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El presidente Mauricio Macri tiene buenas intenciones. El problema es que no siempre se traducen en decisiones "felices". Prometió levantar el cepo a la compra y venta de dólares y lo hizo no bien pudo. La medida no provocó una corrida ni una crisis y por eso el equipo económico la celebró como si fuese un gol del seleccionado argentino. Pero, al poco tiempo, la liberación del cepo implicó una devaluación, que, combinada con un fuerte aumento de los precios, afectó el poder adquisitivo de los asalariados y los trabajadores en general, cuando todavía no se habían acordado las paritarias. Sin embargo, el Presidente no se detuvo y siguió cumpliendo con algunas de sus promesas de campaña. Entonces bajó o directamente eliminó las retenciones a las exportaciones de la mayoría de los productos del campo, al mismo tiempo que se anunciaban considerables subas de las tarifas de luz para los consumidores de la ciudad de Buenos Aires y la provincia.

Nadie en su sano juicio podría dejar de reconocer que las elevadas retenciones a las exportaciones de granos eran confiscatorias y distorsivas. Como tampoco nadie que conozca los desbarajustes del sistema energético podría dejar de admitir que si no se corregían las tarifas el colapso de todo el circuito sería inevitable y de muy difícil recuperación. La lógica argumental que usó el Gobierno para quitar las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras fue la misma. Por un lado, dijeron sus funcionarios, no hay país en el mundo que lo haga. Y, por el otro, va a servir para mejorar la economía e industrializar el país. El problema, de nuevo, es la oportunidad, y la falta de medidas compensatorias para "equilibrar las cargas". ¿Por qué tanta urgencia en eliminar las distorsiones en los sectores económicos que, en los papeles, tienen más espaldas para "aguantar" y no decidir, ahora mismo, un cambio de fondo, por ejemplo, en las alícuotas del impuesto a las ganancias? ¿Por qué no detenerse antes a analizar las implicancias que tuvo el aumento del tope del mínimo no imponible en salarios que en 2014 o 2015 no habían sido alcanzados por ese impuesto y en las jubilaciones que hasta ahora tampoco tributaban?

En el planeta Mauricio Presidente hay unas cuantas premisas que dominan la lógica de la toma de decisiones. Una es la certeza de que el ajuste clásico nunca se aplicará, y menos de una sola vez, porque sería suicida. O, para decirlo de otro modo, sería como rifar en cinco minutos el enorme capital político que el Presidente posee. Otra premisa es que no hay que alimentar la sospecha de que el Presidente gobernará para los más ricos. La tercera fue puesta sobre la mesa durante el mismísimo "punto de partida" de la gestión. Consistió en la decisión consciente de no atiborrar a los argentinos con los datos de la herencia recibida.

Lo cierto es que, aunque el nuevo gobierno no haya aplicado un ajuste ortodoxo, la toma de decisiones de política económica está dejando la sensación, en buena parte de la sociedad, de que el Presidente parece más apurado por arreglar los problemas de los poderosos que en atender las urgencias de los más vulnerables. Aunque esto último sea muy difícil de asegurar, con los números de la macroeconomía en la mano, el problema de fondo, más allá de los desajustes, es que Macri no termina de decir a los argentinos, con lujo de detalles, qué tipo de herencia recibió y cuáles son las bombas de tiempo que tiene que desactivar y en qué áreas específicas. Sólo lo explicitan los secretarios, los ministros o el propio Presidente cuando intentan salir de una minicrisis como la que se les planteó en medio de la salida de Graciela Bevacqua del Indec. O cuando se empiezan a recibir las quejas por la suba de la tarifa de la luz y la inminencia del anuncio del aumento de la tarifa del gas.

Las otras graves consecuencias de no hablar de manera clara y concreta sobre la herencia es la desconfianza que genera no hacerlo. Porque más allá de la decisión de "comunicación estratégica", Macri, como presidente, tiene la obligación de decirle a la sociedad con qué tipo de desaguisado se está encontrando, por más que genere "mala onda", "pesimismo" o dudas antes de consumir. Dicen que lo va a empezar a plantear durante la apertura de sesiones ordinarias. Sin embargo, si se toma como antecedente su buena costumbre de ofrecer discursos breves, sencillos y concisos, parece bastante difícil que logre sintetizar el desastroso legado que le dejó Cristina Fernández en cuestiones de macroeconomía, pobreza, educación, salud e infraestructura.

Días antes de asumir, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, me dijo: "Cuando empecemos a gobernar, los medios no van a dar abasto. Porque vamos a tomar medidas desde el primer minuto. Y van a ser tantas y de tanta trascendencia que, incluso, podrían ser difíciles de asimilar". Es posible que algo de eso esté sucediendo. Pero las consecuencias de esa hiperactividad no siempre parecen ser positivas. Que sea mucho no significa que llegue a configurar "un proyecto" acabado. Tanto Peña como el equipo que ayudó a Macri a llegar a la presidencia explicaron que la clave que los hizo fuertes es no olvidar ni abandonar la mística y en especial la identidad de la organización. "Quiénes somos. Por qué hacemos lo que hacemos. Qué queremos. Y hacia dónde vamos." Esa idea, que les sirvió para explicar, entre otras cosas, por qué no se aliaron con Sergio Massa o por qué nunca estuvieron obsesionados con los medios, no parece estar tan clara en los primeros días de gestión ¿Hacia dónde va el gobierno de Macri? ¿Qué es lo que quiere? ¿Cuáles son sus prioridades? La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, una de las "políticas" del gabinete, dice que el flamante protocolo para los cortes de rutas y calles intenta presentar un nuevo paradigma. Juan José Aranguren explica con pasión docente por qué el uso racional de la energía no renovable es indispensable para empezar a cambiar la cultura de despilfarro que nos acompañó durante la última década. El propio Macri dice que esta administración va a defender todos los derechos humanos. Los que constituyen delitos de lesa humanidad y también los que viola el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Si uno lo escucha a Alfonso Prat-Gay o incluso a Francisco Cabrera, se percibe el entusiasmo que sienten al explicar el país que sueñan. Incluso se los puede percibir como desarrollistas con cierta sensibilidad social. Sin embargo, se la pasan apagando incendios todos los días, producidos por la existencia de campos minados que todavía no se animan a mostrar. Callarse la boca como si acá no hubiera pasado nada no sólo ha producido un desgaste político monumental a un gobierno que todavía no se terminó de acomodar. También ha truncado la posibilidad de comprender cuál es el verdadero proyecto de país que pretende la nueva administración nacional.

Publicado en La Nación 

Cuando se escriba la verdadera historia, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández serán recordados, entre otras cosas, por la exitosa implementación de las mil y una formas de robar al Estado. Ayer se conoció la última. La publicó Santiago Fioriti, periodista de Clarín. Es una muy berreta, propia de chorritos de morondanga, pero no por eso menos escandalosa.

Parece que ‘Los pibes para la liberación’ se quedaron con unos cuántos miles de dólares que manotearon de los últimos viajes presidenciales realizados a Nueva York y Asunción del Paraguay, el año pasado. Por lo menos 150 mil. Unos 20 millones de pesos.

De la comitiva presidencial que viajó a los Estados Unidos participaron, entre otros, los ‘irreversibles’ Andrés Cuervo Larroque, Eduardo Wado de Pedro y Hernán Reibel, el incondicional de Máximo Kirchner que repartía la publicidad oficial. La denuncia ante la Oficina Anticorrupción la hizo el actual secretario General de la Presidencia, Fernando De Andreis.

