Después de las elecciones que vienen, ni el cristinismo ni Cristina van a desaparecer, como suponen algunos analistas tradicionales. Sin embargo, lo que ya el proyecto perdió, y por goleada, es el capital simbólico que, al principio, Néstor Kirchner supo construir. Desde ahora, ningún seguidor del Frente para la Victoria (FpV) podrá afirmar, sin miedo a que lo tilden de loco, necio o mentiroso serial, que en este gobierno no hay corrupción, más allá de cuatro o cinco chorritos que se la llevaron a la casa sin que nadie se diera cuenta. Tampoco podrá esgrimir, como una bandera sin manchas, su
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