía, pobreza, educación, salud e infraestructura.
Días antes de asumir, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, me dijo: "Cuando empecemos a gobernar, los medios no van a dar abasto. Porque vamos a tomar medidas desde el primer minuto. Y van a ser tantas y de tanta trascendencia que, incluso, podrían ser difíciles de asimilar". Es posible que algo de eso esté sucediendo. Pero las consecuencias de esa hiperactividad no siempre parecen ser positivas. Que sea mucho no significa que llegue a configurar "un proyecto" acabado. Tanto Peña como el equipo que ayudó a Macri a llegar a la presidencia explicaron que la clave que los hizo fuertes es no olvidar ni abandonar la mística y en especial la identidad de la organización. "Quiénes somos. Por qué hacemos lo que hacemos. Qué queremos. Y hacia dónde vamos." Esa idea, que les sirvió para explicar, entre otras cosas, por qué no se aliaron con Sergio Massa o por qué nunca estuvieron obsesionados con los medios, no parece estar tan clara en los primeros días de gestión ¿Hacia dónde va el gobierno de Macri? ¿Qué es lo que quiere? ¿Cuáles son sus prioridades? La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, una de las "políticas" del gabinete, dice que el flamante protocolo para los cortes de rutas y calles intenta presentar un nuevo paradigma. Juan José Aranguren explica con pasión docente por qué el uso racional de la energía no renovable es indispensable para empezar a cambiar la cultura de despilfarro que nos acompañó durante la última década. El propio Macri dice que esta administración va a defender todos los derechos humanos. Los que constituyen delitos de lesa humanidad y también los que viola el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Si uno lo escucha a Alfonso Prat-Gay o incluso a Francisco Cabrera, se percibe el entusiasmo que sienten al explicar el país que sueñan. Incluso se los puede percibir como desarrollistas con cierta sensibilidad social. Sin embargo, se la pasan apagando incendios todos los días, producidos por la existencia de campos minados que todavía no se animan a mostrar. Callarse la boca como si acá no hubiera pasado nada no sólo ha producido un desgaste político monumental a un gobierno que todavía no se terminó de acomodar. También ha truncado la posibilidad de comprender cuál es el verdadero proyecto de país que pretende la nueva administración nacional.
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Cuando se escriba la verdadera historia, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández serán recordados, entre otras cosas, por la exitosa implementación de las mil y una formas de robar al Estado. Ayer se conoció la última. La publicó Santiago Fioriti, periodista de Clarín. Es una muy berreta, propia de chorritos de morondanga, pero no por eso menos escandalosa.
Parece que Los pibes para la liberación se quedaron con unos cuántos miles de dólares que manotearon de los últimos viajes presidenciales realizados a Nueva York y Asunción del Paraguay, el año pasado. Por lo menos 150 mil. Unos 20 millones de pesos.
De la comitiva presidencial que viajó a los Estados Unidos participaron, entre otros, los irreversibles Andrés Cuervo Larroque, Eduardo Wado de Pedro y Hernán Reibel, el incondicional de Máximo Kirchner que repartía la publicidad oficial. La denuncia ante la Oficina Anticorrupción la hizo el actual secretario General de la Presidencia, Fernando De Andreis.
La cifra embolsada surge de la diferencia entre las rendiciones de cuentas de los viajeros y los proveedores que fueron consultados, a través de una auditoría. Parece que los funcionarios adulteraban las facturas de gastos de diferentes maneras. ¿Estaban al tanto los hombres de confianza de la Presidenta y de su hijo sobre semejante dibujo contable? Todavía no se pudo comprobar si lo sabían o lo alentaron pero me permito plantear una hipótesis de sentido común.
Por su estilo de conducción política me parece muy difícil, por no decir imposible, que a gente tan atenta controladora y vigilante como Larroque, De Pedro o Reibel se les pase un asunto así. Ahora que el escandalete salió a la luz, deberían explicárselo a la militancia. Pero sin gritos ni consignas, sino con datos en la mano. Y también deberían explicar, los máximos responsables del gobierno anterior, porqué la metieron a Cristina Fernández en el centro del huracán del escándalo de corrupción del Plan Qunita.