La cifra ‘embolsada’ surge de la diferencia entre las rendiciones de cuentas de los viajeros y los proveedores que fueron consultados, a través de una auditoría. Parece que los funcionarios adulteraban las facturas de gastos de diferentes maneras. ¿Estaban al tanto los hombres de confianza de la Presidenta y de su hijo sobre semejante dibujo contable? Todavía no se pudo comprobar si lo sabían o lo alentaron pero me permito plantear una hipótesis de sentido común.

Por su estilo de ‘conducción política’ me parece muy difícil, por no decir imposible, que a gente tan ‘atenta’ ‘controladora’ y ‘vigilante’ como Larroque, De Pedro o Reibel se les ‘pase’ un asunto así. Ahora que el escandalete salió a la luz, deberían explicárselo a la militancia. Pero sin gritos ni consignas, sino con datos en la mano. Y también deberían explicar, los máximos responsables del gobierno anterior, porqué la metieron a Cristina Fernández en el centro del huracán del escándalo de corrupción del Plan Qunita.

Los detalles del negociado, presentados con lujo de detalles por los responsables del blog Eliminando Variables, Ignacio Montes de Oca y José María Stella, revelan las particularidades de sistema de corrupción que eligieron los Kirchner para quedarse con plata que no es suya.

Primero, alguien, quizá el más creativo, armó el negocio y la justificación ‘política’. El kit para los bebés y sus jóvenes madres no parecía ‘tener contra’ en el universo del populismo mentiroso que venía esgrimiendo la anterior administración. Después, el corrupto ‘más creativo’ reclutó a unos cuantos pseudoempresarios sin experiencia en la actividad pero dispuestos a presentarse en una licitación trucha. Más tarde la ganó el ‘elegido’. Y se supone que al final repartieron el botín de cientos de millones de pesos.

Que las cunas no se pudieron usar porque no eran seguras es otro de los ‘pequeños detalles’ que hacen más tristes las circunstancias del ‘sistema de negocios’. Stella falleció de manera repentina, antes del procesamiento de Aníbal Fernández y los ex ministros de Salud Juan Manzur y Daniel Gollán.

Los procesamientos pueden ser interpretados como un homenaje a su perseverancia de periodista ‘no militante’. Pero no fueron solo los viáticos de los pibes o el Plan Qunita lo que demuestra que durante los últimos 12 años el kirchnerismo no dejó negocio sin hacer. También lo prueba la causa Hotesur, el caso Ciccone, la Tragedia de Once, el financiamiento de la campaña del Frente para la Victoria a cargo de ‘empresarios’ y ‘laboratorios’ que traficaban efedrina y adulteraban medicamentos.

Además, por supuesto, de los multimillonarios negocios de Los Dueños de la Argentina K, en áreas tan diversas y de superrentabilidad como el petróleo, la obra pública, el transporte público, el juego y la hotelería. Por ciento: el juego y la hotelería, más que cualquier otra actividad, son las más propicias para lavar dinero, como se enseña en las primeras materias de Derecho Penal. Y los pagos compulsivos de Lázaro Báez para contratar las habitaciones vacías del Hotel Alto Calafate, de Cristina Fernández y su hijo, podría ser una maniobra clásica de lavado de dinero, según se investiga en la causa Hotesur. Es decir: al pagar Báez las habitaciones contratadas aunque no las necesitara, incorporaría el circuito legal de dinero el retorno o la coima que abonó a la jefa de Estado, en agradecimiento por las innumerables obras públicas que se le otorgaron y por las que recaudó un mínimo de 8 mil millones de pesos y un máximo de 12 mil, según diferentes cifras oficiales.

En su momento, Elisa Carrió denunció que la mayoría de las licitaciones eran truchas y estaban cartelizadas. Pero además, igual que los empresarios del Plan Qunita, Báez no tenía ningún antecedente en la obra pública antes de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia. De hecho, fundó Austral construcciones y compró otras del mismo rubro recién cuando Kirchner se transformó en Jefe de Estado. Es decir: se hizo ‘empresario de la obra pública’ solo después de que su amigo, el ex Presidente, le garantizara el ingreso al club de la obra pública. Pero cuando se escriba la verdadera historia, ya lejos del relato mentiroso y manipulador, el gobierno que se acaba de ir también será recordado como el que más bombas de tiempo le dejó a la nueva administración en asuntos tan complejos y graves como la inflación, el empleo público, el impuesto a las ganancias y el congelamiento de las tarifas de luz, gas, agua y transporte.

La inexperiencia y la ingenuidad política del presidente Mauricio Macri y su equipo más cercano les hizo creer que era mejor, en un principio, no hacer hincapié en la herencia recibida, para no contagiar ‘mala onda’ y favorecer las expectativas positivas de cambio. Pero, a poco de andar, se están dando cuenta que, para que la mayoría de la gente comprenda porque se ejecuta una medida ‘antipática’, ‘inoportuna’ o ‘insuficiente’ también hay que gastar energía en explicar, por ejemplo, el tiempo real que va a insumir el desarme de la bomba de tiempo en asuntos como el sistema de mediciones del INDEC, las distorsiones de precios de la economía, los organismos encargados de controlar las prácticas monopólicas de los formadores de precios y casi todo el Estado Nacional.

Un Estado que fue concebido, más que para mejorarle la vida a los argentinos, para robar y ‘hacer como que’ contenía a los pobres, los jóvenes, los viejos y los desocupados. Un Estado que fue entregado en modo ‘campo minado’ para que la economía explote por el aire junto con el nuevo Presidente y Ella pueda volver, junto a sus incondicionales, incluso antes de lo que marca el calendario electoral. Y no es solo por ‘conveniencia política’ que Macri lo debe denunciar. También debe hacerlo para que ningún distraído se confunda y piense que Cristina Fernández fue la más honesta y la más efectiva de todos los presidentes de la Argentina desde 1983 hasta la fecha.

Publicado en El Cronista

¿Cuánto hace que Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia? Apenas 45 días hábiles. ¿Y por qué da la sensación de que hace como un año que viene gobernando? Quizá sea, entre otras cosas, porque no hubo un traspaso de mando ordenado ni una transición más o menos normal. Y quizá también pueda explicarse por los altos índices de inflación de diciembre, enero y lo que va de febrero. Por los descontrolados aumentos, que generan un ambiente de preocupación y que por momentos opacan las buenas expectativas de la sociedad sobre el mediano y el largo plazo. ¿Y por qué el nuevo gobierno decidió no poner energía en informar y denunciar, con lujo de detalles, la pesada herencia que recibió, después de 12 años de populismo a la bartola, apropiación del Estado y un sistema de corrupción más creativo, diversificado y escandaloso que el que caracterizó al propio menemismo?

La explicación "oficial" es que no se quiso inocular mala onda a una sociedad estresada de tanto maltrato. Pero ahora hay quienes agregan, cerca del Presidente, que no tenían el tiempo, ni el equipo, ni la energía para hacer dos enormes cosas al mismo tiempo. Es decir: gestionar y denunciar. Destapar la olla del guiso más espeso y plantear las soluciones para cada situación conflictiva.

Los que forman parte de la mesa chica repiten que Macri repasará la lista de "los muertos" que recibió el día en que le hable al Parlamento en la apertura de las sesiones ordinarias. Y que eso será suficiente para recuperar algo del timing y la iniciativa política que pudo haber perdido al no hacerlo no bien pisó la Casa Rosada. Otros, un poco más realistas, reconocen que están desacomodados. Que las malas noticias se producen casi todos los días y contaminan el aquí y ahora. Y que el efecto de las buenas noticias, como el principio de recomposición del sistema energético, la reducción del déficit y de la emisión monetaria, que contribuirá a bajar la inflación, combinados con la promesa de inversiones y el regreso del crédito para obras de infraestructura, se empezará a notar, tímidamente, en el principio del segundo semestre, después de pasar uno de los inviernos más complicados de los últimos tres o cuatro años.

¿Hay un gobierno de dos tiempos? Se podría decir que sí. Y también se podría reconocer, sin ser considerado "destituyente", que, aunque el Presidente sabe hacia dónde quiere ir, a veces, ciertas decisiones parecen más inoportunas que efectivas. Por ejemplo, ¿cuál era el apuro para quitarles las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras? ¿Por qué no resolver antes y mejor el irritante problema de la suba del mínimo no imponible, que afecta a millones de trabajadores? ¿Por qué no terminar de decidir la baja del IVA para los alimentos de los sectores menos favorecidos, como lo anunciaron más de una vez?

Los que ayudaron a Macri a llegar hasta aquí trabajaron con paciencia para vencer los prejuicios que había sobre su figura y que todavía no se terminaron de diluir. Uno era el miedo a que el hijo de Franco gobernara para la clase social de la que formó parte desde que nació. Y otro era el fantasma de que implementara un ajuste clásico. En los miles defocus groups que se mandaron a realizar para la campaña, una buena parte de la sociedad repetía que Macri era el más inteligente de los candidatos, pero que temían que esa misma capacidad fuera usada en contra de las mayorías. De hecho, la brutal campaña del miedo que impulsó Daniel Scioli tuvo un resultado mucho mejor que el que vaticinaban las encuestas. Todavía Eduardo "Wado" De Pedro suele explicar que si se prolongaba unos días más, hoy el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires estaría ocupando la quinta de Olivos.

El propio Jaime Durán Barba le pidió una y otra vez a Macri que no arrancara la gestión con un ajuste nominal u ortodoxo. "Pero éste no es un ajuste clásico. Al contrario, es lo más parecido a un aterrizaje suave, gradual. No se detuvo en seco la emisión. No se bajaron los sueldos de los empleados públicos ni se les está poniendo un tope a las paritarias. Se está subiendo, de manera paulatina, la Asignación Universal y se están otorgando más planes. Quizá no salgamos a gritarlo con bombos y platillos, pero esto no es un ajuste. Y los que saben de economía reconocen que, de a poco, la inflación va a iniciar un camino de tendencia hacia la baja. ¿Sabés las expectativas que hay en el mundo y entre los inversores con este cambio de rumbo en la Argentina?", le explicó Macri a un periodista que considera que este gobierno no está haciendo lo suficiente para controlar la inflación.

Hasta la semana pasada, el Presidente, preocupado, estuvo analizando la posibilidad de abrir la importación de los productos de la carne. Lo convencieron los ministros del equipo económico, con el argumento de que sería peor "el remedio que la enfermedad". Cada vez que el jefe del Estado parece sucumbir a la tentación de alguna medida compulsiva, aparece su jefe de Gabinete, Marcos Peña, para recordarle que lo mejor es no bailar al compás del "círculo rojo" y no comprar el estrés del día a día. Si Macri vuelve de una reunión donde le informan alguna mala noticia, su equipo más cercano le recuerda que en las encuestas le está yendo mejor que nunca y que es un dato inédito un apoyo semejante al mismo tiempo en que se anuncia un aumento de tarifas.

También son buenas noticias para el gobierno de Macri la rutilante aparición de Guillermo Moreno y los procesamientos de Aníbal Fernández y los ex ministros de Salud Juan Manzur y Daniel Gollan, por la implementación del plan Qunitas. Es lo que le garantiza, por contraste, más apoyo a la nueva administración. El escándalo del plan Qunitas revela la lógica del sistema de negocios sucios del kirchnerismo. Esa lógica política, económica y hasta psicológica del entramado de corrupción que encabezó Néstor y continuó su viuda está siendo analizada, entre otros, por la diputada nacional Margarita Stolbizer. Ella está muy preocupada por la inacción del juez Daniel Rafecas, el juez que debería seguir investigando a Cristina, Máximo Kirchner y Lázaro Báez por la causa Hotesur. "Hasta un chico se da cuenta de que es el típico caso de lavado de dinero." Quizás, en algún momento, le pida a Rafecas una entrevista formal para saber por qué mantiene cajoneada la causa más explosiva. El Presidente ya dijo que no va a mover un dedo para influir sobre ningún juez, pero espera con ansiedad que los magistrados hagan su trabajo.

Publicado en La Nación 

 

Para Mauricio Macri, el bien más preciado es el tiempo. Así como Néstor Kirchner anotaba en su cuaderno casi todas las cifras de le economía, el actual Presidente tiene, en la buena administración del tiempo, su máxima obsesión. Del tiempo propio y del tiempo en que deberían hacer efecto las decisiones que tomó y que piensa tomar. Después de ganar las elecciones y antes de su asunción, estaba muy preocupado, entre otras cosas, porque había calculado que no le iba a alcanzar el tiempo para ofrecer, en persona, ministerios y secretarías claves. Y pensaba que saborear esas escenas era indispensable para la energía del nuevo gobierno. Había dividido su agenda en reuniones cara a cara de 15 y 20 minutos, y otras, más importantes, de media hora y 45 minutos. Pero no había caso. No iba a poder contra el tiempo.

"El momento de ofrecer un cargo, una responsabilidad, es muy intenso. Histórico. Inolvidable. Para ellos y para mí. Y nos lo vamos a perder, por culpa de este traspaso delirante", confesó, entonces, contrariado, a sus amigos. Cuando, por esos días, se puso a pensar en su ciclo vital, y el tiempo que le quedaba, tuvo encuentros muy potentes con su hija Antonia y con su padre, Franco Macri. Y lo habló con su psicoanalista. Le generaba ternura que su pequeña hija tomara con cierta naturalidad su nuevo rol de Presidente, y que su papá, en el medio de un susto médico que casi lo manda a la otra parte, no tuviera plena conciencia de hasta dónde había llegado su hijo. "Representan los dos extremos de la vida. Y todos los días, de paso, me recuerdan que soy mortal. Que la eternidad no existe". También, antes de asumir, Macri estaba obsesionado con salir airoso de lo que denominó el punto de partida".

En aquellos días, que ya parecen muy lejanos, su gran temor era cómo impactaría el levantamiento del cepo cambiario. Cuando comprobó que no derivaría en una corrida, ni en una megadevaluación inmediata, empezó a dormir mejor, y recién entonces se sintió cómodo en su rol de jefe de Estado. "Es que si el punto de partida hubiera salido mal, toda la gestión hubiese sido contaminada por ese fracaso inicial", explicó después. Fue entonces cuando tomó dos decisiones estratégicas.

La primera: no hacer hincapié en la herencia explosiva que le dejó la administración de Cristina Fernández. La segunda: no ejecutar un ajuste clásico o nominal, parecido al que pretendió implementar la Alianza en el principio del mandato de Fernando de la Rúa. ¿Por qué no decir con todas las letras, y desde la propia voz del nuevo Presidente, que, además de la mezquindad de su rol en el traspaso, la jefa de Estado saliente entregó el país con una economía desquiciada, una infraestructura igual o peor que antes de 2003, una situación de pobreza estructural alarmante y un gasto público récord, delirante, junto con un sistema de corrupción sistemática, incluso más escandaloso y creativo que el que caracterizó a los malditos años noventa? ¿Por qué no utilizar ese recurso político legítimo, que, además de servir para ganar tiempo de maduración en las decisiones, hubiese sido útil para explicar, por ejemplo, porque no resulta tan fácil bajar un índice de inflación que se viene acumulando y multiplicando desde el año 2007?