Los detalles del negociado, presentados con lujo de detalles por los responsables del blog Eliminando Variables, Ignacio Montes de Oca y José María Stella, revelan las particularidades de sistema de corrupción que eligieron los Kirchner para quedarse con plata que no es suya.
Primero, alguien, quizá el más creativo, armó el negocio y la justificación política. El kit para los bebés y sus jóvenes madres no parecía tener contra en el universo del populismo mentiroso que venía esgrimiendo la anterior administración. Después, el corrupto más creativo reclutó a unos cuantos pseudoempresarios sin experiencia en la actividad pero dispuestos a presentarse en una licitación trucha. Más tarde la ganó el elegido. Y se supone que al final repartieron el botín de cientos de millones de pesos.
Que las cunas no se pudieron usar porque no eran seguras es otro de los pequeños detalles que hacen más tristes las circunstancias del sistema de negocios. Stella falleció de manera repentina, antes del procesamiento de Aníbal Fernández y los ex ministros de Salud Juan Manzur y Daniel Gollán.
Los procesamientos pueden ser interpretados como un homenaje a su perseverancia de periodista no militante. Pero no fueron solo los viáticos de los pibes o el Plan Qunita lo que demuestra que durante los últimos 12 años el kirchnerismo no dejó negocio sin hacer. También lo prueba la causa Hotesur, el caso Ciccone, la Tragedia de Once, el financiamiento de la campaña del Frente para la Victoria a cargo de empresarios y laboratorios que traficaban efedrina y adulteraban medicamentos.
Además, por supuesto, de los multimillonarios negocios de Los Dueños de la Argentina K, en áreas tan diversas y de superrentabilidad como el petróleo, la obra pública, el transporte público, el juego y la hotelería. Por ciento: el juego y la hotelería, más que cualquier otra actividad, son las más propicias para lavar dinero, como se enseña en las primeras materias de Derecho Penal. Y los pagos compulsivos de Lázaro Báez para contratar las habitaciones vacías del Hotel Alto Calafate, de Cristina Fernández y su hijo, podría ser una maniobra clásica de lavado de dinero, según se investiga en la causa Hotesur. Es decir: al pagar Báez las habitaciones contratadas aunque no las necesitara, incorporaría el circuito legal de dinero el retorno o la coima que abonó a la jefa de Estado, en agradecimiento por las innumerables obras públicas que se le otorgaron y por las que recaudó un mínimo de 8 mil millones de pesos y un máximo de 12 mil, según diferentes cifras oficiales.
En su momento, Elisa Carrió denunció que la mayoría de las licitaciones eran truchas y estaban cartelizadas. Pero además, igual que los empresarios del Plan Qunita, Báez no tenía ningún antecedente en la obra pública antes de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia. De hecho, fundó Austral construcciones y compró otras del mismo rubro recién cuando Kirchner se transformó en Jefe de Estado. Es decir: se hizo empresario de la obra pública solo después de que su amigo, el ex Presidente, le garantizara el ingreso al club de la obra pública. Pero cuando se escriba la verdadera historia, ya lejos del relato mentiroso y manipulador, el gobierno que se acaba de ir también será recordado como el que más bombas de tiempo le dejó a la nueva administración en asuntos tan complejos y graves como la inflación, el empleo público, el impuesto a las ganancias y el congelamiento de las tarifas de luz, gas, agua y transporte.
La inexperiencia y la ingenuidad política del presidente Mauricio Macri y su equipo más cercano les hizo creer que era mejor, en un principio, no hacer hincapié en la herencia recibida, para no contagiar mala onda y favorecer las expectativas positivas de cambio. Pero, a poco de andar, se están dando cuenta que, para que la mayoría de la gente comprenda porque se ejecuta una medida antipática, inoportuna o insuficiente también hay que gastar energía en explicar, por ejemplo, el tiempo real que va a insumir el desarme de la bomba de tiempo en asuntos como el sistema de mediciones del INDEC, las distorsiones de precios de la economía, los organismos encargados de controlar las prácticas monopólicas de los formadores de precios y casi todo el Estado Nacional.