"Porque no queríamos, ni queremos, interrumpir el ciclo de buena onda, confianza y futuras inversiones que vienen para la Argentina a partir del segundo semestre del año. No queríamos que la mala onda se tradujera en brutal enfriamiento de la economía y recesión" explican los que fueron los principales responsables de la campaña y los que manejan el tiempo político y económico de la nueva administración. ¿Es probable que se haya tratado de una decisión equivocada? ¿Es posible que Macri y sus estrategas hayan perdido, con la opción consciente de no hacer hincapié en la herencia, una invalorable oportunidad de prolongar la luna de miel, que todavía continúa pero que es amenazada por la continua alza de precios de la canasta básica?

El propio Presidente confesó a algunos periodistas que hará alusión a lo que le dejó Cristina en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias. El ala política, representada por el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, quiere poner ese día toda la carne en el asador. En cambio el jefe de gabinete, Marcos Peña, considera que no se le debe dar tanta importancia a lo que representó el kirchnerismo durante la última década.

"Solo una oportunidad perdida en términos históricos. Solo una época de transición, en la que los gobernantes dijeron que iban a dar vuelta la Argentina, pero la dejaron igual o peor", explicó Peña, palabras más, palabras menos, ante los oídos atentos de un periodista.

La segunda decisión, la de no implementar un ajuste ortodoxo y de una sola vez, es evidente para cualquier economista que no esté contaminado por el discurso delirante de Axel Kicillof y la expresidenta. Pero el problema que representa es, otra vez, el del tiempo. Es decir: el desfasaje de tiempo. O, para ponerlo en términos más entendibles: la falta de ensamble entre, por ejemplo, las subas de las tarifas de la luz y la recuperación del poder adquisitivo de los salarios.

El desfasaje entre la notable aceleración del alza de los precios de los alimentos y el momento en que se haga efectivo el pago a los jubilados, la suba de la asignación por hijo, le baja del IVA para algunos alimentos y a favor de los sectores menos favorecidos y el aumento del mínimo no imponible que se va a aprobar, en unas semanas más, en el parlamento. El tiempo que falta para que se confirme la baja real del déficit fiscal y la emisión monetaria mientras se soporta la legítima presión de los sindicatos para que los salarios recuperen el terreno perdido durante el último año.

También, en este plano, y en el propio seno del Gobierno, hay varias interpretaciones. Una es la que representan Monzó, el intendente de Vicente López, Jorge Macri y los considerados ‘más políticos’. Ellos creen que hay que hacer algo con los formadores de precios ya. Que hay que ser y parecer. Que no hay que transformarse en Guillermo Moreno pero sí mostrar los dientes a los abusadores. Que con cada compra en el supermercado baja un poco más la buena expectativa que todavía conserva esta flamante gestión. Otros, como Peña, consideran que el humor del ‘círculo rojo’ va para un lado, y el del resto de la sociedad va por otro. Que el ciudadano de a pie no está tan pendiente del día a día y de la lógica amor/odio de las redes sociales. Que un área de Defensa de la Competencia convalidada por el Presidente y como funciona en Chile es más efectiva que las amenazas y los golpes de teléfono. Que hay que estar atento pero no volverse loco. Que no hay que tomar decisiones compulsivas ni bajo la influencia del estrés que proponen los medios de comunicación tradicionales.

En el medio de ambas interpretaciones se encuentra la del Presidente. Macri cree, en efecto, que las cosas, en el mediano y largo plazo, van a mejorar, de manera sustancial. Descuenta que los créditos y las inversiones internacionales se van a multiplicar después del acuerdo con los fondos buitre. Pero está muy preocupado por lo que está sucediendo ahora mismo. Y es porque no coincide con la línea de tiempo que había trazado su obsesión de ingeniero antes de empezar a gobernar. El suponía que ingresaría a marzo con la inflación en baja. Esperaba un segundo semestre de un crecimiento de la economía mayor al que vaticinan la mayoría de los economistas.

Ahora mismo piensa en cuánto tiempo le queda.

Cuánto tiempo le queda para que la suba de los precios termine con la luna de miel.

Cuánto tiempo y espacio político le queda hasta 2017, cuando se realicen las elecciones legislativas de ‘mitad de mandato’.

Cuánto tiempo le queda hasta que los grandes sindicatos digan basta.

Cuánto hasta que la oposición se organice y se plantee como una opción.

En la Argentina, uno de los países donde la opinión pública se muestra más volátil, el tiempo de la política parece siempre más veloz que el de la vida de todos los días.

Publicado en El Cronista

 

La ruptura del bloque de diputados del Frente para la Victoria es uno de los datos políticos más importantes desde la asunción del nuevo gobierno. Uno de los interrogantes más repetidos ahora es si se trata de una única fuga o si es el principio de una sucesiva fragmentación. Todo parece indicar que la fractura será más profunda. Y que más tarde o más temprano el Frente para la Victoria (FpV)podría quedar reducido a una organización residual o testimonial, mucho más cerca del 15% de los votos que del 49% que obtuvo Scioli en la segunda vuelta.

Los motivos están a la vista. El primero, sin lugar a dudas, es la delirante posición política de Cristina Fernández, su hijo Máximo, Héctor Recalde y Carlos Kunkel, por citar sólo a algunos de los referentes más mediáticos. Palabras más, palabras menos, para ellos, la presidencia de Mauricio Macri es casi ilegítima y podría ser considerada una usurpación, ya que la banda no fue entregada por la jefa del Estado en ejercicio. Y para el estrambótico relato de este grupo de irreversibles el cambio efectivo de gobierno tampoco sucedió. Porque no hubo fotos ni entrega de los atributos de mando. No se registró la imagen de la transición como ellos suponen que debería haber sido.

Estalinismo puro. Los militantes más radicales del cristinismo fantasean que Macri no ganó y que la ocupación de la Casa Rosada es sólo un "accidente político" que será reparado, a lo sumo, dentro de cuatro años. Por eso todavía algunos "resisten" o piden indemnizaciones, como si el pedazo del Estado que ocuparon aún les perteneciera. Y con idéntico nivel de locura comparan al nuevo gobierno con una dictadura, denominan la suba de precios hiperinflación, presentan la interrupción de miles de contratos irregulares y en negro como una ola de despidos y organizan actos públicos con consignas parecidas a las de los partidos políticos al final de la dictadura militar, en 1982.

Por un lado, todos los días se "les escapa" del núcleo duro algún dirigente más o menos racional. Y por el otro, continúan intoxicando de odio y resentimiento a miles de chicos que creen en "el proyecto" porque por primera vez se habían sentido contenidos. El otro motivo por el que se podría aventurar que el FpV se reducirá, más tarde o más temprano, a su mínima expresión es que Cristina ya no es más presidenta: ya no tomará más el teléfono para mandonear a ningún ministro o colaborador. Y no lo hará sencillamente porque no tiene más poder para hacerlo. Ni el poder de la conducción política ni el poder de la seducción. Antes, cuando podía y lo hacía, muchos de sus colaboradores sentían miedo. Miedo de verdad, miedo físico. Preferían evitarla. Les empezaba a doler el estómago o la cabeza. Eso es lo que contó a más de un periodista el ex responsable de la Anses Diego Bossio, uno de los ideólogos de la ruptura. Y es lo mismo que admiten desde el ex vicepresidente Amado Boudou hasta el ex jefe de Gabinete Sergio Massa, en conversaciones privadas.

Parece que Ella, hace un mes, pretendió hacer lo mismo con Miguel Pichetto. Sin embargo, el senador no se amilanó ni tuvo miedo. Y tampoco le hizo caso. Pero la principal razón de la progresiva desintegración del FpV es que la ex mandataria tampoco maneja más la chequera, el gran elemento disciplinador y de seducción con el que tanto Néstor Kirchner como su compañera construyeron poder desde el principio de sus vidas políticas. Y ahora que se están abriendo las "cajas de la felicidad" con que contaba "el proyecto", se entiende por qué reclutó tantos aparentes incondicionales. Y también se entiende por qué los gobernadores peronistas, quienes hasta hace muy poco no se atrevían a contradecirla en lo más mínimo, ahora no le atienden el teléfono ni la aceptan como la única jefa del Partido Justicialista. Entonces, si una parte de sus fieles se le va por razones estrictamente políticas y otra parte acomete la fuga por razones económicas, ¿qué les va a quedar al final a la ex presidenta y a los representantes de su "secta política"? Sólo el relato.

Pero ¿durante cuánto tiempo podría mantener el FpV la consistencia de su relato? ¿Cuánto va a tardar el "No fue magia" en transformarse en un eslogan humorístico, como se terminó convirtiendo en los años noventa el "Menem lo hizo"? No tardará demasiado. Será durante el tiempo que demore la mayoría de la sociedad en darse cuenta de que desde 2003, a pesar del marketing político, no se impulsaron las decisiones adecuadas para mejorar la estructura social y cultural del país.

¿Nos dejaron Néstor y Cristina, a los argentinos, una economía en crecimiento o un país más desarrollado? Todo parece indicar que no. ¿Ayudaron a bajar la pobreza estructural que instauró a su turno el menemismo? ¿Lograron una mejora de la educación y la salud públicas? ¿Mostraron una genuina voluntad para combatir la inseguridad o el narcotráfico? Tampoco. Y luego, ¿cómo reaccionarán los fiscales y los jueces federales a los que el kirchnerismo humilló una vez que encuentren en sus expedientes las razones jurídicas para llamar a declaración indagatoria a personajes como Boudou, Guillermo Moreno o la propia ex presidenta? Lo que le está pasando a Milagro Sala en Jujuy es una primera muestra. Porque, más que el gobernador Gerardo Morales, son los fiscales y los jueces de la provincia los que avanzan para probar los delitos.

Quizás el FpV sea recordado como el emergente político de diciembre de 2001, cuando la consigna "Que se vayan todos" reveló la profundidad de la crisis de la clase dirigente y el nivel de hartazgo de la mayoría de la sociedad. Pudieron haber dado un paso más grande y más audaz, pero eligieron venderse como revolucionarios, aunque no revolucionaron nada. Pudieron haber dejado un Estado con las cuentas en orden, pero optaron por malgastar hasta el último peso, con la intención evidente y mezquina de perjudicar al gobierno que venía. Pudieron tener la grandeza de contagiar diálogo, convivencia, debate de ideas y diversidad verdadera, pero prefirieron la pelea, el escrache, la imposición de supuestas verdades y el pensamiento único. Es decir: la negación del otro. La cerrazón. El atraso. El subdesarrollo. Más cerca de la viveza criolla que de la transformación real. Más cerca del menemismo que de su relato épico. Como un intento fallido de pasar a la historia como una de las mejores cosas que pudieron haberle sucedido a la Argentina.

Publicado en La Nación

Una buena parte de lo que Mauricio Macri y Marcos Peña denominan el ‘círculo rojo’ sigue descolocado ante las principales decisiones del Presidente que no aparecen en los diarios pero que marcan una conducta determinada.

Los analistas políticos tradicionales esperaban que la nueva administración cambiara los modos, pero no el sentido de las cosas.

La semana pasada algunos se enteraron de las directivas que el jefe de Estado le dio a su íntimo amigo Gustavo Arribas, ahora al frente de la Agencia Federal de Inteligencia. "Ni se te ocurra seguir repartiendo sobres a los jueces federales y a los periodistas", le ordenó.

Esto quiere decir que Macri sospechaba o sabía que esta práctica era moneda corriente en la anterior administración. Y que el hecho de que se tratara de fondos reservados hacía más fácil la distribución irregular de dinero.

¿Aparecerá algún día la lista de fiscales, secretarios, jueces y periodistas que formaban parte de la ‘cadena de la felicidad’? Parece que, de a poco, la podrían ir reconstruyendo. ¿Cómo? "Los que recibían su parte están experimentando algo así como un síndrome de abstinencia. Salen de la madriguera, o muestran los dientes, a la espera de alguna novedad", explicaron fuentes seguras, cercanas a la nueva conducción de la AFI.

También fracasaron los intentos de los directivos de un canal de noticias de cable para hacerle saber al Presidente que lo podrían llegar a tratar muy mal si no establece ‘un acuerdo’ o ‘una tregua’ con sus dueños, quienes explotan negocios muchos más rentables que los medios de comunicación.

"Hagan lo que quieran. Desde el gobierno nadie va a mover un dedo para impedir que informen u opinen lo que consideran correcto", les respondieron, con algo de formalidad.

¿Se trató de una extorsión o solo querían establecer las nuevas reglas de juego? En su momento, el propio Presidente le aclaró, en persona, a un megaempresario kirchnerista: "Nadie lo va a perseguir. Excepto la justicia, en el caso de que haya hecho y siga haciendo las cosas fuera de la ley".

¿Acaso a Macri no le importa lo que dicen y hacen los hombres de negocios con poder? ¿No le afectan lo que escriban o digan los periodistas?

El asunto es un poco más complejo. En ‘Cambiamos’, el libro de Hernán Iglesias Illa, se pueden encontrar algunas pistas. Los que trabajaron en la campaña presidencial consideran que Néstor y Cristina sobrevaloraron la importancia de los medios. Que, por un lado, prostituyeron a muchos periodistas y contaminaron a varios con dinero público, y por el otro inflaron el ego de colegas y multimedios que "ayudaron a evitar que Argentina se convierta en Venezuela".

Ahora consideran que se debe transitar un camino ‘menos dramático‘. Un poco ‘más normal‘. Más parecido a otros países. Donde los medios y los periodistas sean importantes pero no determinantes. Con una pauta oficial destinada a comunicar y no a subsidiar a periodistas sin audiencia ni trayectoria o a falsos medios. Distribuida con un criterio lógico y que pueda ser plasmado en un proyecto de ley.

Pero este ‘cambio‘ no será de la noche a la mañana. Porque la Secretaría de Medios dependiente de la Jefatura de Gabinete dispone, para este año, 2016, de una pauta de entre 1.500 y 1.800 millones de pesos, pero tiene una deuda, de la anterior administración, de unos 800 millones de pesos, entre la carga ‘documentada’ y la ‘no documentada’ que reclaman los proveedores.

¿Podrán los nuevos inquilinos de la Casa Rosada torcer el brazo al ‘sistema‘ y lograr imponer su lógica de ‘normalidad’?

Como se sabe, Macri también le pidió a la gobernadora María Eugenia Vidal que rechazara la eventual oferta de valijas con dinero en efectivo provinientes de la recaudación ilegal de las seccionales policiales y del Servicio Penintenciario Federal.

Y ella cumplió la directiva al pie de la letra. La gobernadora todavía cree que esa decisión, entre otras, fue la que facilitó la fuga de los hermanos Lanatta y Víctor Schilacci. Pero ahora, los oficiales y suboficiales de la Bonaerense con más de 10 años de antigüedad están empezando a comprender que ‘la cosa va en serio’.

El ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, se los hizo saber a los ‘viejos’ y los ‘nuevos’ intendentes, acostumbrados a elegir a los comisarios de su localidad. "‘Si los delitos o los casos de vista gorda crecen en tu territorio, los vecinos se van a enterar más temprano que tarde, porque vamos a publicar los datos en una base con acceso al público y a los periodistas"‘, explicó a más de uno. Y también les dijo que, a los comisarios, a partir de determinado momento, los eligirá el gobierno de la provincia, y no los intendentes.