Un Estado que fue concebido, más que para mejorarle la vida a los argentinos, para robar y hacer como que contenía a los pobres, los jóvenes, los viejos y los desocupados. Un Estado que fue entregado en modo campo minado para que la economía explote por el aire junto con el nuevo Presidente y Ella pueda volver, junto a sus incondicionales, incluso antes de lo que marca el calendario electoral. Y no es solo por conveniencia política que Macri lo debe denunciar. También debe hacerlo para que ningún distraído se confunda y piense que Cristina Fernández fue la más honesta y la más efectiva de todos los presidentes de la Argentina desde 1983 hasta la fecha.
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¿Cuánto hace que Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia? Apenas 45 días hábiles. ¿Y por qué da la sensación de que hace como un año que viene gobernando? Quizá sea, entre otras cosas, porque no hubo un traspaso de mando ordenado ni una transición más o menos normal. Y quizá también pueda explicarse por los altos índices de inflación de diciembre, enero y lo que va de febrero. Por los descontrolados aumentos, que generan un ambiente de preocupación y que por momentos opacan las buenas expectativas de la sociedad sobre el mediano y el largo plazo. ¿Y por qué el nuevo gobierno decidió no poner energía en informar y denunciar, con lujo de detalles, la pesada herencia que recibió, después de 12 años de populismo a la bartola, apropiación del Estado y un sistema de corrupción más creativo, diversificado y escandaloso que el que caracterizó al propio menemismo?
La explicación "oficial" es que no se quiso inocular mala onda a una sociedad estresada de tanto maltrato. Pero ahora hay quienes agregan, cerca del Presidente, que no tenían el tiempo, ni el equipo, ni la energía para hacer dos enormes cosas al mismo tiempo. Es decir: gestionar y denunciar. Destapar la olla del guiso más espeso y plantear las soluciones para cada situación conflictiva.
Los que forman parte de la mesa chica repiten que Macri repasará la lista de "los muertos" que recibió el día en que le hable al Parlamento en la apertura de las sesiones ordinarias. Y que eso será suficiente para recuperar algo del timing y la iniciativa política que pudo haber perdido al no hacerlo no bien pisó la Casa Rosada. Otros, un poco más realistas, reconocen que están desacomodados. Que las malas noticias se producen casi todos los días y contaminan el aquí y ahora. Y que el efecto de las buenas noticias, como el principio de recomposición del sistema energético, la reducción del déficit y de la emisión monetaria, que contribuirá a bajar la inflación, combinados con la promesa de inversiones y el regreso del crédito para obras de infraestructura, se empezará a notar, tímidamente, en el principio del segundo semestre, después de pasar uno de los inviernos más complicados de los últimos tres o cuatro años.
¿Hay un gobierno de dos tiempos? Se podría decir que sí. Y también se podría reconocer, sin ser considerado "destituyente", que, aunque el Presidente sabe hacia dónde quiere ir, a veces, ciertas decisiones parecen más inoportunas que efectivas. Por ejemplo, ¿cuál era el apuro para quitarles las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras? ¿Por qué no resolver antes y mejor el irritante problema de la suba del mínimo no imponible, que afecta a millones de trabajadores? ¿Por qué no terminar de decidir la baja del IVA para los alimentos de los sectores menos favorecidos, como lo anunciaron más de una vez?
Los que ayudaron a Macri a llegar hasta aquí trabajaron con paciencia para vencer los prejuicios que había sobre su figura y que todavía no se terminaron de diluir. Uno era el miedo a que el hijo de Franco gobernara para la clase social de la que formó parte desde que nació. Y otro era el fantasma de que implementara un ajuste clásico. En los miles defocus groups que se mandaron a realizar para la campaña, una buena parte de la sociedad repetía que Macri era el más inteligente de los candidatos, pero que temían que esa misma capacidad fuera usada en contra de las mayorías. De hecho, la brutal campaña del miedo que impulsó Daniel Scioli tuvo un resultado mucho mejor que el que vaticinaban las encuestas. Todavía Eduardo "Wado" De Pedro suele explicar que si se prolongaba unos días más, hoy el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires estaría ocupando la quinta de Olivos.
El propio Jaime Durán Barba le pidió una y otra vez a Macri que no arrancara la gestión con un ajuste nominal u ortodoxo. "Pero éste no es un ajuste clásico. Al contrario, es lo más parecido a un aterrizaje suave, gradual. No se detuvo en seco la emisión. No se bajaron los sueldos de los empleados públicos ni se les está poniendo un tope a las paritarias. Se está subiendo, de manera paulatina, la Asignación Universal y se están otorgando más planes. Quizá no salgamos a gritarlo con bombos y platillos, pero esto no es un ajuste. Y los que saben de economía reconocen que, de a poco, la inflación va a iniciar un camino de tendencia hacia la baja. ¿Sabés las expectativas que hay en el mundo y entre los inversores con este cambio de rumbo en la Argentina?", le explicó Macri a un periodista que considera que este gobierno no está haciendo lo suficiente para controlar la inflación.
Hasta la semana pasada, el Presidente, preocupado, estuvo analizando la posibilidad de abrir la importación de los productos de la carne. Lo convencieron los ministros del equipo económico, con el argumento de que sería peor "el remedio que la enfermedad". Cada vez que el jefe del Estado parece sucumbir a la tentación de alguna medida compulsiva, aparece su jefe de Gabinete, Marcos Peña, para recordarle que lo mejor es no bailar al compás del "círculo rojo" y no comprar el estrés del día a día. Si Macri vuelve de una reunión donde le informan alguna mala noticia, su equipo más cercano le recuerda que en las encuestas le está yendo mejor que nunca y que es un dato inédito un apoyo semejante al mismo tiempo en que se anuncia un aumento de tarifas.
También son buenas noticias para el gobierno de Macri la rutilante aparición de Guillermo Moreno y los procesamientos de Aníbal Fernández y los ex ministros de Salud Juan Manzur y Daniel Gollan, por la implementación del plan Qunitas. Es lo que le garantiza, por contraste, más apoyo a la nueva administración. El escándalo del plan Qunitas revela la lógica del sistema de negocios sucios del kirchnerismo. Esa lógica política, económica y hasta psicológica del entramado de corrupción que encabezó Néstor y continuó su viuda está siendo analizada, entre otros, por la diputada nacional Margarita Stolbizer. Ella está muy preocupada por la inacción del juez Daniel Rafecas, el juez que debería seguir investigando a Cristina, Máximo Kirchner y Lázaro Báez por la causa Hotesur. "Hasta un chico se da cuenta de que es el típico caso de lavado de dinero." Quizás, en algún momento, le pida a Rafecas una entrevista formal para saber por qué mantiene cajoneada la causa más explosiva. El Presidente ya dijo que no va a mover un dedo para influir sobre ningún juez, pero espera con ansiedad que los magistrados hagan su trabajo.
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Para Mauricio Macri, el bien más preciado es el tiempo. Así como Néstor Kirchner anotaba en su cuaderno casi todas las cifras de le economía, el actual Presidente tiene, en la buena administración del tiempo, su máxima obsesión. Del tiempo propio y del tiempo en que deberían hacer efecto las decisiones que tomó y que piensa tomar. Después de ganar las elecciones y antes de su asunción, estaba muy preocupado, entre otras cosas, porque había calculado que no le iba a alcanzar el tiempo para ofrecer, en persona, ministerios y secretarías claves. Y pensaba que saborear esas escenas era indispensable para la energía del nuevo gobierno. Había dividido su agenda en reuniones cara a cara de 15 y 20 minutos, y otras, más importantes, de media hora y 45 minutos. Pero no había caso. No iba a poder contra el tiempo.
"El momento de ofrecer un cargo, una responsabilidad, es muy intenso. Histórico. Inolvidable. Para ellos y para mí. Y nos lo vamos a perder, por culpa de este traspaso delirante", confesó, entonces, contrariado, a sus amigos. Cuando, por esos días, se puso a pensar en su ciclo vital, y el tiempo que le quedaba, tuvo encuentros muy potentes con su hija Antonia y con su padre, Franco Macri. Y lo habló con su psicoanalista. Le generaba ternura que su pequeña hija tomara con cierta naturalidad su nuevo rol de Presidente, y que su papá, en el medio de un susto médico que casi lo manda a la otra parte, no tuviera plena conciencia de hasta dónde había llegado su hijo. "Representan los dos extremos de la vida. Y todos los días, de paso, me recuerdan que soy mortal. Que la eternidad no existe". También, antes de asumir, Macri estaba obsesionado con salir airoso de lo que denominó el punto de partida".