De cualquier manera, transformar a la Policía de la Provincia en una fuerza transparente y eficiente no será, tampoco, de la noche a la mañana. Para empezar, Ritondo va a tener que equiparla con la tecnología básica: hoy hasta los delincuentes más improvisados pueden escuchar la frecuencia policial y enterarse de cómo se mueven cada uno de los agentes.

Lo mismo que pasa en la provincia sucede a nivel político, judicial y también entre los dueños de empresas y gerentes generales que trabajan como lobbistas.

A esta parte del ‘círculo rojo’, ‘la mesa chica’ de Macri la denomina ‘el sistema’. ‘El sistema’ esperaba que el Presidente enviara un fuerte mensaje a los jueces para que estos avanzaran en las causas donde aparecen involucradas las figuras emblemáticas del anterior gobierno.

También esperaba que los ‘capitalistas amigos‘ de Néstor y Cristina fueran reemplazados, de manera inmediata, por otros ‘más presentables’ y con mayor capacidad de negocios.

Pero parece que Macri todavía no emitió ninguna señal. A lo sumo le mandó a decir, a más de un empresario que conoce desde hace años, que no iba a ser discriminado por haber apoyado ostensiblemente a Daniel Scioli en la campaña, pero que tampoco iba a tener un tratamiento de privilegio, porque a partir de ahora tendría que salir a competir.

Los fiscales, los secretarios de juzgados y los jueces que ‘pidieron instrucciones’ recibieron un mensaje parecido. "Hagan lo que tengan que hacer, dentro de la ley y no por razones políticas".

Hasta ahora, ni Macri, ni Peña ni los que toman las decisiones estratégicas de la nueva administración tienen miedo de que esto sea interpretado como ‘falta de voluntad política’ para ‘meter presos’ a quienes cometieron delitos.

Ponen como ejemplo el caso de Milagro Sala. "No vamos a negar que el gobernador Gerardo Morales hizo todo lo que pudo para que empezaran a investigarla como corresponde. Pero ahora la causa continúa por le exclusiva decisión de la justicia provincial. Y nosotros no tenemos nada que hacer allí. Es el resultado de la creación de un Estado paralelo con la suma de la reacción de fiscales y jueces que fueron amenazados por Milagro, perseguidos y humillados durante años, y sin la posibilidad genuina de aplicar le ley", consideró una alta fuente del gobierno nacional.

¿Esto quiere decir que a ex funcionarios como Amado Boudou, Guillermo Moreno, Aníbal Fernández o la mismísima Cristina Fernández les puede pasar lo mismo que a Milagro Sala? "Esto quiere decir que si los jueces deciden condenarlos y detenerlos, y tienen los argumentos jurídicos necesarios para hacerlo, el Presidente no va a mover un dedo para evitarlo. Al contrario: va a poner a disposición a todas las fuerzas del Estado para que acaten la decisión de los magistrados", explicó, con el mismo lenguaje formal, uno de las figuras más influyentes del gabinete del nuevo jefe de Estado.

Publicado en El Cronista

¿Qué les pasa a ciertos seguidores de Néstor y Cristina? Pululan como autómatas por las redes sociales y por las puertas de entrada de los organismos públicos. Gritan consignas sin argumentos. Presentan como denuncias gravísimas hechos que podrían ser motivo de orgullo para los "acusados". Usan la palabra "gorila" como un insulto todoterreno. Sin embargo, cuando les preguntás si saben de dónde viene el calificativo o quién era Héctor J. Cámpora, te miran con una cara de desconcierto que provoca más pena que bronca. ¿Qué les pasa a los chicos (y grandulones) que andan por la vida tan cargados de odio y resentimiento? ¿Están así porque el Frente para la Victoria perdió las elecciones? ¿Se les atascó el disco rígido de la soberbia y no terminan de cumplimentar el duelo de la derrota? ¿Están envenenados porque se creían los dueños del Estado y ahora se les acaban los privilegios, las prebendas y los contratos fáciles? ¿En serio piensan que en apenas 45 días se puede responsabilizar al nuevo gobierno de "matar de hambre a la gente", "multiplicar la desocupación" e "instaurar la censura" en la Argentina? ¿Por qué se niegan a escuchar lo que el otro tiene para decir? ¿Quién les hizo creer que poseen la superioridad moral suficiente para sentirse mejores que los semejantes que no piensan como ellos? ¿De qué manual de práctica política sacaron la idea de que quienes ingresaron al Estado como recompensa a su militancia tienen que quedarse en sus puestos y resistir, como si esto fuera una dictadura? ¿Dónde figura que si no les renuevan sus contratos tienen que recibir una indemnización millonaria? ¿Pueden estar tan afectados, desde el punto de vista emocional y mental, como para festejar el principio de incendio en las instalaciones de TN y Canal 13? ¿Tanto los dañó la política de Estado de odio, resentimiento, ignorancia y consignismo que Néstor y Cristina desparramaron con su enorme chequera proveniente del pago de los impuestos de todos y todas?

Empecemos de nuevo. Aunque todavía no se conocen los índices de precios que miden la inflación, está claro que viene aumentando todo de manera exponencial. Incluso se le puede achacar al gobierno de Macri poca sensibilidad social. Y también falta de voluntad para disciplinar a los formadores de precios. En especial a los que fijan el valor de alimentos como la carne y los lácteos. Se podría agregar, además, que los aumentos de la tarifa de la luz, antes de la discusión paritaria y en medio de una aceleración del incremento de los precios, tienen más pinta de ajuste clásico que de decisión gradualista. Se puede, todavía, ir más allá y compartir la idea de que se debe tener mucho cuidado a la hora de desafectar un empleado público y analizar caso por caso, sin ningún prejuicio.

Pero para llegar a estas críticas "de la resistencia" tan tempranas y definitivas, ¿no sería imperioso, al mismo tiempo, reconocer que no hay índice de precios porque el Indec fue copado, desde el año 2006, por patotas que se dedicaron a perseguir a los mejores técnicos de la organización? ¿No se debería admitir que, además de la devaluación que provocó la salida del cepo, los Precios Cuidados se dejaron de cuidar en el mismo instante en que la mayoría del gobierno anterior cayó en la cuenta de que Daniel Scioli perdería? ¿No deberían aceptar que era una locura política, económica, social y cultural el congelamiento de las tarifas de energía eléctrica si al mismo tiempo los precios, en su conjunto, habían aumentado cientos y miles de veces, y que ese congelamiento explica en parte el colapso del sistema energético de la Argentina? ¿No se debería reconocer que es una maniobra completamente irresponsable designar más de 20.000 empleados públicos en menos de un mes, para no hablar de los más de dos millones de funcionarios de distinto rango que ingresaron al Estado desde 2003?

Si se trata de ser y parecer más nacional y popular, ¿por qué abandonar la soberanía energética que la Argentina tenía antes de 2003? ¿Por qué dejar de medir la pobreza, si tanto les importaban a Néstor y Cristina los sectores sociales más desprotegidos? ¿No insultó la inteligencia de millones de argentinos el ex ministro Axel Kicillof cuando adujo que medir la pobreza significa estigmatizar a los pobres? ¿Por qué no discutir con honestidad intelectual si el clientelismo y la corrupción sistemática son políticas virtuosas o atajos de los líderes del Frente para la Victoria con el objetivo de ganar elecciones y llenarse los bolsillos de manera personal?

Militantes del proyecto nacional y popular, ¿de verdad creen que los pagos millonarios que hizo Lázaro Báez a los hoteles de Cristina Fernández y Máximo Kirchner por habitaciones que muchas veces no se usaron son un invento de Clarín, la Corpo, los afiliados de Pro y de Cambiemos? ¿Ignoran acaso muchos de los que encabezan "la resistencia" que el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio ya plantearon la hipótesis de que se trataría del delito de lavado de dinero y que el pago irregular de Báez se podría interpretar como un "retorno", en agradecimiento al otorgamiento de por lo menos ocho mil millones de pesos en obra pública que el gobierno nacional le concedió a la empresa Austral Construcciones? ¿Esos asuntos, tan evidentes y escandalosos, pueden considerarse también parte del debate político o sólo se trata de gritar "gorila" o poner los dedos en V y vociferar "¡Aguante Néstor!", "¡Aguante Cristina!"?

Una vez más: Macri debería hacer efectivo el anuncio de impedir a las distribuidoras de energía eléctrica el reparto de dividendos si antes no usan el dinero del aumento de tarifas para invertir en el sistema. También debería intervenir en el mercado si los formadores de precios siguieran apostando al descontrol. Y además debería pedir a sus ministros que se ocuparan de revisar cada despido considerado injusto. Pero ¿en serio consideran que Cristina dejó un país parecido a Suecia y Macri lo está transformando, en pocos días de gestión, en una republiqueta bananera? A estos nuevos autómatas de la Argentina les sugeriría que no gritaran ni insultaran más. Que fueran honestos consigo mismos. Y que empecemos a intercambiar ideas sobre datos y cuestiones efectivas y comprobables. Porque cada vez se van encerrando más. Y se están retorciendo en su propio ensañamiento. Y, con todo respeto, el periodismo déjenlo para los periodistas profesionales. Somos los que amamos el oficio, más allá del gobierno de turno, los que estamos contando cómo balearon los gendarmes a los chicos de la murga de la villa 1-11-14. O los que estamos dejando constancia de la explosión de precios que está pulverizando el poder adquisitivo de los que menos tienen. Ustedes sigan haciendo política, pero dejen de gritar, de mentir y de insultar. Porque están cada vez más lejos de la realidad y también más lejos de la mayoría de la gente.

Publicado en La Nación 

La transición desde la locura política del gobierno que terminó a la ‘normalidad’ que pretende instaurar Mauricio Macri está repleta de inconvenientes.

La no renovación de cerca de 8000 contratos públicos sobre los 30.000 o 40.000 que se firmaron en los últimos días de Cristina Fernández entre gallos y medianoche no debería considerarse como una medida injusta, sino como la consecuencia directa de decisiones previas demagógicas e irresponsables. Está claro que ningún organismo del Estado puede funcionar como reservorio de la militancia. Así como ninguna economía sana puede crecer en base a la multiplicación interminable del empleo público. Sin embargo, si todos los días aparece una noticia sobre ‘nuevos despidos’, es probable que la mayoría de quienes no votaron a Cambiemos y aún muchos de los que sí lo hicieron, confundan esta política de retorno a cierta normalidad con un ajuste clásico, hecho y derecho.

La suba de la tarifa de la electricidad, que en la mayoría de los casos se multiplicará por seis, no se podría entender si antes no se recuerda que los precios estuvieron casi congelados durante 12 años, y que esa decisión facilista le provocó al país una pérdida de más de u$s 50.000 millones. Se trata de una parte de los subsidios que explican no solo el déficit fiscal sino también la alta inflación. El Gobierno se esmera en explicar que el tarifazo no lo es todo. Que habrá una tarifa social para cerca de 1 millón de usuarios y que el ahorro de energía será ‘premiado’ con descuentos de hasta el 20% en el precio final. El propio ministro Juan José Aranguren insiste: "Es esto o el colapso del sistema. Es esto o los cortes casi continuos". Los responsables de la comunicación estratégica de la Presidencia difundieron la tabla comparativa de tarifas eléctricas de todas las provincias. Los usuarios de Córdoba y Santa Cruz, por citar a solo dos provincias, pagaban hasta ahora, dos, tres y hasta cuatro veces más que los usuarios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires.

Pero el problema de fondo es cultural. Porque hasta ahora, en más de la mitad del país, la energía, uno de los bienes más caros del mundo, casi se regalaba. Muchos porteños y bonaerenses estaban acostumbrados a usar el aire acondicionado a 17 grados, mientras dejaban la ventana abierta, la plancha encendida, el lavarropas andando, el lavavajillas en funcionamiento y la computadora prendida durante toda el día. ¿Cómo cambiar semejante rutina despilfarradora de la noche a la mañana? ¿Y cómo convencer a la mayoría de los argentinos, uno de los electorados más volátiles del planeta, de que ese trata de una decisión que, en el mediano plazo, terminará beneficiando a todos? Porque lo que se ve en la superficie, ahora, es un impacto directo sobre el bolsillo de millones de consumidores. Por más que la actualización de la boleta de la luz pueda ser el equivalente a dos pizzas grandes de muzzarella, como calculó el ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay.

Y lo que provoca el incremento de tarifas, es, entre otras cosas, el aumento del índice de inflación, más cerca del 30% anual que de entre el 20 y el 25% que vaticinó el Presidente. Sería todo más fácil si los formadores de precios no se hubieran anticipado a la devaluación y los súper e hipermercados hubiesen acompañado la baja del precio de la hacienda. O si los grandes sindicatos, incluidos los docentes de la provincia de Buenos Aires, hubieran acordado una paritaria por debajo del 30%, como un gesto para bajar las expectativas inflacionarias y empezar a transitar el círculo virtuoso de crecimiento con estabilidad de los precios de la economía.

Pero Macri está lidiando con un ‘círculo rojo’ que aplaudió el cambio de Presidente, pero quiere seguir manteniendo los privilegios de siempre. (Esto incluye a empresarios, sindicatos, dueños de medios y también periodistas) .Y también está lidiando con una buena parte de la sociedad que solo aspira a cambiar el celular, el televisor y tener dinero en el bolsillo aquí y ahora, en detrimento de una educación y una salud de mejor calidad.

Por otra parte, muchos argentinos analizan con cuidado el emblemático caso de Milagro Sala. Amagaron con excarcelarla como responsable de haber organizado actos de violencia y tumulto pero la dejaron detenida, ahora acusada de defraudación al Estado y asociación ilícita. ¿La están persiguiendo o le están haciendo pagar por delitos que venía cometiendo desde hace años? El gobernador de Jujuy, Gerardo Molares, juró y perjuró que él no instruyó al fiscal y al juez para que Sala permanezca en la cárcel, aunque reconoció que está aportando elementos a la denuncia sobre malversación de fondos públicos en la construcción de viviendas sociales. Macri respaldó a Morales, pero insistió en la idea de que no se va a inmiscuir en las decisiones de ningún juez, ni en contra ni a favor de sus amigos o sus adversarios políticos.

El Presidente ya demostró que no es Fernando De la Rúa, como sospechaban millones, ni tampoco Néstor Kirchner o Cristina Fernández, como temían otros tantos. Macri no es De la Rúa porque primero pegó y ahora negocia, como en el caso de los nombramientos por decreto de dos jueces de la Corte. Y no es Néstor ni Cristina porque ellos jamás reconocían un error. En cambio el nuevo jefe de Estado es capaz de reemplazar un decreto por otro o una decisión por la contraria como en el caso de la coparticipación para la Ciudad o la participación de los canales privados abiertos en la transmisión del Fútbol para Todos.