En aquellos días, que ya parecen muy lejanos, su gran temor era cómo impactaría el levantamiento del cepo cambiario. Cuando comprobó que no derivaría en una corrida, ni en una megadevaluación inmediata, empezó a dormir mejor, y recién entonces se sintió cómodo en su rol de jefe de Estado. "Es que si el punto de partida hubiera salido mal, toda la gestión hubiese sido contaminada por ese fracaso inicial", explicó después. Fue entonces cuando tomó dos decisiones estratégicas.
La primera: no hacer hincapié en la herencia explosiva que le dejó la administración de Cristina Fernández. La segunda: no ejecutar un ajuste clásico o nominal, parecido al que pretendió implementar la Alianza en el principio del mandato de Fernando de la Rúa. ¿Por qué no decir con todas las letras, y desde la propia voz del nuevo Presidente, que, además de la mezquindad de su rol en el traspaso, la jefa de Estado saliente entregó el país con una economía desquiciada, una infraestructura igual o peor que antes de 2003, una situación de pobreza estructural alarmante y un gasto público récord, delirante, junto con un sistema de corrupción sistemática, incluso más escandaloso y creativo que el que caracterizó a los malditos años noventa? ¿Por qué no utilizar ese recurso político legítimo, que, además de servir para ganar tiempo de maduración en las decisiones, hubiese sido útil para explicar, por ejemplo, porque no resulta tan fácil bajar un índice de inflación que se viene acumulando y multiplicando desde el año 2007?
"Porque no queríamos, ni queremos, interrumpir el ciclo de buena onda, confianza y futuras inversiones que vienen para la Argentina a partir del segundo semestre del año. No queríamos que la mala onda se tradujera en brutal enfriamiento de la economía y recesión" explican los que fueron los principales responsables de la campaña y los que manejan el tiempo político y económico de la nueva administración. ¿Es probable que se haya tratado de una decisión equivocada? ¿Es posible que Macri y sus estrategas hayan perdido, con la opción consciente de no hacer hincapié en la herencia, una invalorable oportunidad de prolongar la luna de miel, que todavía continúa pero que es amenazada por la continua alza de precios de la canasta básica?
El propio Presidente confesó a algunos periodistas que hará alusión a lo que le dejó Cristina en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias. El ala política, representada por el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, quiere poner ese día toda la carne en el asador. En cambio el jefe de gabinete, Marcos Peña, considera que no se le debe dar tanta importancia a lo que representó el kirchnerismo durante la última década.
"Solo una oportunidad perdida en términos históricos. Solo una época de transición, en la que los gobernantes dijeron que iban a dar vuelta la Argentina, pero la dejaron igual o peor", explicó Peña, palabras más, palabras menos, ante los oídos atentos de un periodista.
La segunda decisión, la de no implementar un ajuste ortodoxo y de una sola vez, es evidente para cualquier economista que no esté contaminado por el discurso delirante de Axel Kicillof y la expresidenta. Pero el problema que representa es, otra vez, el del tiempo. Es decir: el desfasaje de tiempo. O, para ponerlo en términos más entendibles: la falta de ensamble entre, por ejemplo, las subas de las tarifas de la luz y la recuperación del poder adquisitivo de los salarios.
El desfasaje entre la notable aceleración del alza de los precios de los alimentos y el momento en que se haga efectivo el pago a los jubilados, la suba de la asignación por hijo, le baja del IVA para algunos alimentos y a favor de los sectores menos favorecidos y el aumento del mínimo no imponible que se va a aprobar, en unas semanas más, en el parlamento. El tiempo que falta para que se confirme la baja real del déficit fiscal y la emisión monetaria mientras se soporta la legítima presión de los sindicatos para que los salarios recuperen el terreno perdido durante el último año.