En las encuestas cualitativas que se hicieron para la campaña, Macri era visto como un hombre bien preparado para gestionar. Al mismo tiempo la mitad de los consultados lo consideraba como un líder que podía mejorar la vida de las personas, y la otra mitad desconfiaba de él. Tenían miedo de que los defraudara. De que gobernara solo para los ricos. Ahora Jaime Durán Barba le pide, casi todos los días, que no siga produciendo noticias que se puedan interpretar como una política global de ajuste. Cita el caso de su amigo, el expresidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, ahora prófugo de la justicia, para explicar que ningún presidente que empezó ajustando terminó bien su mandato.

Pero Macri está demasiado apurado en llegar a principios de marzo con la mayoría de los deberes hechos. Porque sabe que a partir de esa instancia, todo será más difícil todavía. Se empezarán a pagar los aumentos de tarifas. Deberá discutir con el Parlamento la mayoría de las leyes.

Las noticias sobre los despidos y las paritarias se multiplicarán de manera exponencial. Y los periodistas y los medios empezarán a dar por terminada la luna de miel, un poco antes de los primeros 100 días. "Este es un momento crucial. O prevalecemos sobre el viejo sistema político o va a ser muy difícil cambiar en serio la mentalidad de los argentinos ventajeros y que esperan todo del Estado", reflexionó el Presidente, en su quinta Los Abrojos, este fin de semana.

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Traicionaron el oficio más lindo del mundo. Se transformaron en vigilantes de sus propios colegas. Ejercieron el rol de comisarios políticos en medios grandes, medianos y pequeños. Trabajaron de topos en las redacciones. Presentaron como material "periodístico" videos obtenidos de manera ilegal por los servicios de inteligencia del Estado. Señalaron con el dedo a periodistas críticos, por orden directa de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Máximo Kirchner. Inventaron acusaciones falsas. Adulteraron la información y la opinión. Cometieron delitos de orden público, como la incitación a la violencia contra trabajadores de prensa. Armaron tribunales populares contra periodistas que hicieron más por los derechos humanos que Néstor y Cristina. (Y no después de 2003, sino cuando las papas quemaban de verdad.) Algunos entregaron su alma al dinero del Estado. Casi todos encontraron la excusa perfecta para pasarse al Lado Oscuro.

Uno, por ejemplo, escribió en su cuenta de Twitter que, en efecto, había abandonado el oficio porque creía en el periodismo militante. Otro, al que Jorge Lanata caracteriza por estar enamorado de su propia voz, explicó su compromiso con el gobierno anterior con el argumento de que "todo periodista y todo medio es un actor político". El locutor de pésima sintaxis se colocó a sí mismo en un lugar muy "popular". Como si fuera el líder de una vanguardia iluminada. O como si estuviera denunciando, desde el llano, a un grupo muy poderoso, y no defendiendo a una secta política que llegó a tener más poder que cualquier otro gobierno. Ahora, con el mismo desparpajo, habla de "resistencia" contra la nueva administración de derecha, a la que compara con una dictadura. Y lo hace desde un programa financiado por un banco que se presenta como cooperativista, pero que, a la hora de cobrar a sus clientes, sigue las reglas del capitalismo más salvaje.

Otro, al que Kirchner infló su enorme ego al susurrarle, por teléfono, que era uno de los pocos periodistas que respetaba, nunca pudo terminar de explicar de manera coherente su imprevista y brutal conversión. Tampoco pudo desmentir la denuncia que hizo un ex funcionario del Ministerio de Trabajo del gobierno del propio Kirchner, quien lo acusó de tener una doble moral al pretender cobrar decenas de miles de pesos sin presentar la factura correspondiente. El hombre, quien también se caracteriza por escuchar su propia voz, es un especialista en decir una cosa y hacer otra. La evidencia: amenazó con sostener una demanda contra quien esto escribe, pero abandonó el trámite a mitad de camino, ante la imposibilidad de probar que el demandado había faltado a la verdad. Pero además instruyó a sus asistentes para ensuciar a colegas a diestra y siniestra. Una de sus colaboradoras (quien será recordada, entre otras bajezas, por haber difundido las fotos del cadáver de Nora Dalmasso) se especializó, además, en construir "denuncias periodísticas" falsas, revoleando números a la marchanta, con decimales incluidos, para obligar a sus "víctimas" a desmentir hechos que no constituyen delitos, sino datos de proyectos periodísticos exitosos, con altos niveles de audiencia. Lo de la supuesta cronista no es un acto de periodismo profesional, sino una maniobra típica de los servicios de inteligencia.

Durante estos años, se usó a la AFIP para acusar de manera falsa a colegas y dirigentes opositores que levantaban la voz. Pero los periodistas canallas no fueron pocos. Se multiplicaron por decenas. Quizá porque soñaron que Cristina sería eterna. Y hubo de todo. Ex empleados del Grupo Clarín despachados hasta panelistas de programas de espectáculos que sacaron a relucir el pasado combativo de su familia porque sabían que la lucha contra la dictadura otorgaba un linaje extra en el gobierno K. Cronistas deportivos devenidos en panelistas expertos en provocar a sus compañeros; profesionales que se caracterizaron por denunciar la corrupción de los años noventa y empezaron a impulsar operaciones políticas contra los candidatos que compitieron y le ganaron a Kirchner; productores de televisión que fueron "neutrales" hasta que firmaron contratos millonarios con dueños de multimedios a los que Néstor y Cristina beneficiaron con frecuencias de radio y de tevé; secretarios generales de sindicatos de prensa del interior del país que, en vez de defender los derechos de los trabajadores, se dedicaron a hacer de comisarios políticos para malograr emprendimientos independientes.

Los representantes de la prensa canalla ahora parecen un poco desorientados. Andan como bola sin manija reclamando libertad de expresión cuando se la pasaron insultando, difamando y acusando sin pruebas. Pero lo que suplican, en el fondo, es la continuidad de sus contratos en los medios públicos, como si su jefa política no hubiese sido la gran responsable de la reciente derrota electoral. Como si Daniel Scioli no hubiera perdido, sino ganado. Están pidiendo, además, indemnizaciones millonarias, como si fueran trabajadores del sector privado con derecho a reparación económica. La última estrategia de estos militantes de la desinformación no es ningún misterio. Intentan presentar a los periodistas críticos como la otra cara de una falsa moneda. Son parecidos al ladrón. Dan por sentado que todos son de su misma condición. Por eso quedan tan descolocados cuando comprueban que los mismos colegas que denunciamos los atropellos de Néstor y Cristina somos capaces de levantar la voz ante la abusiva designación por decreto de los jueces de la Corte que pretende imponer Mauricio Macri. Por eso aparecen pedaleando en falso cuando criticamos la represión de los trabajadores de Cresta Roja o decimos que no es suficiente ser un gran amigo del Presidente para ocupar el cargo de número uno de la Agencia Federal de Inteligencia.

Porque podemos cometer errores. Incluso grandes errores en la práctica de nuestro ejercicio profesional. Pero jamás seremos como ellos. No trabajaremos de comisarios políticos. No acusaremos sistemática ni falsamente a ningún colega sólo porque no piensa como nosotros. No diseñaremos programas de propaganda para ensuciar a nadie. No ocultaremos, a sabiendas, asuntos como la tragedia de Once, el presunto enriquecimiento ilícito de la ex presidenta, el procesamiento del ex vicepresidente o el financiamiento de la campaña presidencial de 2007 con fondos provenientes de la efedrina y el narcotráfico.

Pero algún día, no muy lejano, ayudaremos a escribir la historia de los últimos 12 años de la prensa canalla en la Argentina. No como un método de escrache, sino como un inolvidable registro de época. Y como un indispensable servicio a las audiencias. Para que todo el daño que provocaron no se vuelva a repetir.

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