También, en este plano, y en el propio seno del Gobierno, hay varias interpretaciones. Una es la que representan Monzó, el intendente de Vicente López, Jorge Macri y los considerados más políticos. Ellos creen que hay que hacer algo con los formadores de precios ya. Que hay que ser y parecer. Que no hay que transformarse en Guillermo Moreno pero sí mostrar los dientes a los abusadores. Que con cada compra en el supermercado baja un poco más la buena expectativa que todavía conserva esta flamante gestión. Otros, como Peña, consideran que el humor del círculo rojo va para un lado, y el del resto de la sociedad va por otro. Que el ciudadano de a pie no está tan pendiente del día a día y de la lógica amor/odio de las redes sociales. Que un área de Defensa de la Competencia convalidada por el Presidente y como funciona en Chile es más efectiva que las amenazas y los golpes de teléfono. Que hay que estar atento pero no volverse loco. Que no hay que tomar decisiones compulsivas ni bajo la influencia del estrés que proponen los medios de comunicación tradicionales.
En el medio de ambas interpretaciones se encuentra la del Presidente. Macri cree, en efecto, que las cosas, en el mediano y largo plazo, van a mejorar, de manera sustancial. Descuenta que los créditos y las inversiones internacionales se van a multiplicar después del acuerdo con los fondos buitre. Pero está muy preocupado por lo que está sucediendo ahora mismo. Y es porque no coincide con la línea de tiempo que había trazado su obsesión de ingeniero antes de empezar a gobernar. El suponía que ingresaría a marzo con la inflación en baja. Esperaba un segundo semestre de un crecimiento de la economía mayor al que vaticinan la mayoría de los economistas.
Ahora mismo piensa en cuánto tiempo le queda.
Cuánto tiempo le queda para que la suba de los precios termine con la luna de miel.
Cuánto tiempo y espacio político le queda hasta 2017, cuando se realicen las elecciones legislativas de mitad de mandato.
Cuánto tiempo le queda hasta que los grandes sindicatos digan basta.
Cuánto hasta que la oposición se organice y se plantee como una opción.
En la Argentina, uno de los países donde la opinión pública se muestra más volátil, el tiempo de la política parece siempre más veloz que el de la vida de todos los días.
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- Escrito por Luis Majul
La ruptura del bloque de diputados del Frente para la Victoria es uno de los datos políticos más importantes desde la asunción del nuevo gobierno. Uno de los interrogantes más repetidos ahora es si se trata de una única fuga o si es el principio de una sucesiva fragmentación. Todo parece indicar que la fractura será más profunda. Y que más tarde o más temprano el Frente para la Victoria (FpV)podría quedar reducido a una organización residual o testimonial, mucho más cerca del 15% de los votos que del 49% que obtuvo Scioli en la segunda vuelta.
Los motivos están a la vista. El primero, sin lugar a dudas, es la delirante posición política de Cristina Fernández, su hijo Máximo, Héctor Recalde y Carlos Kunkel, por citar sólo a algunos de los referentes más mediáticos. Palabras más, palabras menos, para ellos, la presidencia de Mauricio Macri es casi ilegítima y podría ser considerada una usurpación, ya que la banda no fue entregada por la jefa del Estado en ejercicio. Y para el estrambótico relato de este grupo de irreversibles el cambio efectivo de gobierno tampoco sucedió. Porque no hubo fotos ni entrega de los atributos de mando. No se registró la imagen de la transición como ellos suponen que debería haber sido.
Estalinismo puro. Los militantes más radicales del cristinismo fantasean que Macri no ganó y que la ocupación de la Casa Rosada es sólo un "accidente político" que será reparado, a lo sumo, dentro de cuatro años. Por eso todavía algunos "resisten" o piden indemnizaciones, como si el pedazo del Estado que ocuparon aún les perteneciera. Y con idéntico nivel de locura comparan al nuevo gobierno con una dictadura, denominan la suba de precios hiperinflación, presentan la interrupción de miles de contratos irregulares y en negro como una ola de despidos y organizan actos públicos con consignas parecidas a las de los partidos políticos al final de la dictadura militar, en 1982.
Por un lado, todos los días se "les escapa" del núcleo duro algún dirigente más o menos racional. Y por el otro, continúan intoxicando de odio y resentimiento a miles de chicos que creen en "el proyecto" porque por primera vez se habían sentido contenidos. El otro motivo por el que se podría aventurar que el FpV se reducirá, más tarde o más temprano, a su mínima expresión es que Cristina ya no es más presidenta: ya no tomará más el teléfono para mandonear a ningún ministro o colaborador. Y no lo hará sencillamente porque no tiene más poder para hacerlo. Ni el poder de la conducción política ni el poder de la seducción. Antes, cuando podía y lo hacía, muchos de sus colaboradores sentían miedo. Miedo de verdad, miedo físico. Preferían evitarla. Les empezaba a doler el estómago o la cabeza. Eso es lo que contó a más de un periodista el ex responsable de la Anses Diego Bossio, uno de los ideólogos de la ruptura. Y es lo mismo que admiten desde el ex vicepresidente Amado Boudou hasta el ex jefe de Gabinete Sergio Massa, en conversaciones privadas.
Parece que Ella, hace un mes, pretendió hacer lo mismo con Miguel Pichetto. Sin embargo, el senador no se amilanó ni tuvo miedo. Y tampoco le hizo caso. Pero la principal razón de la progresiva desintegración del FpV es que la ex mandataria tampoco maneja más la chequera, el gran elemento disciplinador y de seducción con el que tanto Néstor Kirchner como su compañera construyeron poder desde el principio de sus vidas políticas. Y ahora que se están abriendo las "cajas de la felicidad" con que contaba "el proyecto", se entiende por qué reclutó tantos aparentes incondicionales. Y también se entiende por qué los gobernadores peronistas, quienes hasta hace muy poco no se atrevían a contradecirla en lo más mínimo, ahora no le atienden el teléfono ni la aceptan como la única jefa del Partido Justicialista. Entonces, si una parte de sus fieles se le va por razones estrictamente políticas y otra parte acomete la fuga por razones económicas, ¿qué les va a quedar al final a la ex presidenta y a los representantes de su "secta política"? Sólo el relato.
Pero ¿durante cuánto tiempo podría mantener el FpV la consistencia de su relato? ¿Cuánto va a tardar el "No fue magia" en transformarse en un eslogan humorístico, como se terminó convirtiendo en los años noventa el "Menem lo hizo"? No tardará demasiado. Será durante el tiempo que demore la mayoría de la sociedad en darse cuenta de que desde 2003, a pesar del marketing político, no se impulsaron las decisiones adecuadas para mejorar la estructura social y cultural del país.
¿Nos dejaron Néstor y Cristina, a los argentinos, una economía en crecimiento o un país más desarrollado? Todo parece indicar que no. ¿Ayudaron a bajar la pobreza estructural que instauró a su turno el menemismo? ¿Lograron una mejora de la educación y la salud públicas? ¿Mostraron una genuina voluntad para combatir la inseguridad o el narcotráfico? Tampoco. Y luego, ¿cómo reaccionarán los fiscales y los jueces federales a los que el kirchnerismo humilló una vez que encuentren en sus expedientes las razones jurídicas para llamar a declaración indagatoria a personajes como Boudou, Guillermo Moreno o la propia ex presidenta? Lo que le está pasando a Milagro Sala en Jujuy es una primera muestra. Porque, más que el gobernador Gerardo Morales, son los fiscales y los jueces de la provincia los que avanzan para probar los delitos.
Quizás el FpV sea recordado como el emergente político de diciembre de 2001, cuando la consigna "Que se vayan todos" reveló la profundidad de la crisis de la clase dirigente y el nivel de hartazgo de la mayoría de la sociedad. Pudieron haber dado un paso más grande y más audaz, pero eligieron venderse como revolucionarios, aunque no revolucionaron nada. Pudieron haber dejado un Estado con las cuentas en orden, pero optaron por malgastar hasta el último peso, con la intención evidente y mezquina de perjudicar al gobierno que venía. Pudieron tener la grandeza de contagiar diálogo, convivencia, debate de ideas y diversidad verdadera, pero prefirieron la pelea, el escrache, la imposición de supuestas verdades y el pensamiento único. Es decir: la negación del otro. La cerrazón. El atraso. El subdesarrollo. Más cerca de la viveza criolla que de la transformación real. Más cerca del menemismo que de su relato épico. Como un intento fallido de pasar a la historia como una de las mejores cosas que pudieron haberle sucedido a la Argentina.
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